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Don Pedro, un gran emprendedor de Río Colorado
Cumplió esta semana 85 años, la mayor parte
de ellos ligados al trabajo de campo.
Sus padres llegaron de la Península Ibérica,
de Zaragoza, a principios del siglo pasado.
Hoy su hijo sigue, con la misma pasión,
liderando las actividades de la chacra.

Pedro Millán cumplió el jueves pasado 85 años de vida, la gran mayoría de ellos vividos en Colonia Juliá y Echarren y ligados directamente a la producción de frutas.
Don Pedro es un hombre emprendedor que no se quedó sólo con la chacra sino que buscó sumar avances para la producción, como la incorporación de un frigorífico para la conservación de la fruta que le quitó incertidumbre a la comercialización y le agregó valor por la venta que ahora incorporaba en contraestación.
También se participa activamente al ámbito social, siendo un pilar importante –sino vital– en el club Defensores de la colonia, primero como jugador y más tarde como presidente durante más de veinte años.
Los Millán tienen fuerte raigambre en esta comunidad. Es una familia tradicional en el medio y sus integrantes han contribuido al crecimiento de la ciudad y hoy continúan con esa tarea los integrantes jóvenes de esta respetada familia riocoloradense.
Indagando en su memoria cita que siempre ha escuchado a los viejos chacareros quejarse y decirle a sus hijos: “vos no vas a ser chacarero como yo”. Don Pedro admite que no hay muchos chacareros jóvenes en la actualidad “aunque algunos están volviendo” dice con esperanzas de revertir esta triste tendencia.
Defensor incansable de los productores de la colonia, Pedro Millán no deja lugar a la duda cuando afirma que el fruticultor sabe “cualquier cantidad” sobre las cosas de la chacra porque se preocupa, aprende y quiere progresar.
Don Pedro nació en Médanos en 1922, un puñado de años después de la llegada de sus padres Guillermo Millán y Escolástica Mata, pareja que dejó atrás la localidad de Villarroyo de la Sierra, en la provincia de Zaragoza, buscando un nuevo horizonte para la familia. Recayeron siguiendo el ímpetu y el olfato, si se permite la expresión, de Baltazar Millán, hermano de Guillermo que, con un espíritu más aventurero, los impulsó a viajar hacia América.
 “Mis padres llegaron después de la cruenta Primera Guerra Mundial. En ese momento se percibía en Europa que otra gran guerra estaba por estallar y no quisieron quedarse para sufrir. No tenían problemas en trabajar en tareas duras, rurales, y así se instalaron en Médanos, en la provincia de Buenos Aires” cuenta con emoción Don Pedro.
Poco tiempo después, en el año 1924, la familia Millán llegó a la Colonia Juliá y Echarren,precisamente en la chacra de Cavilla, con una superficie de unas 40 hectáreas. Durante 10 años la trabajaron duro. Se desmontó y se sembró toda la superficie.
“Un año logramos cosechar 22.000 kilos de alfalfa, un verdadero record que nos vino muy bien en lo económico y en lo anímico, porque nos indicaba que estábamos haciendo las cosas bien. Yo era chico y me encargaba de cuidar los animales, que eran muchos y de todas las especies posibles” recuerda.
Después de una década, levantaron el campamento y se fueron a la localidad de Pradere, donde se estaban habilitando chacras nuevas y de buena tierra. “Se hablaba mucho en aquel tiempo de las chacras de Pradere. Las tierras eran buenas pero no tenían desagües y se llenaron de salitre muy rápido. Estuvimos allá dos años y nos volvimos a Colonia Juliá y Echarren” señaló.
Como en todo el periplo, fue el tío Baltazar quien primero regresó. Por cuestiones del destino, una buena oportunidad los estaba aguardando en pleno corazón de la colonia.
“Estaba acá García Alvarez, un hombre que ya había preparado las valijas para volver a Europa y por eso nos vendió su chacra. Mi tío y mi padre eran socios, se llevaban muy bien y juntos construyeron las bases para todo lo que hicimos nosotros después” dice orgulloso Don Pedro.
Los comienzos fueron duros, pero en los hermanos Millán no había lugar al desánimo, característica que se trasladó a sus descendientes. Se trabajaba con caballos, rastras de dientes, arados de mano, o simplemente con el pico y la pala. “Hicimos los desagües con la pala de buey, conformando equipos de chacareros para hacer tramos. No había frío que los detuviera. Yo era chico pero me acuerdo bien todo”.
Pedro Millán vivió toda la vida en la Colonia Juliá y Echarren, y por ende estuvo presente en todas las etapas de transformación de la misma.
Sin dejar de lado una sonrisa, cuenta que primero comenzaron poniendo viñas. “Pero se nos helaban tanto que decidimos cambiar por manzanas. Debemos haber sido uno de los primeros que optamos por la manzana” comenta en su casa ubicada en la chacra de 22 hectáreas.
Los profundos ojos celestes toman un brillo especial cuando recuerda la primera producción de manzana que trabajaron bajo una enramada. “Era la manzana tradicional o la Jonatan. La tradicional algunos no la quieren por el color. Es muy buena, pero el mercado ya en aquel entonces mandaba”.
Más adelante buscaron disminuir la incertidumbre en la comercialización.
“Como sociedad levantamos un frigorífico para guardar la manzana, que se llamó Fruticultores del Centro. La iniciativa fue nuestra junto a Manolo Espósito y José Carbó, dos hombres con mucho empuje. Hicimos varios viajes para conseguir el crédito, hasta que lo logramos. De esa manera si no tenías a quien venderla, la podías guardar. También tomábamos frutas de terceros” indicó.
Comparando los viejos tiempos con los actuales, Don Pedro resalta que la poda que se realiza ahora es diferente. “Antes se cortaba mucho a la planta, se la dejaba cortita. Ahora la dejamos hasta arriba y si la volcás, al otro año ya está floreciendo. Se gana mucho tiempo, además las variedades son mucho más precoces”.
   Otro aspecto que ha cambiado sobremanera, es la forma de vida del chacarero. “Antes solamente comprábamos harina, carne de vaca o el pan. El resto lo teníamos todo en la chacra. En ocasiones especiales se carneaban varios lechones, reunían varias familias y era una verdadera fiesta. Se vivían momentos muy lindos”.
Don Pedro se destacó además en la faceta deportiva, siendo jugador de fútbol de su querido Defensores de la colonia. Dueño del mediocampo, nunca fue expulsado de un campo de juego, manteniendo una conducta intachable dentro de la cancha. Siempre jugó en Defensores aunque también vistió las camisetas de de otros clubes como refuerzo en torneos regionales.
Luego le llegó el turno de ser dirigente de su club, cargo que mantuvo hasta hace pocos meses. Durante más de veinte años condujo los destinos de la entidad con seriedad y espíritu emprendedor. Hoy es presidente honorario y el coqueto estadio del club lleva su nombre en virtud a toda su trayectoria, esfuerzo y trabajo dentro de la institución.
Está casado con Ester Romeo hace 54 años, pilar necesario en una vida llena de iniciativas y compañera inseparable en tiempos de bonanza y de desilusiones.
Consultado sobre el presente de la colonia, Pedro hace una rara mueca que sintetiza su pensamiento. Se toma varios segundos para responder. “La colonia se ha venido abajo, hay abandono en muchas partes. Cuando vos ves que no van dejando un álamo, ya te da una idea como están las cosas. Cuando se cortan los álamos, es porque los chacareros andan secos decían antes. Y algo de eso debe estar pasando”.
La chacra de la familia la está manejando su hijo, también de nombre Pedro, aunque con la permanente supervisión de Don Pedro. “Me gustaría hacerle más cosas pero va andando bien. Mi hijo tiene un mercado de frutas en Bahía Blanca, y en líneas generales marcha bien. Mientras que mi hija Graciela es farmacéutica, tiene su farmacia en el barrio Villa Mitre y me sigue los pasos como dirigente del club”.
Queda dando vueltas en el aire la frase “no vas a ser chacarero como yo” que tantas veces escuchó durante su infancia. Vuelve sobre el tema e insiste en que Argentina debe producir y exportar. “No podemos ser todos doctores y abogados” concluyó.

