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“Los pactos corporativos no ayudan a la gobernabilidad general”
En “Sociedades invisibles. La cultura de la ingobernabilidad en América Latina”, Delich aborda un tema crucial del presente y para el futuro del continente: las dificultades que genera para la estabilidad democrática la constante –y a menudo salvaje en nuestro país– puja de intereses sectoriales.

na de las conclusiones a las que se arriba rápidamente a través de la lectura de su libro es que usted no demoniza, por así decirlo, la ingobernabilidad. No la instala como el estado ideal para un sistema político pero le raspa capas de negatividad. Vale que cada caso es un caso, por supuesto. ¿Hay que deducir que la ingobernabilidad puede, eventualmente, ser un paso a mejor gobernabilidad y no necesariamente un deterioro de ésta?
–Exactamente. En general se tiende a creer que una sociedad “sin ruido”, por llamarlo de alguna manera, es el paradigma de la gobernabilidad, pero cuando las sociedades crujen por algo es. Y ese crujir puede implicar una posibilidad de mejorar la gobernabilidad en tanto y en cuanto se asuman respuestas a lo que provocó el crujido… incluso procesos muy extremos de cuestionamiento a todo lo existente en materia de poder político, con expresiones extremas de desorden que eventualmente hablan de ingobernabilidad, aunque lo uno no necesariamente implica lo otro, terminan fortaleciendo la gobernabilidad. La crisis que derrumbó a De La Rúa no terminó en golpe de Estado y el Congreso, en tanto poder para hacerse cargo de la situación, funcionó... si eligió bien o mal es otra cuestión.
–¿Estamos ante casos similares al de Franklin Delano Roosevelt, hacer de la crisis una oportunidad?
–Puede ser, claro. Yo reflexiono el tema desde la sociología y encuentro que el tema también tiene que ver con cierta dialéctica que ha tenido en ese campo el concepto de “orden”. Desde una línea que viborea por Parsons, Durkheim y Max Weber, la sociología clásica reflexionaba el desorden como la patología del orden. Esta percepción ha mudado como resultante del devenir histórico, y desde hace años uno puede fundamentar con rigor que el desorden no necesariamente expresa esa patología, sino una instancia a partir de la cual se construye una nueva relación social. Las sociedades se mueven, asumen nuevos protagonismos. ¿Quién hubiera dicho dos décadas atrás –por tomar un caso, nada más– que un conjunto social, un espacio urbano cualquiera fuera su dimensión, saldría a la calle a defender el medio ambiente? Y son defensas vehementes, decididas, que en muchos casos desbordan y se estampan vía mucho desorden.

