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Producir cuidando el ambiente, una meta compleja pero alcanzable
Muchas variantes del ecologismo que se oponen a la depredación de los recursos proponen alternativas. También existe una reaccionaria que quisiera volver a una hipotética e idílica sociedad rural. No entienden que no es posible ni deseable eliminar la industria. Las claves son control eficaz y tecnologías no contaminantes.

El ecologismo tiene muchas variantes. Hay movimientos que apoyo con entusiasmo que se oponen a la depredación de nuestros recursos naturales y a la contaminación y destrucción de los ecosistemas más intocados en pos de ganancias fáciles y, sobre todo, rápidas. Entre ellos están los desmontes para "hacer lugar" a la nueva locura universalmente implantada de los agrocombustibles, que sólo son una parte de la guerra fría entre Estados Unidos y Venezuela y no producirán ningún beneficio ecológico ni climático, aunque proveerán de rápidas ganancias a los que vendan aceites comestibles para ser quemados en automóviles de lujo, en un mundo donde hay mil millones de hambrientos muchos de ellos en nuestro propio país cuya autonomía alimentaria amenazarán, como aditamento.

El equilibrio del carbono se lograría mucho mejor reforestando que reemplazando una parte ínfima de las emisiones provenientes de la combustión de gas, petróleo y carbón por la combustión de comida en un mundo hambriento y, sobre todo, disminuyendo el despilfarro y subsidiando mientras haga falta el desarrollo de los medios alternativos, como la rápidamente creciente generación eólica, que podría aprovecharse en mucho mayor medida que la actual en nuestra Patagonia. Estamos desarrollando equipos de diseño autóctono, y hasta podríamos exportar turbinas eólicas de alto desempeño. Incluso ya estamos instalando pequeñas turbinas eólicas en la Antártida para evitar la contaminación del "continente blanco" con los residuos de la combustión de derivados del petróleo.

Es probable que esos subsidios, que por ahora son necesarios por el verdadero "dumping" de nuestra agonizante y extranjerizada industria petrolera, en poco tiempo puedan ser eliminados, cuando la industria alcance su mayoría de edad. Pero para eso es necesario enfrentarse con el poderoso lobby petrolero.

La minería ya es un tema más delicado. Obviamente, se trata de una de las actividades más antiguas de la humanidad; ya las épocas prehistóricas se denominan por los metales que en ellas se usaron, todos ellos productos de la minería. Pero ahora se ha desatado la locura de la minería del oro a cielo abierto, basada en el descomunal aumento del precio internacional de ese metal, que hace que yacimientos que antes no eran rentables ahora lo sean y mucho al abrigo de una ley leonina y de la complicidad culpable o ingenua de muchos gobiernos provinciales. El miedo al cianuro es legítimo, pero se puede resolver mediante el tratamiento de los residuos; habrá que ver si los gobiernos no se dejan comprar por los dueños extranjeros de esas minas y si, en el poco probable caso de que sean incorruptibles, disponen de los medios técnicos para controlar la contaminación y de los medios políticos para imponer la ley.

Lo que es más grave es el uso del agua que, según todos los expertos, será un material escaso en poco tiempo más.

También hay un ecologismo que pone el grito en el cielo apenas oye mencionar la palabra "nuclear". Hasta hace poco, "ecologismo" era casi sinónimo de "antinuclear", hasta que el miedo al calentamiento global comenzó a predominar sobre el temor a todo lo que fuera radiactivo. Ahora, por suerte, se ocupan también de alertar sobre el desmonte indiscriminado, que amenaza la biodiversidad y los pocos ecosistemas naturales que nos quedan.

Otros ecologistas se especializan en la defensa de los grandes mamíferos, pero se interesan poco en los microorganismos en que se basa toda la cadena trófica del globo. Incluso hay algunos extremistas que preferirían la extinción de nuestra dañina especie.

 

LA VERTIENTE REACCIONARIA

 

Otra variante del ecologismo es más elegíaca y romántica y, a la vez, más reaccionaria.

Por sus manifestaciones, parece que quienes adhieren a ella quisieran volver a una hipotética e idealizada sociedad rural del siglo XVIII, anterior a la Revolución Industrial, pero en una versión absurdamente idealizada, sencilla y en pequeña escala. Olvidan que en ese siglo la esperanza de vida al nacer era del orden de los 40 años (según el país: en algunos, ahora se mantiene en ese rango o es menor aún), que la única anestesia que existía era una feroz borrachera, que la mortalidad infantil era del 30% o más, que casi todo el mundo era mucho más pobre que los indigentes de ahora y que casi todos eran analfabetos salvo los curas e incluso los reyes.

