Emprendimientos
Con Aire de Vacaciones
 
 

Hace cinco años Carmen Valdevenito y Guido Valenzuela pasaban una de sus peores dificultades económicas, pero en su casa la crisis fue generadora de un emprendimiento que aún hoy constituye una importante entrada económica para el matrimonio. “Cuando empezó la crisis -cuenta Guido- los dos nos quedamos sin trabajo y tratamos de hacer algo nuevo, imaginarnos algo ingenioso que nos permitiera  subsistir junto a nuestros tres hijos”.

 
 

“Observando mucho todo lo que nos rodeaba, nos dimos cuenta de que mucha gente pasaba sus tardes en el balneario roquense de Apycar. Estas personas tomaban mate y se refrescaban en el agua, pero no había ninguna actividad para sus chicos. Así fue que se nos ocurrió hacer pequeños catamaranes tirados a pedal y ubicarlos en ese lugar”, explica el emprendedor.

“Yo había hecho cursos de fabricación con fibra de vidrio en Neuquén, Cipolletti y Roca, pero nunca había fabricado nada. Para comenzar hicimos dos lanchitas y nos instalamos en el balneario. Estábamos muy nerviosos porque no sabíamos si la gente nos iba a aceptar -recuerda-. La verdad es que tuvimos suerte,  porque ese primer día en seguida comenzaron a acercarse varios chicos a usar las lanchas y a partir de ahí el emprendimiento empezó a caminar”.

“Las lanchitas están hechas con fibra de vidrio. La resina poliéster se va laminando y se agregan otros productos,  además de nervios y costillas que afirman la estructura. Todos los elementos los hago en mi casa. Aún no hemos podido generar otro lugar, pero por ahora puedo hacerlos allí”, afirma Guido.

“Los materiales los pedimos al por mayor a fábricas de Buenos Aires. Cada uno de los catamaranes tiene un costo total de 2.500 pesos aproximadamente, y esto es porque muchos de sus materiales son importados. El material más barato sale diez pesos el kilo y cada embarcación tiene un peso total de entre 60 y 70 kilos”, explica. “Todas las lanchitas las hago yo solo -aclara Valenzuela-, esencialmente porque algunos de los materiales son un poco tóxicos y por eso no quiero que mi mujer o mis hijos fabriquen. Ellos se pueden encargar de otras tareas del microemprendimiento. Aquí trabaja toda la familia. Cada tanto hay que sacar las embarcaciones y volcarles el agua que puede quedar entre las capas y además hay que vigilar a los chicos mientras dan su paseo para cuidar que no haya accidentes”.

“Queremos fabricar otros artefactos. Por ejemplo, ya tengo en proceso un cuatriciclo a pedal para el agua. Hace poco un músico roquense tenía que viajar a Europa y me pidió un estuche de fibra de vidrio para su contrabajo, por el cambio climático y el largo viaje al que iba a estar expuesto. Así que una de mis producciones ya se fue de gira”, bromea Guido.

“Una vez hechas las embarcaciones fuimos a Prefectura,  donde las testearon y las aprobaron sin inconvenientes. También contratamos un seguro para todos los veraneantes que se suban en ellas y compramos salvavidas para ponerles a los más pequeños. Por suerte, en los cinco años que hace que venimos trabajando no hemos tenido ningún problema”.

Pero, además de cuidar a sus pasajeros, los Valenzuela toman precauciones para el resto de los veraneantes que nadan en el ‘piletón’: “Todas las terminaciones de los catamaranes son redondeadas y las turbinas están escondidas para que no haya riesgo de que se lastime alguien, aunque es muy difícil que una de estas embarcaciones pueda lastimar a alguien. Cualquier persona, hasta un bebé, si la empuja despacio puede deslizarla por el agua y evitar un golpe”, dice.

Para Guido, Apycar es mucho más que un lugar de trabajo. “Este balneario es único en todo el Valle. Ya tiene construida toda una infraestructura muy importante de baños, parrillas y quioscos, pero ha sido muy descuidado durante varios años”.

“Este trabajo nos ha permitido saber de la gran cantidad de turistas que llegan a esta zona. Hay una corriente de turismo muy importante que llega hasta aquí y que está muy descuidada. Vemos llegar gente de muchos lugares distintos, como Chile, Río Gallegos o Zapala, que encuentran a este balneario espectacular, sobre todo para los chicos. Una vez un licenciado en turismo, de Río Gallegos, me explicaba que él venía aquí con su familia porque en este lugar hay una corriente de agua tibia y sol garantizado durante todo el día y los precios son relativamente baratos. Además, los niños pueden nadar y jugar sin correr ningún peligro”.

“Durante los días de las fiestas del año pasado movimos más de mil personas, y eso que las lanchitas tienen una capacidad de dos personas cada una”.

“Nuestra idea es seguir creciendo. Lo ideal sería hacer más cosas con respecto al agua en este balneario. Pero con el crecimiento de la cantidad de personas que lo han visitado en los últimos años creemos que en poco tiempo nos va a quedar chico y ya no vamos a tener espacio donde trabajar”.

Es por esto que el matrimonio piensa en otras opciones de crecimiento: “Se nos ha ocurrido hacer algo similar a esto en otras localidades turísticas como El Chocón o Villa Pehuenia”.

El emprendimiento que comenzó respondiendo a una necesidad económica hoy le da a esta familia otras satisfacciones. “Nos encanta este trabajo, más que nada por la relación con los chicos -asegura Guido-. Es muy lindo trabajar con niños. Además es un emprendimiento sano y que cuida el medio ambiente. Las lanchitas no contaminan, al contrario; al pedalearlas, las paletas remueven y ayudan a la oxigenación del agua”.

“Me acuerdo de que hice el primero con mucha desesperación, porque no tenía trabajo y me consideraba bastante torpe para las cosas manuales. Hacer esto me dio fuerzas para seguir adelante. Es un emprendimiento totalmente familiar que también nos ayuda a agruparnos como familia. La verdad es que esperamos cada verano con mucha ansiedad”, dice Guido. (Diario Río Negro 19-12-2004).-