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Más poder para reformar el gigante
El presidente chino Hu Jintao quiere concentrar las riendas del PCC para encarar los problemas que lastran el crecimiento: desigualdad, pobreza interior, polución y corrupción. Algunos creen que incluso podría tratar un tabú: separar partido y Estado.

el Partido Comunista Chino (PCC) celebrará su 17º congreso a partir de mañana, una cita política preparada de manera cuidadosa y secreta para permitir a su líder y presidente del país, Hu Jintao, consolidar su poder. “No hay duda de que la dirección del partido saldrá reforzada del congreso y de que el prestigio de Hu, como líder y unificador, se engrandecerá”, afirma el sinólogo estadounidense Sidney Rittengerg, antiguo miembro del PCC y estrecho colaborador de Mao.
Así, cuando la banda de la Armada Popular de Liberación entone la Internacional en el Palacio del Pueblo en Pekín, el primer día del congreso, todo se habrá cocido ya entre un puñado de dirigentes.   Sólo restará que esas decisiones sean adoptadas por una abrumadora mayoría de los más de 2.000 delegados que participarán en la cita, la mayoría de ellos simples figurantes. Cuando accedió al puesto de secretario general hace cinco años, Hu tuvo que hacer frente a la enorme influencia de su predecesor, Jiang Zemin. 
Ahora, en el congreso de su reelección, deberá rodearse de un equipo de dirección más fiel. Se espera la promoción de antiguos miembros de las Juventudes Comunistas, de las que el actual presidente fue máximo dirigente, y quizá haga su aparición el que deberá ser su sucesor en el 2012.
Los analistas apuntan a Li Keqiang, actual jefe del PCC en la provincia industrial de Liaoning (noreste), y Xi Jinping, dirigente de Shanghai, como los dos máximos candidatos a la sucesión. Los numerosos cambios habidos en la dirección de las delegaciones regionales del PCC y en el seno del propio gobierno chino en los últimos meses son la confirmación de que el margen de maniobra de Hu crece en el partido.
Sin embargo, Hu Jintao, de 64 años, no está seguro de tener carta blanca. “El dominio del clan Hu todavía es contestado por miembros influyentes del partido”, subraya el sinólogo Willy Lam, recordando que si bien Hu es el jefe no tiene la altura política de un Mao o un Deng Xiaoping.
“Este congreso será su consagración, pero deberá actuar con mucho tacto en el asunto de la sucesión. ¿Tendrá las manos libres o deberá transigir?”, se pregunta Jean-François Huchet, director del Centro de Estudios sobre China Contemporánea, con sede en Hong Kong. Tanto para los chinos como para el resto del mundo, en el que aumenta el peso económico y diplomático del gigante asiático, la cuestión no es tanto saber quién dirigirá el país sino qué vía seguirá éste.
Según dijo Hu Jintao en un discurso en junio, se pondrá el acento en un desarrollo económico más “científico”, es decir, con menos despilfarro y corrupción, y basado en la “armonía social” para reducir las diferencias entre ricos y pobres. En el plano político, el congreso debería servir para hacer un partido comunista más transparente, mejorar el sistema de gobierno y aumentar la participación de la sociedad civil en la toma de decisiones.  No es nada revolucionario, pero obedece a una evidencia: al Partido Comunista, en el poder desde 1949, le urge evolucionar para controlar los cambios socioeconómicos radicales y encauzar una opinión pública exigente que se está acostumbrando a una cierta libertad.
“Todos los signos recientes muestran que Hu se mantendrá dentro de la ‘democracia interna del partido’ para no acabar con su ideal de armonía dentro de éste y del país”, predice Willy Lam.
 “Es un consenso endeble, pero China tiene muchos más medios para conseguir esto ahora que hace 15 años, porque ya no se enfrenta a una dura crisis en el sector público ni a una crisis política como la de 1989, aunque la situación sigue siendo difícil”, analiza Huchet. Pero para algunos observadores, Hu es más audaz de lo que parece. Este congreso, que durará una semana, podría ser un primer paso que anunciara reformas políticas más profundas que llevasen a una separación del partido y el Estado.

