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Oesterheld, el escritor que habló a través de la moral de sus personajes
Juan Sasturain es una de las personas que más han profundizado en la obra de Héctor Germán Oesterheld, a quien considera responsable de producir con
“El Eternauta”, hace ya medio siglo, lo que significó una auténtica revolución formal e ideológica en el relato aventurero, con un fuerte compromiso social.

Era de madrugada, apenas las tres. No había una luz en las casas de la vecindad. La ventana de mi cuarto de trabajo era la única iluminada. (...) De pronto un crujido, un crujido en la silla enfrente mío, la silla que siempre ocupan los que vienen a charlar conmigo...”. Así comienza “El Eternauta”, la historia de Juan Salvo y su trágica aventura, que lo perdió en el espacio-tiempo; la historia de la invasión de los “Ellos” (seres con una tecnología muy superior a la nuestra capaces de esclavizar a cuanta civilización encuentren) a la Tierra.
Escrita por Héctor Germán Oesterheld, dibujada por el talentoso Francisco Solano López, publicada por primera vez en 1957 y desde aquel momento leída por generaciones que disfrutaron de esa aventura que narra la invasión de Buenos Aires y la lucha por la resistencia, “El Eternauta” modificaría para siempre los caminos de la historieta argentina.
Apasionado lector del género desde su infancia, el escritor y periodista Juan Sasturain confiesa hoy que su encuentro con el “aventurador” Oesterheld se produjo cuando tenía 12 años. “A los pibes de mi generación nos agarró con el corazón abierto y el alma dispuesta a todo como indios o piratas; con el sueño borgeano del héroe, como cowboys, soldados o exploradores”, aclara. Esa experiencia del relato de aventuras en forma de historieta “nos marcó y nos permitió entrar después a los relatos de Jack London, Stevenson, Stephen Crane o Joseph Conrad, a las películas de John Ford o al neorrealismo italiano como a un territorio conocido y con los mapas en la mano”, explica.
El encuentro de Sasturain con ese comienzo se produjo en los primeros días de setiembre de 1957, cuando en las páginas del número inicial de la revista “Hora Cero Semanal” comenzó a publicarse “El Eternauta”.
Ahora sabemos que la idea original de Oesterheld era escribir un cuento corto que empezara con unos amigos (Favalli, profesor de Física; Herbert, empleado de banco y fanático de la electrónica; Polsky, el jubilado, y el protagonista Juan Salvo, dueño de una fábrica de transformadores) jugando al truco en una casa de un barrio suburbano de Buenos Aires mientras la ciudad sucumbía a su alrededor por la acción de una nevada. Fue tal el éxito de esa primera entrega que hubo Eternauta por dos años más.
La promoción de la historieta anunciaba la historia del “hombre que viene de regreso del futuro, que lo ha visto todo, la muerte de nuestra generación, el destino final del planeta”. Juan Salvo era ese hombre que, arrojado a otra dimensión del tiempo, se convertía en el héroe que buscaba a su familia y el orden perdido.
Como bien señala Sasturain, “el héroe de Oesterheld no existe antes de que las cosas sucedan. Es un hombre común al que las circunstancias ponen a prueba y se revela para los demás y sobre todo para sí mismo como un héroe. Es el que está a la altura del desafío, aun con miedo y derrota incluida, y –sigue– se hace cargo de lo que cree, de lo que sueña, de sus convicciones y de sus sentimientos”.
“Inicialmente, ‘El Eternauta’ fue mi versión de Robinson Crusoe. La soledad del hombre rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos. Por eso la partida de truco, por eso la pequeña familia que duerme en el chalet de Vicente López, ajena a la invasión que se viene. Ese fue el planteo. Lo demás creció solo, como crece sola, creemos, la vida de cada día”, confesó el propio Oesterheld en ocasión de la primera edición completa de su obra más conocida.
“El Eternauta” incorporó al género las tensiones del mundo moderno, el universo de los extraterrestres, los fantasmas de la bomba atómica y la Guerra Fría.
El protagonista de esta obra es Juan Salvo. El y sus amigos son los únicos sobrevivientes de una invasión extraterrestre que azotó Buenos Aires. “Los hombres robots –se entusiasma Sasturain– son, junto a la glándula del terror, dos de los inventos perturbadores de Oesterheld y Solano López: cuando en las páginas finales Juan Salvo ve pasar a sus amigos convertidos en autómatas el horror ha tocado fondo. No debe ser casual que en ambos casos, la glándula y la teledirección, se trate de formas de sujeción de voluntad individual, una constante de la ficción apocalíptica y antitotalitaria de la época”.
