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El arte te salva de la exclusión y del vacío
En escena no hay cuerpos perfectos torneados por la danza. Los 60 adolescentes, hombres y mujeres de estilos reales, se mueven y se miran entre sí como buscando sincronizar los pasos. Es el debut, la primera vez que bailan contemporáneo: levantan una mano, la otra, se tumban desparejos, repiten como pueden un salto, giros. Altos, petisos, medianos, gordos, flacos, argentinos, extranjeros, rubios, morochos, se sonríen, se mezclan en una coreografía que celebra el caos hormonal típico entre los doce y los dieciocho. Ellos y ellas, esa mezcla de potencia y vulnerabilidad, ponen garra, mucha garra.

Entonces, mientras las "profes" corrigen la "córeo", una chica vestida con pantalón de jogging y remera se aleja del grupito, peina su flequillo, va hacia a las gradas y besa, fugazmente, la boca de un morocho que la observa hace algunos minutos. Enseguida se aleja y vuelve a su lugar.

Esto sucede un miércoles de primavera, cerca del mediodía, en el gimnasio del Parque Central neuquino. Y es apenas un extracto de lo que se verá el 23 y el 24 de noviembre en el mismo lugar, mientras la Orquesta Sinfónica de Neuquén, con la dirección del maestro Andrés Tolcachir, ejecutará en vivo la obra dramática de Henrik Ibsen ("Peer Gynt") con música incidental del compositor noruego Edvarg Grieg.

En el medio, fueron seis meses de preparación de un gran proyecto de la Escuela Experimental de Danza Contemporánea de Neuquén llamado "¡Esto es ritmo!", que aborda una experiencia artística pedagógica de educación musical muy innovadora.

Mariana Sirote, directora de la Escuela de Danza Contemporánea, se refirió a la iniciativa y contó los detalles de un trabajo inédito en tres colegios secundarios (CPEM 23, 41 y 47), donde más de un centenar de adolescentes, que hasta ese momento no conocían la danza contemporánea, trabajaron intensamente dos días a la semana, dos horas, ensayando una obra de movimientos simples elaborada por siete profesores. Ellos son Patricia Alzuarena (coordinadora), María Antonieta Sánchez Bravo, Claudia Ganquin y Magalí Rosi (egresadas de la Escuela de Danza Contemporánea), Enrique Castro (alumno de la Escuela), Carolina Costa y, en la música, la profesora Débora Pivetti.

Sirote comentó que "¡Esto es ritmo!" tiene su punto de partida en Alemania, en 2003, cuando la Orquesta Filarmónica de Berlín juntó 250 niños y adolescentes con problemas de inclusión social y violencia para bailar "La Consagración de la Primavera" de Stravinsky en un teatro del área industrial, con la dirección de Simon Rattle y la conducción coreográfica de Royston Maldoom, un inglés interesado en la transformación social.

El proyecto les interesó tanto que hasta conservaron el nombre original, su sello de identidad. Los atrajo no sólo por la función social y de inclusión a través de la danza sino porque es una de esas actividades que sensibilizan a los adolescentes, los pone en un lugar diferente, los hace sentir otras cosas.

"Los integra a un proyecto colectivo y, a la vez, pueden escuchar y sentir otro tipo de música, hacer movimientos que nunca hicieron. Todo eso de por sí es revolucionario para una persona que está medio condenada a las pocas propuestas de plástico que ofrece la sociedad actual", reflexionó Sirote. A la par, una de las "profes", María Antonieta Sánchez Bravo, ponderó la pata social del proyecto y tomó posición frente a su labor. "Tengo una prédica de vida, sostengo que el arte te salva de la enajenación, del vacío, de la exclusión; esa transformación puede verse en los adolescentes", dijo.

"¡Esto es ritmo!" es también, para sus impulsores, un interesante alegato de transformación social. Está a favor del arte como instrumento educativo y representa una inyección de sensibilidad y creatividad en una cultura cada vez más televisiva y uniformada.

"La adolescencia es justo la edad más conflictiva con el cuerpo, porque se pone en juego cuáles son los valores estéticos de hoy y cómo tiene que ser el cuerpo. Son cosas que les llegan a ellos como mandatos televisivos, sociales o culturales, y para ellos es importante poder correrse de ese lugar o ver que existe otro cuerpo y que ese cuerpo diferente se mueve al compás de la música, con sensibilidad, haciendo lo mismo que otro y pudiendo hacerlo. Poner en juego eso es poner en juego la identidad del chico, es muy positivo", dijo Sirote.

¿El escenario los transforma?

Sí, no se trata sólo de hacer virtuosos movimientos sino de estar parado sobre el escenario y decir cosas con el cuerpo al mismo tiempo. Tener esa presencia que le devuelve al adolescente una seguridad diferente, de cómo plantarse en la calle frente a la gente, como con un espíritu más aguerrido, en una edad en la que estás todo el tiempo dudando, tambaleando y no sabiendo quién sos.

Precisamente, los más vapuleados fueron los adolescentes varones (seis en total), que confrontaron con los prejuicios, las inhibiciones y las cargadas de sus compañeros. "Hay un desconocimiento total de lo que significa la danza. Fue como entrar en la selva a machetazos... Pero resultó porque los chicos entraron al proyecto desde la vivencia, no es menor que un diez por ciento sean varones, es un número real", señaló Sánchez, que tiene un anecdotario sobre los chicos.

Pero, incluso más allá de los buenos propósitos, "¡Esto es ritmo!" afronta un reto sobre la disciplina y el asumir una responsabilidad, que puede cambiar la actitud de los adolescentes. Porque la realidad de los ensayos documenta que el hacer cotidiano, el rigor de los horarios, los días y meses de trabajo y la puntualidad hicieron que un grupo inicial de 120 chicos decantara en 60. Hay dicen las profesoras una relación clara entre la danza y los cambios vitales que experimentan los jóvenes.

Y así, lo que resulta es interesante: los chicos canalizan sus energías, el alboroto, los pudores, las fobias y se animan a dejarse llevar por la música. Y el cuerpo pasa a ser sólo una excusa para expresarla.

FLORENCIA LAZZALETTA



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