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El peronismo de la victoria, żva o viene?, żes de izquierda o de derecha?

Más allá de las interminables discusiones sobre la pertenencia ideológica del movimiento, en estos comicios quedó en evidencia una marcada distancia social entre quienes votaron a Cristina y quienes no que pareciera indicar el retorno de un peronismo de base plebeya frente a una oposición de clase media y alta.

Pasadas las elecciones presidenciales, ¿tiene algún sentido responder a la recurrente pregunta de si el peronismo pertenece a alguna de las dos constelaciones en que aún dividimos el universo de las ideologías políticas, si es de izquierda o de derecha? Y en su versión actualizada electoralmente con los K, ¿qué es?

Esta cuestión resulta inicialmente insondable, sobre todo para el cientista social proveniente de otras culturas nacionales o académicas, quien para lograr una primera aproximación si es que quiere desentrañar ése y otros "misterios" argentinos está obligado a incorporar a su léxico el término "populismo".

Es que dicho concepto nos habla de lo "nacional y popular" y de una interpelación exitosa a las masas populares a "los de abajo" por parte de un liderazgo carismático. Lo cierto es que munido de esa fórmula se logra una primera y provechosa aproximación a la "vida política" de los peronistas. Porque es en la experiencia concreta los barrios, sindicatos, lugares de trabajo y en las tensiones electorales donde se dan las "impresiones" más vitales de los peronistas.

Si se logra retratarlas, es posible entender su naturaleza como fenómeno político. Ésta ha sido la hoja de ruta de toda una nueva generación de cientistas sociales anglosajones de la talla de Daniel James, Steven Levitsky y Richard Gillespie, entre otros.

Sin duda uno de los resultados más relevantes de esas investigaciones fue explicar al peronismo dejando de lado ciertos prejuicios de tantos estudiosos de los años sesenta seducidos por las teorías de Gino Germani.

En otros casos, como el del historiador británico Eric Hobsbawm, sin necesidad de transitar el mismo territorio social de los peronistas reconocen al movimiento una historia ciertamente desordenada pero sí adecuada para que su relato sea incluido en las mejores páginas de la historia de los movimientos populares.

Por supuesto que a muchos peronistas poco les importan esos interrogantes y que sus fundadas respuestas sean parte de la agenda de los investigadores extranjeros o na

cionales. Ellos tienen una respuesta por demás sencilla, apelando a su consignismo histórico. Entonces, desde un no tan lejano tiempo retornaría la música del "ni yanquis ni marxistas, peronistas", mientras otros también rescatarían del baúl de los discursos setentistas "Perón, Evita, la patria socialista".

Fue el sociólogo Torcuato Di Tella, entre nuestros intelectuales, quien ligó el peronismo con la familia de la izquierda universal. Y, pasados los años, insiste en ello a pesar de los López Rega e Isabel, el sindicalismo mafioso, los Osinde, Carlos Menem, etcétera. Para Di Tella, el peronismo es de izquierda porque resultó a la Argentina lo que fue el comunismo a Italia, o sea, una expresión de base obrera y plebeya, herética y odiada por las clases dominantes.

 

CLIVAJES Y PERTENENCIA

 

Para ello, la idea de "clivaje" social, o sea, qué sector de la sociedad responde a su llamado, cuenta para entender su referencia ideológica. Y, de acuerdo con el sentido histórico que asumió el peronismo en sus sesenta años, lo ubica a la izquierda. Se destaca entonces por su base social y por un discurso que sigue siendo una construcción cultural de pretensiones igualitarias, según refiere el ex secretario de Cultura.

Lo que dejó el domingo electoral es más de esto último o, en todo caso, la repetición de una historia de hace más de medio siglo.

Efectivamente, según los primeros análisis de ecología electoral, hubo una marcada distancia social entre los votantes del peronismo de la victoria y el voto no cristinista.

En otros términos: "los de abajo" acompañaron el voto K y "los de arriba" incluyendo a la clase media se definieron no sólo por un pasivo voto opositor; en muchos casos, éste fue militante.

Fue un verdadero quiebre que merece observarse como parte de un retorno a la historia del primer peronismo y que según Néstor Kirchner debe sumar al peronismo del setenta, a pesar de ciertas expresiones del discurso y la estética de la nueva presidenta para recuperar otro de los tiempos peronistas perdidos, el de la renovación de la segunda mitad de los ochenta, el de un peronismo "pituco" con que se acusaba el ensayo de Antonio Cafiero. Todo con voluntad modernizante, a golpes de copiar algo de la experiencia socialdemócrata europea.

Lo cierto es que la Argentina electoral de estos días hizo regresar un peronismo de base plebeya. De esa Argentina plebeya que también es urbana a pesar de la otra, que es lugar de residencia de esa suerte de superciudadano por lo exigente y volátil de sus preferencias que refieren muchos analistas.

Lo cierto es que tenemos una Argentina provinciana peronista pero también otra que en sus anchas vive la civilización urbana y resulta insistentemente peronista. ¿O acaso no hubo un voto peronista pro cristinista en la "hiperurbanidad" de La Matanza, Quilmes, Tres de Febrero, Lanús?

Posiblemente el mayor desafío de cualquiera del peronismo que existe, si quiere consagrarse definitivamente como izquierda, es conciliar esa experiencia de los de abajo con esa otra propuesta cultural y de instituciones "a la europea", como se plantea en el deseo presidencial.

 

GABRIEL RAFART

cgrafart@gmail.com



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