Como muchos otros intelectuales de entonces, Oesterheld vio con buenos ojos la política de desarrollo industrial y científico que proponía el gobierno del presidente Arturo Frondizi.
Por eso Sasturain subraya que “El Eternauta” de 1957/1959 es un texto que “respira el clima ideológico y la propuesta social del desarrollismo que se propone como salida para los sectores medios y el país todo. La alianza de clases, el reconocimiento del papel fundamental del sector obrero, la presencia necesaria de los militares y la incorporación de los intelectuales son el marco en el que el protagonista (¿qué otra cosa podía ser sino un pequeño industrial nacional?) sale de su casa a cumplir un deber histórico, un desafío”.
Cincuenta años después, quien ha sido uno de los propulsores del desarrollo y difusión de la historieta nacional recuerda como si fuera hoy aquel cuadrito en el que se ve a Juan Salvo golpeándose el pecho como Tarzán bajo la nevada en la puerta de su casa, que lo lleva a sostener que la aventura en Oesterheld sucede cuando alguien es puesto “en una situación límite (la muerte, la guerra, la invasión, la injusticia, lo desconocido)” y debe estar a la altura del desafío: “se anima, se aventura más allá de lo que sabe o puede, sólo llevado por lo que cree y por lo que cree que debe”.
Para Sasturain, Juan Salvo está lejos de ser ese típico aventurero que busca vivir peligrosa o gratuitamente fuera de todas las reglas, metiéndose en líos, cambiando de trenes o de causas. “Tener una aventura es encontrarse en una coyuntura en que está comprometido el sentido último de la vida personal y reconocerlo. Aventurador es el que pone el cuerpo donde antes puso el afecto o la fe. De ahí los valores de la solidaridad, el héroe colectivo, los atributos más elocuentes que aparecen en las historias de Oesterheld”, explica el autor de “Manual de perdedores”.
A la hora de señalar los aportes que la obra de Oesterheld hizo al género de las historietas, Sasturain puntualiza como principal el de proponer “un triple cambio de domicilio para la Aventura, así, con mayúscula, como le gustaba escribirla”. La primera de esas modificaciones está referida al soporte, porque “trasladó definitivamente la Aventura a la historieta como vehículo privilegiado: nada de lo que pudiéramos ver en el cine o en la televisión o leer en los libritos de género argentinos e incluso extranjeros se le aproximaba”.
 El lugar de la peripecia es, en su opinión, el segundo aporte que hizo el autor de “El Eternauta”: “Oesterheld superó la aparente necesidad del exotismo y la distancia espacio-temporal para hacer verosímil la ficción según la cual la aventura es algo que les sucede a otros en otra parte. Con él, la Aventura comparte o puede compartir la situación de lectura: las cosas pasan o pueden pasar en el mismo tiempo y lugar en que son leídas, la realidad y el sujeto cotidianos se convierten en materia aventurable”.
La tercera instancia de cambio fue que “trasladó la lógica y el sentido de la Aventura de afuera hacia adentro, la convirtió en aventura interior”. “Oesterheld –agrega Sasturain– rompe el sistema de la aventura convencional con su héroe, el necesario desafío y la tarea cumplida que incluye recompensa, chica, medalla y beso, y lo sustituye por otra legalidad que no supone el triunfo como única alternativa. El héroe puede morir y puede ser derrotado, porque lo que lo define como tal es el resultado de otra batalla, la única valedera, que es la que debe librar consigo mismo: ser capaz de estar a la altura de lo que cree, de lo que sueña, más allá de las circunstancias”.
Sasturain se entusiasma cuando apunta que su autor con esta obra produjo “una auténtica revolución formal e ideológica” en el relato aventurero. “Entendió la Aventura no como una cuestión trivial o divertimento evasivo sino como algo mucho más sutil: la aventura es el lugar de la pregunta por el sentido”, sentencia pidiendo disculpas por el exceso.
Otro de los puntos que destaca Sasturain es la coherencia entre hacer y escribir: “La moral de los personajes de Oesterheld es la moral del escritor”, afirma. “El acto de escribir es para él una aventura, un desafío, el lugar donde expone lo que sabe, lo que quiere y, sobre todo, lo que cree. Por eso no sólo imagina y conjetura sino que aventura: pone el cuerpo detrás de lo que escribe. Vivir de acuerdo con el código se llama eso. Y Oesterheld llevó hasta las últimas consecuencias ese afán desmesurado, desesperado, de coherencia: obrar a la altura de lo que se ha escrito, que actuar y escribir sólo sean dos maneras paralelas, conjugadas, de aventurar, de crear un sentido bancado por la vida”.

