“La inflación no existe”, afirmó de manera terminante el jefe de Gabinete, Alberto Fernández. “Los índices del Indec (k) son perfectos”, aseguró el presidente de los argentinos. “Tome pesos, déme dólares o bienes (salvo tomates)”, dijo el mercado de manera de dejar muy claro cuáles son las expectativas. En este contexto se realizarán en tres semanas las elecciones presidenciales y aún ninguno de los candidatos opositores puede asegurar una pelea seria, ni siquiera para llegar al ballottage. Es justamente por esto que el mercado comienza a anticipar lo que sucederá a partir del 11 de diciembre: lo mismo que hasta el 10. Pero dado aquel conocido refrán que dice que “Se puede hacer cualquier cosa pero, especialmente en economía, no se puede evitar pagar las consecuencias”, las expectativas comienzan a marcar una tendencia de cada vez más difícil (o costosa) modificación. EL VALOR DEL PESO Los pesos valen menos porque el mercado los demanda menos y la demanda es menor porque la expectativa es que en el futuro valdrán menos aún. Es la misma inflación que el gobierno grita a cuatro vientos que no existe. Pero la batalla de la credibilidad está siendo perdida. En el mundo de las finanzas, las expectativas son casi tan importantes como el dinero. Un banco jamás prestará fondos si cree que no los va a recuperar; no importa la tasa que el tomador esté dispuesto a pagar. El riesgo es una oportunidad en la medida en que pueda ser decodificado e interpretado en términos de saber cuándo el mismo se convierte en certeza de pérdida. Hasta allí siempre habrá quien esté dispuesto a tomarlo. Pero cuando lo que se pierde es la credibilidad en la información necesaria para su medición, entonces se vuelve tan sólo una apuesta. Paradójicamente, el proceso al que fue sometido el INDEC, donde hoy ya no sólo no son creíbles los índices de precios sino que todas las estadísticas allí elaboradas están en duda, los únicos que pueden pensar en tomar posición en el mercado son aquellos que especulan al límite del abismo. Quizá porque tan sólo apuestan las ganancias de operaciones anteriores y no parte del capital originalmente invertido. Pero para el común de la gente esto no es una alternativa. El aumento de las ventas en supermercados (medidas no sólo en pesos sino en volumen) tiene que ver con la idea de que mañana, con el mismo monto de dinero, se comprará menos que hoy. Y quienes tienen capacidad de ahorro (que constituyen una porción cada vez menor de la sociedad) se vuelcan a la única unidad de valor que reconocen: el dólar. Si bien hoy los montos que el Banco Central debe vender de manera diaria (u$s 30 a 40 millones) son mucho menores que los que compraba hace apenas unas semanas atrás, lo que importa es la tendencia. La demanda por una moneda que para el argentino promedio es segura y líquida hace que el modelo comience a mostrar de manera explícita las fallas que algunos venimos marcando desde hace ya un largo tiempo. Durante la semana pasada el Central debió vender poco más de u$s 200 millones, quedando así las reservas en u$s 43.000 millones, aunque no debemos olvidarnos de que la mitad de ellas está constituida por letras y notas que el BCRA emitió para esterilizar base monetaria, justamente la que motivó –en parte– la inflación actual. El Central ha flexibilizado las normas de manera de bajar las tasas, pero la marcada tendencia en la no renovación de colocaciones y el fly to quality (desde fondos comunes y depósitos a la vista denominados en pesos a dólares) hará cada vez más estrecha la liquidez de los bancos. A tasa fija habrá una demanda casi infinita para tomar fondos pero, en un contexto de expectativas de inflación creciente, serán pocos los que estarán dispuestos a ser la contraparte. Y los bancos no lo harán con fondos propios, al menos no de manera importante ni más allá de las elecciones. EL 2008 Durante el fin de semana, el secretario de Finanzas estuvo buscando consenso entre los banqueros respecto de emitir deuda a largo plazo en el mercado local. Pero la obsecuencia preelectoral no llegó hasta ese punto y la respuesta fue un rotundo “desinterés”, y no porque no crean que Cristina Kirchner no puede acceder a la presidencia; es el negocio el que no da. La convicción de que la inflación real triplica la oficial es muy fuerte, de la misma forma que las necesidades de modificación de las tarifas de servicios públicos están atrasadas y, más allá de los discursos electorales, deberán ser ajustadas hacia arriba, creando un nuevo motivo para pensar en un índice de inflación mayor al incluido en el presupuesto 2008. La misma crisis energética (¿tampoco existe?), y hasta que las eventuales inversiones se concreten y estén operativas, causará cuellos de botella en la producción de bienes, por lo que con una demanda mayor que su correspondiente oferta aumentará aún más la presión sobre los precios. Las necesidades de financiamiento para el 2008 no son importantes (u$s 3.000 millones), pero la Argentina no encuentra quién le preste siquiera una fracción de esa suma salvo el teniente coronel Chávez, quien además de hacer excelentes negocios financieros con los fondos prestados a la Argentina obtiene apoyo para proyectos de dudosa utilidad para nosotros como la inminente constitución de Banco del Sur, un BID del subdesarrollo y de cuestionable beneficio, salvo para algunos funcionarios de la región. Este banco se fondeará con un porcentaje de las reservas de cada país miembro, y la Argentina debería aportar fondos sobre el cálculo de los u$s 43.000 millones, cifra que, como ya explicamos, está inflada en un 100%, por lo que deberemos aportar el doble de lo que correspondería de haberse respetado la independencia del BCRA. Las expectativas no son las mejores. Solucionar el actual contexto es el desafío. Negarlo es de necios.
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