La mayor formación política del mundo

 Para el Partido Comunista Chino (PCC), la mayor formación política en el mundo, sus congresos son la oportunidad de ratificar las grandes líneas políticas a seguir en quinquenios y designar a los dirigentes que las aplicarán.
El primer congreso se celebró en julio de 1921 y a él asistieron sólo 13 personas, reunidas en el aula de una escuela femenina cerrada por vacaciones. Entonces el partido sólo tenía medio centenar de miembros y hoy cuenta con más de 70 millones (el 5% de la población china).
El que empezará mañana será el 17º que celebrará el partido. Se llevará a cabo durante una semana en el imponente Palacio del Pueblo, que bordea la plaza de Tiananmen en el corazón de Pekín, uno de los símbolos del poder comunista, totalitario en el país desde hace 58 años.
Están convocados 2.217 delegados, un 80% de ellos hombres, designados en los últimos meses por las asambleas del partido. Ahora debatirán a puerta cerrada.
En teoría, serán los encargados de designar el comité central (198 miembros de pleno derecho y 158 suplentes sin derecho a voto) y consagrar el núcleo dirigente: el secretario general (Hu Jintao desde el 2002), los miembros del Buró Político y los del comité permanente del Buró Político (nueve desde el 2002). También elegirán la Comisión Militar central, que controla el ejército. En la práctica, las decisiones más importantes las toma el reducido grupo de altos dirigentes.
Oficialmente, desde el 2002 los delegados no representan sólo al partido y a los afiliados que los han designado sino también a los diferentes grupos sociales de la China de las reformas, especialmente a los emprendedores.
El congreso del PCC se celebra cada cinco años desde 1977. Entre 1956 y 1969 no se realizó; fue el período comprendido entre el fracaso del Gran Salto Adelante (el programa de reformas lanzado por Mao para favorecer la industrialización) y el inicio de la Revolución Cultural.
En 1956 medio centenar de representantes extranjeros fue invitado a asistir al congreso. A partir de ese momento, ningún otro extranjero ha asistido jamás a otro congreso del PCC. (AFP)

PHILIPPE MASSONET
AFP 

Entre Mao, Confucio y un capitalismo singular

el número uno chino, Hu Jintao, un hombre del aparato del partido de 64 años, navega entre Mao, Confucio y el capitalismo para mantenerse en el poder del Partido Comunista del país más poblado del mundo.
Nacido el 21 de diciembre de 1942, este hombre de estatura mediana, estilo clásico y algo monótono, raramente sonríe y mantiene las distancias cada vez que tiene a la prensa enfrente.
Llegó a lo más alto del poder en el 2002 tras un recorrido sin errores en el aparato político del Partido Comunista Chino (PCC), en el que logró desempeñar altas responsabilidades siendo relativamente joven –en torno a los 40–, aunque cuando accedió al cargo era un dirigente poco conocido. Este jefe de filas de la “cuarta generación” de dirigentes comunistas chinos (tras Mao Zedong, Deng Xiaoping y Jiang Zemin) ha triunfado tras sortear con habilidad todos los peligros, beneficiándose a su vez de una buena estrella.
Hu ha tenido “un don inhabitual para evitar los errores”, asegura el sinólogo Willy Lam. Por ejemplo, no le afectó la caída en 1987 de su “padrino” político Hu Yaobang, que le permitió acceder al mando de la Liga de las Juventudes Comunistas. Sin embargo, llegó al poder aparentemente dispuesto a modernizar el partido, atacar la corrupción y los problemas sociales, pero hasta ahora no hizo gala de audacia política desde que es número uno del régimen.
La llegada a la política de este descendiente de comerciantes de té de la provincia de Anhui (Este de China) se produjo a comienzos de los ’80 por medio de un hijo de Hu Yaobang. Para su ascenso en el seno del PCC contó con el apoyo capital del entonces presidente Deng Xiaoping. Fue éste el que lo propulsó al exclusivo club de siete miembros permanentes del Buró Político. “Es un buen camarada”, dijo de él el viejo patriarca, una intervención escueta y reveladora a la vez.
Según algunos analistas, si logró imponerse en el 2002 fue por su facilidad para ser bien visto por sus superiores, su prudencia y su capacidad para adoptar un perfil bajo. “No tiene el aura de Deng Xiaoping”, dice Jean-François Huchet, director del Centro de Estudios sobre China Contemporánea (CEFC) con sede en Hong Kong.
También se lo presenta como un fiel al comunismo, tras sus inicios como instructor político en la universidad Tsinghua de Pekín, en la que cursó estudios de ingeniería hidráulica y donde encontró a la que es su esposa, Liu Yongqing, con la que tiene un hijo y una hija.
En su primer acto político, tras su nominación en el 2002, dejó claros sus planteamientos y llamó al orden a los directivos del partido. “Los camaradas deben aprender a ser modestos, prudentes, libres de toda arrogancia y vehemencia en su manera de trabajar. Los camaradas deben aprender a mantener un estilo simple y combativo”, advirtió.
Ese acto lo celebró además en Xibaibo (en la provincia de Hebei, al norte del país), uno de los lugares sagrados de los comunistas chinos.
En esa población montañosa los dirigentes revolucionarios, con Mao a la cabeza, pasaron el año anterior a su conquista del poder en 1949. Ha hecho de la lucha contra las desigualdades sociales uno de sus caballos de batalla, mostrándose próximo al pueblo y a los abandonados del crecimiento económico, especialmente los agricultores. Y es que Hu Jintao conoce bien el interior pobre del país (como las provincias de Guizhou, Gansu y el Tíbet), donde pasó 15 años de su vida desempeñando diferentes funciones dentro del partido. En el plano ideológico, preconiza una “sociedad armoniosa”, inspirada en las ideas confucionistas.
Así, “con el confucionismo, haciendo apología de la armonía, el partido prevé disminuir las contradicciones sociales”, subraya el sinólogo francés Jean-Philippe Béja.

FRANÇoIS BOUGON
AFP

 



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