A esos militantes yo les preguntaría si cuando les duele una muela se toman una aspirina y van al dentista que los trata con un torno ultrasónico o si concurren al barbero para que les arranque la pieza enferma con una tenaza, sin anestesia ni antisepsia; si están dispuestos a hacerse un by-pass o prefieren morir de un infarto evitable; si viajan en avión, en automóvil, a pie o a lomo de burro (obviamente, sería altamente positivo reemplazar los autos privados por un eficiente sistema de transporte colectivo y usar más bicicletas, pero ése es un tema que merece mayor espacio) o si tienen teléfono, radio, televisión, DVD e internet.

La mayoría de la población no saldría de su aldea en toda la vida, salvo que fuese conchabada por la fuerza para la "milicia". De lo que pasa en otras partes del mundo les llegarían relatos deformados más que los de ahora, pero eso los dejaría indiferentes porque el mundo era un conjunto de islas culturales y no una entidad global como en la actualidad.

Aun hoy, la palabra con que se designan muchos pueblos originarios es la misma que significa "hombre" en general. Los extranjeros eran los "bárbaros" y la tortura, habitual y aceptada, especialmente por la Inquisición, que la hacía practicar por el "brazo secular" no se iban a ensuciar las manos en nombre de un llamado Dios de Amor. (*)

Probablemente no hubiese habido guerra en Irak, salvo entre grupos rivales como son ahora las incomprensibles masacres internas entre chiítas y sunnitas que ya entonces se mataban entre sí como, por otra parte, lo hacían protestantes y católicos.

Volvamos a la industria, que no es posible ni deseable eliminar. La cuestión se centra en el control eficaz y en las tecnologías no contaminantes, dos conceptos que son inseparables, porque la limpieza en la industria cuesta dinero y hace que los costos los lleven las industrias y no la población en general. La industria también necesita materias primas, muchas de las cuales son minerales, vegetales o animales, o derivadas de esos recursos. La agricultura "orgánica" es un lujo para ricos, aunque muchos ecologistas la propugnan y como generalmente tienen plata usan sus productos.

La industria antigua era muy contaminante, porque durante mucho tiempo se creyó que la naturaleza era inagotable en su capacidad de autodepuración y porque el capitalismo carecía de todo control social o gubernamental. Actualmente existen tecnologías mucho más limpias pero cuestan dinero, y su uso debe ser impuesto por los gobiernos.

Hemos planteado todo el enorme tema de la corrupción gubernamental, por una parte, y las exageraciones tecnofóbicas por otra, junto a la falta de educación científica y tecnológica de ciudadanos y periodistas, que no distinguen entre sulfatos y sulfuros y que probablemente nunca olieron cloro ni sulfuro de hidrógeno.

Por otra parte, en estas líneas ya destacamos hace un tiempo que el principal problema de Botnia no es la posible contaminación del río sino el monocultivo de eucaliptos, del cual pocos hablan, mientras espantan a sus propios turistas con el eslogan "papeleras = muerte".

El control de una industria existente y contaminante es un problema tecnológico sencillo, pero un problema político, económico y social difícil. Ejemplo de ello son los casos de las cuencas fluviales Matanzas-Riachuelo y Reconquista. Las empresas no tienen o no están dispuestas a gastar el dinero necesario para renovar su tecnología. Las nuevas tecnologías en general emplean menos mano de obra y agravan el problema del desempleo. Y los habitantes de las zonas más contaminadas temen con bastante razón que, si sus zonas se sanean y son provistas de plantas de tratamiento cloacal y agua potable, serán un objetivo codiciado por los intereses inmobiliarios y sus pobres villas correrán el peligro de ser reemplazadas por grandes desarrollos urbanos para los ricos; así, ellos perderán no sólo sus empleos sino también sus viviendas.

Es evidente que hay mucho que no cierra, mientras los intentos de solución son cajoneados. Transformar los problemas ecológicos resolubles en problemas políticos insolubles es una imaginativa manera de impedir las soluciones de fondo, aunque los ecologistas honestos seguramente no lo entiendan así.

(*) Claro que ahora se sigue practicando, pero se la repudia y se la prohíbe. Una mezcla de hipocresía y progreso, como tantos elementos de nuestra sociedad; por ejemplo, la democracia misma.

 

TOMAS BUCH

tbuch@invap.com.ar

 

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