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El cleptómano | ||
La cleptomanía está definida como una propensión patológica, obsesiva e irreprimible a cometer robos. A las personas que la sufren se las denominan cleptómanos. En Clemente Onelli, localidad de nuestra Línea Sur donde juntamente con mi esposa ejercíamos la docencia, hace casi cincuenta años, muchos vecinos del lugar sufrieron las consecuencias del accionar de una persona que practicaba esta manía con una habilidad tan especial que, durante un tiempo, no fue descubierta a pesar de que actuaba en un paraje que contaba con doscientos habitantes aproximadamente y nos conocíamos todos, casi hasta la intimidad. Su primera hazaña de envergadura la realizó en Nochebuena del año 1958. En la localidad habían cometido un robo a un comerciante llamado Francisco Sfeir (el cleptómano no tenía nada que ver con esta causa). Como la comisaría estaba acéfala, por traslado del comisario, dos oficiales de la Policía de Río Negro llegaron al lugar para hacer las actuaciones de este hecho, que no tenía antecedentes en la historia del lugar. La escuela contaba con una casa para los maestros, que en ese momento no estaba habitada; se las ofrecí a los oficiales para que se hospedaran. Navidad los sorprendió en plena investigación. Decidimos invitarlos a compartir Nochebuena en nuestra mesa. Una vez instalados, a la hora de la cena, me dirigí a un pozo que habíamos construido para proveer agua a la huerta y a la vez utilizábamos para refrescar bebidas (no había luz eléctrica y no teníamos heladera). La bebida la colocábamos en un recipiente de veinte litros de latón que estaba perforado para facilitar ser retirado del pozo, que tenía cuatro metros aproximadamente de profundidad. Cuando intenté retirar el tarro mediante una soga, noté que no tenía peso: grande fue mi sorpresa al comprobar que estaba vacío. Por medio de una linterna corroboré que la bebida había desaparecido. Desconcertado me dirigí al comedor, diciendo: "Ha sucedido algo insólito, nos han hurtado la bebida". El comisario inspector, muy molesto, reaccionó diciendo que eso era algo muy grave, una falta de respeto a la escuela y a las autoridades tanto escolares como policiales. Traté de tranquilizarlo diciendo que podría tratarse de una broma de mal gusto, que era algo que antes nunca había sucedido y que sugería continuar con nuestra cena y que al día siguiente dispusieran algunas medidas para determinar el o los culpables de este insólito hecho. La velada transcurrió normalmente, tratando de olvidar el mal momento vivido. Las navidades en esos lugares tan apartados, muy lejos de nuestras familias, tenían un significado muy especial. Al día siguiente, los agentes de Policía hicieron algunas averiguaciones, sin resultados. El hecho estaba envuelto en un verdadero misterio, no había ningún indicio de quién podía haber realizado un acto tan inesperado. Transcurrió no mucho tiempo y otro hecho similar conmovió la tranquilidad de la población. Una noche, a las 21 aproximadamente, se esperaba la llegada del tren que unía Bariloche con Buenos Aires. Algunos vecinos, como lo hacían habitualmente, se dirigían a la estación por distintas razones. Los dos agentes de Policía con que contaba la comisaría (todavía no tenía jefe) cumplían con la misión de custodiar el lugar. Los agentes habían dejado la comisaría sin custodia, algo que era muy común en el lugar. Habían dejado cocinando en el horno medio cabrito para la cena. Cuando regresaron se encontraron con la novedad de que la carne había desaparecido. Otro caso sin solución, pero con un antecedente. Los hurtos continuaron hasta que una noche un vecino sorprendió al famoso personaje, cuando intentaba apropiarse de un par de gallinas de su gallinero. El misterio había sido resuelto, pero solamente para algunos pobladores; para nosotros seguía sin solución, porque decidieron no hacernos conocer la novedad. Pasó el tiempo, todo lo dicho había quedado en el olvido. En marzo de 1961, como consecuencia de mi traslado a la Escuela Nº 68 de Contralmirante Guerrico, debíamos dejar Clemente Onelli. Para trasladarnos, un amigo llamado Abel Presa, que era entonces jefe de la estación del ferrocarril y que hoy vive en Viedma, se ofreció para llevarnos en su camión, un Ford modelo 1935. El día de nuestra partida, cargamos nuestras cosas en el camión, dejamos nuestra querida Escuela Nº 104 y nos dirigimos a un lugar donde toda la población había preparado una cena para darnos la despedida, después de ocho años de trabajo. La reunión, como es de imaginar, transcurrió en un ambiente de cordialidad y emociones que todavía tenemos muy presente. Cuando faltaba poco para nuestra partida, después de las palabras de despedida, alguien dijo: cuando ustedes suban al camión le vamos a decir quién les robó las bebidas aquella Nochebuena. Cuando conocimos el nombre, no lo podíamos creer, se trataba de una persona que hacía más de un año se había trasladado a otra localidad y que nunca había figurado, para nosotros, ni siquiera como último sospechoso. Así dejamos Clemente Onelli, localidad donde comenzamos nuestra carrera docente y al que siempre recordaremos con especial cariño. Pasaron unos años y en un viaje a Bariloche, caminando por la calle Mitre, me encontré con quien nos había despojado de la bebida. Después de saludarnos con un fuerte abrazo le dije: "Así que usted fue el que nos hizo pasar una triste Nochebuena, dejándonos sin botella de sidra para hacer un brindis". Mi amigo (no voy a confesar su nombre) estaba tan confuso, que no atinaba a decir nada. Le dije: "No se preocupe, hace mucho tiempo que lo hemos perdonado". Lo que no sé es si pensarán de la misma forma los policías que nos acompañaban aquella noche. A esta persona, que hace varios años falleció en Bariloche, la hemos definido como un cleptómano. Por su comportamiento, sin ninguna duda, padecía esa alteración mental. Sustraía cosas sin el concurso de otras personas; no lo hacía guiado por la ira o por deseos de venganza, obtenía gratificación del acto mismo de robar cosas de poco valor que podía comprar fácilmente. Estos impulsos y posiblemente otros, según los psicólogos, son los que lo llevaban a robar a nuestro amigo. Un excelente vecino, bondadoso, servicial, buen esposo y padre y de un trato normal con toda la población. Así lo conocimos y así preferimos recordarlo, a pesar de que nos hizo pasar una mala Nochebuena. ABEL SANDRO MANCA |
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