UN PAIS ABIERTO AL MUNDO
 
La gran inmigración de europeos y mediterráneos cambiaron la composición étnica de la población argentina que le dio impulso a la producción y al trabajo de un país que quería empezar a crecer.
Los Millán, como todos los migrantes, llegaron a estas tierras con su carga de esperanzas. Si bien apenas una minoría logró ser propietaria de las tierras al poco tiempo de bajar del barco, muchos ascendieron económica y socialmente, consiguieron trabajo, lograron libertades constitucionales o tuvieron la alegría de ver crecer en paz y libertad a sus hijos.
Sin embargo en este balance, no debemos dejar de mencionar el otro platillo de la balanza en donde se debe poner los afectos que tuvieron que dejar, las dudas que debieron enfrentar ante lo desconocido, las primeras desilusiones en un escenario extraño, la tristeza por no saber si algún día regresarían a su tierra.
Es cierto que hubo momentos de rivalidad entre inmigrantes y criollos por desconfianza y desconocimientos mutuos. Pero con el correr del tiempo, y especialmente gracias a la igualdad proporcionada por la escuela pública y la solidaridad criolla, los inmigrantes no se sintieron discriminados, y menos aún sus hijos, que ya se sentían bien argentinos.
Argentina fue un país abierto al mundo a todos quienes traían por objeto labrar la tierra y mejorar las industrias. Así fueron confluyendo nacionalidades, religiones, etnias y lenguas, en medio de la cual el argentino aprendió a convivir con lo distinto, a sentirse un ciudadano plural. Y sin dudas eso quiso significar Jorge Luis Borges al decir que “nuestra tradición es el mundo”.
Al principio, la mayoría eran hombres solos los que se aventuraban para después llamar a sus familias, una vez que conseguía trabajo y un lugar para vivir.
En esta parte del país, muchos inmigrantes se asentaron primero en la zona de Médanos (Buenos Aires) trabajando en tareas rurales, desmonte, siembra de trigo, producción de leña.
Luego buscaron nuevas oportunidades en el desarrollo del valle del Colorado, cambiaron el monte natural por las chacras bajo riego, el trigo por la producción de manzanas. Ese camino siguieron los hermanos Baltazar y Guillermo Millán, verdaderos pioneros de Colonia Juliá y Echarren.
Del matrimonio de Guillermo y Escolástica, nacieron seis hermanos muy unidos, de los cuales Pedro era el cuarto hijo. Juntos prosiguieron la explotación de las chacras que hoy continúa su hijo, también llamado Pedro que tiene dos hijos Lucas y Marcos. Su otra hija es Graciela, farmacéutica, que tiene un hijo llamado Maxi.

 



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