UN HOMBRE ETICO QUE ESCRIBIA

Pero Oesterheld no sólo fue un talentoso contador de aventuras. También fue, sobre todas las cosas, un hombre bueno y sensible o, como dice Sasturain, “un hombre bueno que manifestaba su sensibilidad contando aventuras que no necesariamente ‘terminaban bien’ pero que dejaban en claro que había razones suficientes para sentirse cerca de sus personajes buenos. Oesterheld era un hombre ético que además escribía”, subraya.
Dignidad, coherencia, compromiso y respeto son calificativos que podrían sumarse a los expresados por Sasturain, quien apunta que “escribir y vivir de acuerdo y sin contradicciones con lo que creía, además de ser muy valioso, ganar respeto y admiración, cuesta caro”.
Oesterheld lo pagó con una muerte violenta que también abarcó a sus cuatro hijas y tres de sus yernos, además de dos nietos secuestrados y recuperados posteriormente por la familia y otros dos nacidos en cautiverio cuyo destino hasta el momento se desconoce.
En una larga “Carta al sargento Kirk”, una suerte de poema narrativo, Juan Sasturain escribió: “En cuanto a Héctor, el viejo, no se fue. Anduvo algunos años lidiando por estos arrabales del mundo y de la democracia, eligiendo bien en general –me entiendes: del lado de los indios–, y no le fue mejor que a ti: perdió amigos, el buen nombre en las editoriales, cuatro hijas. No es mucho en un país lleno de sangre; es demasiado para un hombre solo. Ahora es uno más en una lista larga y llena de agujeros; otros reciben tardíos premios en su nombre.”

Arte para todos

Hijo de inmigrantes, Héctor Germán Oesterheld nació el 23 de julio de 1919 en la ciudad de Buenos Aires. Geólogo de profesión, recorrió el país buscando petróleo para YPF. En forma paralela se desempeñaba como corrector en una editorial y ya comenzaba a escribir sus primeras obras para chicos. La publicación de su primer cuento (Truila y Miltar) en el diario “La Prensa”, en 1943, le abrió la posibilidad de escribir infinidad de textos de divulgación científica y de ficción para niños y adolescentes, aparecidos en la revista “Gatitos” y en la colección Bolsillitos (firmados bajo el seudónimo Sánchez Puyol).
Quien lo animó a escribir historietas fue el genial Boris Spivacow, editor de Editorial Abril. Oesterheld estaba convencido de que la historieta, “si se hace bien, puede ser el libro educativo del futuro”. Creía en un arte para todos y al alcance de todos, por eso apostó a esos espacios relegados de la cultura como la literatura infantil, la historieta, la ciencia ficción yla divulgación científica.
En los primeros años de la década del ’50, su nombre frecuentó las páginas de las revistas “Cinemisterio”, “Rayo Rojo” y “Misterix”, de Abril. En esta última publicó las exitosas historias de “Bull Rockett”, ilustrado por el italiano Paul Campani y luego por Francisco Solano López, y “El sargento Kirk”, por Hugo Pratt.
En 1956 fundó su propia editorial, a la que llamó Frontera y que en mayo de 1957 lanzó “Hora Cero” y “Frontera”, que representaron la época de oro de la historieta en la Argentina, llegando a tiradas de 90.000 ejemplares. La editorial quebró en 1961. El día en que estalló el Cordobazo (29 de mayo de 1969), la revista “Gente” publicaba una nueva edición de “El Eternauta”, con dibujos de Alberto Breccia. Con “La guerra de los antartes”, escrita en 1970, Oesterheld reflejó su proyección política utilizando la ficción, en los convulsionados años ’70 de la Argentina.
Los antartes, seres llegados de un remoto planeta, invaden la Tierra y acuerdan la paz con las grandes potencias mundiales a cambio del dominio de América Latina. El héroe colectivo se convierte en una célula de militantes armados que actúa en la clandestinidad. “Esta es mi revolución. Ustedes, que son jóvenes, van a ver muchas. Yo sólo voy a poder vivir ésta”, les decía Oesterheld a sus compañeros del grupo de prensa de la Juventud Trabajadora Peronista. Producido el golpe de Estado, desde la clandestinidad Oesterheld comenzó la escritura de la segunda parte de “El Eternauta”, marcada por la concientización ideológica y el proyecto político de Montoneros. El 27 de abril de 1977 fue secuestrado por un grupo de tareas en La Plata. Según la Conadep, estuvo en Campo de Mayo y en los centros clandestinos de detención conocidos como El Vesubio y El Sheraton, donde fue salvajemente golpeado y torturado. Se cree que fue asesinado algún día de 1978. (P. M.)



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