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Sin embargo, debía irme a casa...

"(...) Sin embargo, debía irme a casa. Ese 'debía', ese imperativo secreto se me revelaba sin ninguna explicación... Uno obedece ese tipo de órdenes misteriosas con todo su ser, sin objeciones ni condiciones. Yo llevaba diez años 'viviendo en Europa' como un estudiante de grado superior especialmente aplicado y un día mi situación se me antojó grotesca y llena de mentiras. Mi vida perdió de repente toda su sustancia: le faltaban los detalles palpables de la realidad cotidiana, carecía por completo de contenido, del contenido sin el cual la existencia en un país extranjero se convierte en una especie de deriva. Tuve que admitir que todo lo que percibía en 'el extranjero' quedaba lejos de mí... que la comida me gustaba pero me parecía estar degustando los manjares artificiales de un concurso o una exposición gastronómica, que las noticias que leía en la prensa no me atraían y ni siquiera me las leía, que no me importaba si alguien moría en mi calle o si a alguien le había mordido un perro. (...) Desde Montreux mandé una carta avisando de que volvía".

 

(Extraído de "Confesiones de un burgués", pág. 441)

"(...) Mi padre había sufrido mucho. Sólo ante la muerte somos capaces de comprender del todo a las personas con las que tenemos algo que ver, con las que tenemos algo en común. Mi padre murió en una ciudad que no era la suya, en una ciudad de desconocidos; únicamente estábamos a su alrededor los miembros de su familia, ese tejido complejo del que él era y eso también me lo enseñó la muerte el centro y el sentido. La muerte del padre constituye siempre una explosión: la familia se deshace en pedazos y cada uno empieza a seguir su propio camino".

(Extraído de "Confesiones de un burgués", pág. 446)



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