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Los Chicos de Loncopué rescataron la historia del pueblo
Loncopué y la Historia Contada por los Chicos
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Las aulas de la escuela primaria “Jaime Francisco De Nevares” de Loncopué están llenas de sonrisas, y de sueños que -ahora- son en colores. Y no es para menos.

 
 
Loncopué y la Historia Contada por los Chicos.

Las aulas de la escuela primaria “Jaime Francisco De Nevares” de Loncopué están llenas de sonrisas, y de sueños que -ahora- son en colores. Y no es para menos.

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La historia del pueblo y las leyendas del campo están guardadas en dos libros que escribieron, hace dos años, los chicos que entonces cursaban tercer grado. Cincuenta y cuatro autores de una edad promedio de 8 años, que ahora son “experimentados” alumnos de quinto y caminan anchos por encima de su primera década.

Como el proyecto es humilde, la tirada de la primera edición de “Aquí Estamos” y “Rinconcito Neuquino” (así se llaman los primeros libros escritos de, por y para Loncopué) será de sólo seis ejemplares. Igual, aunque las necesidades son muchas, las ganas de hacer le pasaron la escoba a los obstáculos, que siempre suelen ser más grandes a 320 kilómetros de la capital neuquina.

Quizá los autores no puedan decir que sus obras “ya están en la calle” porque, en realidad, los libros están en la dirección de la escuela, a disposición de quienes quieran hojearlo. Y porque la tirada no da para más.

Igual, y con más razones, hay cosquillas en la panza. Como las que uno imagina que deben tener todos los escritores cuando se publican sus obras, aunque en este caso las letras no son de molde sino de imprenta manucrista. Tinta, colores y fibra para dar testimonio de, por ejemplo, La llorona, El ternero blanco, Las salvas del Regimiento Tres por la primera alameda, las ánimas de los “chenkes” indios, los hormigueros que dan virtudes a los guitarreros... Y fundamentalmente registros de la fundación y vida del pueblo, con fechas y nombres. Son estas algunas de las muchas historias encerradas entre las tapas de los dos libros que el martes serán presentados oficialmente durante una fiesta popular, para la que se están rellenado 1.200 empanadas criollas.

Dentro de la carátula del abrazo del río Agrio con el arroyo Loncopué que ilustra las portadas, hay una historia de esfuerzos y sacrificios, de sudores y sonrisas.

La 50 es una escuela de 15 años. Donde, por ejemplo, es habitual que los chicos le escriban a “Don Jaime de Nevares”, el Obispo neuquino que se fue de este mundo hace tres años. Pero que todas las semanas suelen recibir cartas de los pequeños estudiantes. Y es en este tipo de cosas, empieza a entenderse la magia de los sueños en colores.

Es que las historias y datos que pueblan las páginas de los libros salieron de la memoria de los abuelos, de la boca de los mapuches y de los escasos registros documentales desempolvados por los chicos de Loncopué, sus padres y los docentes. Todos metidos de cabeza en un trabajo de investigación que se hizo fuera de los horarios de clase, con más ganas que medios, y golpeando las puertas de los viejos vecinos, alguno de los cuáles cumplió 99 años. Por eso, los 378 alumnos de la escuela 50 y las 3.500 almas del pueblo de siestas largas y de aromas y vientos de cordillera, tienen muchas razones para justificar las sonrisas. Y los sueños.

Aunque por estas horas los nervios de la presentación alimentan y multiplican “esas” cosquillas en la panza.

La iniciativa la tuvieron hace unos años los alumnos de un séptimo grado, que a la hora de buscar apoyo económico, se dieron de narices con la realidad que suelen articular los oídos que no escuchan. Los chicos se fueron pero la idea quedó.

Hace dos años, en tercer grado, los docentes se encontraron con el problema de siempre: estudiar Loncopué pero sin bibliografía. Hasta ese momento, el único documento del pueblo era un viejo folleto, escrito por los estudiantes de un nocturno, que a fuerza de fotocopias se había multiplicado en las tres escuelas del pueblo. No había más que eso.

Entonces, dos maestras, Mary Andrada y Delia Retamal, trazaron el proyecto en conjunto con los chicos de tercer grado. Rescatemos y escribamos la historia de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, fue la premisa.