LOS LIMITES DEL ORDEN POLITICO

–¿Hay que repensar el orden y el conflicto? Un interrogante que va y viene en su libro de la mano de Albert Hirschman.
–Bueno, él encara con mucha precisión los desafíos que tiene la gobernabilidad tal cual se la entiende en términos generales. El se pregunta concretamente cómo pensar los límites del orden político cuando un gobierno se deshace a veces a toda velocidad y de cara a la sociedad hay sólo vacío, que “produce más miedo que la dictadura”, señala Hirschman.
–Dicen los psicoanalistas que la percepción de vacío tiene, en cualquier orden de la vida, una potencia intrínseca muy atemorizante ya que se instala sin brindar nada sobre el por-venir... ¿diciembre del 2001?
–Sin embargo, ese por-venir fue cubierto; hubo una respuesta. Yo sostengo, y así lo digo en el libro, que la inestabilidad del poder político es sólo la punta del iceberg.
–Pero la ingobernabilidad está en el campo de la política.
–Por supuesto. Y sus signos son políticos, pero no detecta el movimiento de la sociedad sino en el momento en que ésta se expresa. A modo de enmarcarle su origen, la ingobernabilidad es, como primera cuestión, expresión de una relación, ésa que vincula el Estado con la sociedad y la política con la lucha de intereses particulares, de mercado, etcétera. Pero las raíces de la ingobernabilidad no son necesariamente de índole política. Mire, hay que acostumbrarse a que la democracia es un sistema que ayuda a gestionar racionalmente el orden social, pero esto no implica que no sea un sistema ajeno a tensiones; por el contrario: la tensión es permanentemente consustancial al mismo.
–En todo este marco, ¿la Argentina es un “especial case” en el contexto latinoamericano?
–A ver... me parece que todavía vivimos una de las herencias del MISI (modelo de industrialización por sustitución de importaciones). Mientras éste tuvo vigencia, se privilegió la gobernabilidad a través de pactos corporativos, tanto en dictaduras como en democracia. En esencia, la ecuación era juntar empresarios con sindicatos para lograr gobernabilidad y, eventualmente, un proyecto en común. La idea era conciliar intereses para tener gobernabilidad. Pero qué pasa: la gobernabilidad también se asienta en el carácter de la ciudadanía, que tiene intereses particulares que en definitiva suelen devenir en corporativos. Aquí ese interés particular, a la hora de luchar por su posicionamiento, es presentado por el interés de toda la sociedad... pasa en estos días en los subterráneos de Buenos Aires: los paros salvajes que se están instrumentando se presentan como una acción destinada a mejorar la seguridad de los pasajeros, cuando en realidad su naturaleza es definidamente gremial. Es decir, la cultura corporativa de la Argentina está siempre latente, se expresa en pujas de diversa índole y se despliega siempre haciendo primar lo particular por encima del interés general. Así, los pactos corporativos pueden ayudar a la gobernabilidad en el corto plazo, pero no ayudan a la gobernabilidad general del sistema porque cuando los intereses entran en conflicto se acabó el pacto. En la ferocidad que suele alcanzar esta lucha, la Argentina es un país muy particular en el concierto continental. Quizá convenga señalar qué entiendo como entidades corporativas o, mejor dicho, qué las define: desde mi perspectiva, se caracterizan por: A) la defensa de intereses económicos particulares; B) socialmente legítimos, claro; C) legalmente articulables; D) discursivamente presentados o identificados como de interés general y E) sectorialmente monopólicos.
–En relación con esta característica, otra de las reflexiones que genera su libro se centra en lo que podríamos definir como el “descuido” que, en su consideración, han tenido las ciencias sociales en relación con la importancia que tienen las elites en el destino del continente. ¿Cómo es esta cuestión de ese “descuido”?
–Yo apunto a una recuperación conceptual de la importancia de las elites a partir de años de reflexionar sobre lo escrito en “Las elites del poder” por un gran sociólogo norteamericano, Mills. En los años de hegemonía de los grandes paradigmas en el campo de las ciencias sociales –el marxismo y el estructural-funcionalismo–, el concepto de elite no se abordaba como instrumento de poder, de gravitación. En el caso del marxismo, instaló el concepto de burguesía, cuya significación se deterioró con los años y hoy prácticamente no significa nada. Desde la otra variante analítica, tampoco se trabajó con el concepto de elite, que siguió opacado como dato de importancia en el análisis de los comportamientos de poderes. Y sí, yo propongo una recuperación de este concepto porque incluso permite, en términos de hipótesis, explicar en gran parte la ingobernabilidad.
–Pero no por carencia de elites, ¿o sí?
–No por carencia sino por la lucha facciosa entre elites en todo su abanico: política, empresarial, gremial... una dispersión que expresa la carencia de una elite unificada en puntos de cohesión para el conjunto, cohesión que sí se da en Brasil. Acá, esa lucha siempre compromete todo atisbo de cohesión en función de un proyecto amplio, integrado al conjunto como de interés nacional.

EL ELEGIDO

Francisco Delich nació en Córdoba hace 72 años. Egresó de la universidad parisina de La Soborna con diplomas en Economía y Sociología. Fue rector de las universidades de Buenos Aires y Córdoba y distinguido como doctor honoris causa por las universidades de Nottingham, en Gran Bretaña; San Marcos, de Perú, y Soka Gakai, de Japón.
Fue secretario del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) y en el presente lidera el Consejo Superior de la Facultad de Ciencias Sociales (Flacso). Ex subsecretario de Educación de la Nación durante los tres primeros años de la administración de Raúl Alfonsín, Delich sostiene en su libro que a escala mundial el Estado está “alterando su naturaleza para adaptarse a la planetización. La sociedad civil se desestructura como consecuencia de las transformaciones que se producen en la división social del trabajo. El impacto de la sobreproducción del orden simbólico y la resignificación de los fenómenos urbanos contribuyen a consolidar la imagen de la ingobernabilidad. En sentido estricto, es la gran transformación”.

El encuadre de la ingobernabilidad

 “La gobernabilidad es la capacidad de gestionar democráticamente el orden social complejo y donde la aceptación de normas legales de un gobierno legítimo tiene una probabilidad alta de historicidad.
”Llamaremos entonces ingobernabilidad coyuntural en los sistemas democráticos a una situación donde: a) un gobierno legítimo no puede imponer decisiones legales, B) ni imponer su agenda de prioridades C) sin alterar la división republicana de poderes.
”La gobernabilidad estructural en sociedades globales complejas es función de la calidad de la articulación entre cuatro dimensiones: Estado, nación, sociedad civil y mercado. En consecuencia, a nivel estructural, la ingobernabilidad es el producto de la desarticulación entre dimensiones analíticas y campos históricos. Como traté de establecer en ‘La crisis en la crisis’, la ingobernabilidad agudiza y manifiesta la tensión latente entre dimensiones y campos de acción cuya dinámica está condicionada y orientada por lógicas diferentes.
”La ingobernabilidad es un problema político que no tiene causas sólo políticas. Es usual, aunque no se explicite, adjudicar la ingobernabilidad a variables metapolíticas, como la pobreza, las identidades, etc.
”Así, entonces, cuando la lógica del Estado colisiona con la lógica civil, la lógica de la nación con la lógica de los mercados, la ingobernabilidad, cualquiera sea el sistema social total, es una probabilidad emergente inmediata”.

(“Sociedades invisibles...”, página 52)

 



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