Así, los chicos salieron a las tranquilas calles del pueblo sin semáforos y una sola avenida, y también se adentraron más allá de las tranqueras de la estancias, golpeando puertas para que los viejos vecinos cuenten la parte de la historia que les tocó vivir. Algo así como armar un gran rompecabezas con recuerdos, hechos, leyendas, ceremonias indígenas y hasta los secretos de las comidas típicas como la chichoca, las churrascas y el mote.

Entre los autores, hubo investigadores, editores, ilustradores, redactores y coordinadores que a fin de año se encontraron con la obra terminada.

1996 fue inolvidable para la escuela 50. Ese año quedó oficialmente bautizada como la escuela “Jaime Francisco De Nevares”; también por esos días, el padrino del establecimiento, el bailarín Julio Bocca, llegó a pasar el año nuevo con los padres, alumnos y docentes. En este junio de lluvias, “Rinconcito Neuquino” y “Aquí Estamos” inflan los pechos de propios y extraños con una gran bocanada de aire puro.  

La magia y los sueños en colores no sólo están en los libros y en los gestos de cada pibe-escritor, sino en cada rincón, e incluso entre los cerros que rodean al poblado ganadero. A uno de esos chicos, integrante de una comunidad mapuche, hace un tiempo la maestra le preguntó ¿qué es la naturaleza?. Con el dedo índice el chico se apuntó al pecho. De eso se trata.

 

Leyendas, fantasmas, relatos de miedo y curiosidades

La primera alameda de Loncopué, donde al atardecer los loros barraqueros dan rienda suelta a un particular concierto, fue plantada por los soldados del Regimiento Tres de Caballería, con asiento en Las Lajas, que estaban destinados a la zona de Loncopué.

El 18 de febrero de 1900 hubo cañonazos de salva por el acontecimiento. La información está contenida en los flamantes libros de la escuela 50 y es parte de la historia del pueblo que se había perdido, o -por los menos- empolvado.

De la historia de la fundación de Loncopué, el 24 de febrero de 1915, hay mucha información conocida por los pobladores, sobre la cual, sin embargo, prácticamente no habían testimonios escritos.

Los chicos rastrearon datos olvidados y a la vez recogieron las mil variantes de leyendas que de boca en boca se mantuvieron a lo largo de los años.

Hay algunas curiosas: dicen en Loncopué que la noche de San Juan, el 24 de junio, quien meta la mano dentro de un hormiguero será un virtuoso guitarrista, más allá de que su relación con la música hasta ese día haya sido un desastre. Hay otras de miedo: cuentan que en los chenkes (entierros mapuches) algunos colonizadores encontraron fortunas de oro y plata o se toparon con algún fantasma que la noche anterior había asomado como una luz intensa en medio del campo.

También hay historias de amores mapuches que de tantas lágrimas se hicieron ríos y algunas sugestivas, como la del viejo poblador al que además de la paz y la naturaleza de Loncopué lo que más le gustaba era “tener hijos”.

Las maestras y la directora de la escuela 50, María Noly Kruuse, quien pidió dejar aclarado que el proyecto de los libros no fue de ella, explicaron que las leyendas y las costumbres mapuches y de los paisanos fueron la que más llamaron la atención de los alumnos. Para eso, apelaron a los ancianos del pueblo y a las comunidades indígenas de la zona.

 

Una larga peregrinación

La publicación de la media docena de libros de los chicos de la escuela 50 (tres de cada uno) costó 1.120 pesos con cincuenta centavos, que no fueron fáciles de reunir.

El Concejo Deliberante gestionó un subsidio de 1.500 pesos al diputado nacional Alberto Fernández, quien consiguió un aporte de 750 pesos.

La mutual de los maestros (Mutén) donó libros para que se vendan y con eso se recolectaron alrededor de 170 pesos.

El resto se reunió con la venta de empanadas elaboradas en la escuela por los padres y las porteras, que fueron vendidas por los chicos.

Para llegar a publicar hubo que recorrer varias imprentas, que siempre presupuestaban cifras “inalcanzables”.

Hasta que aparecieron Gerardo Molina y Claudia Navarro, dos diseñadores gráficos que vivieron en el pueblo, quienes no sólo hicieron la tapa y la portada del libro sino que consiguieron el presupuesto “más barato”, en una imprenta de Plaza Huincul.

Como hay lugar para los sueños, en la escuela quieren conseguir fondos como para que “por lo menos” cada uno de los autores puede tener un ejemplar en casa y para siempre, además de los que irán a la biblioteca y al municipio.

 

Por Rodolfo Chávez

Díario Río Negro 14 de junio de 1998
 
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