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EL REGRESO DE UN DANDY
Del olvido a su plena vigencia, ésa es su condición hoy. Su ejercicio de la memoria atrae tanto desde sus novelas, que se ha convertido en el escritor de referencia en la literatura mundial actual. Este fenómeno es quizás la mejor retribución
que los lectores le pueden hacer a quien se intentó destruir cuando el fascismo arrebató el poder en su Hungría natal.

Es el escritor del momento.

Tanto para los snobs como para los amantes de la buena literatura; para los que se mueven en circuitos elitistas como para los masivos que consumen best-sellers.

Es el fenómeno que va en aumento.

Se lo vocea de lector a lector, sólo con fervor, sin campañas publicitarias de ningún tipo.

En habla hispana, una editorial de pequeña escala como Salamandra (un desprendimiento de Emecé) recuperó sus textos tras estar años y años en el olvido y factura de lo lindo por las ventas de millones y millones de ejemplares.

El es Sándor Márai.

Su obra, que estuvo prohibida por el régimen soviético, es recuperada ahora como una de las plumas más notables de la literatura de Europa central. Es el Proust de los húngaros, se dice. También se le da la estatura de Thomas Mann, Stefan Szweig, Arthur Schnitzler o Joseph Roth. Y también la del norteamericano Philip Roth.

Nació en 1900 en la aldea húngara Kassa, que hoy pertenece a Eslovaquia, y se suicidó en 1989, en California, meses antes de la caída del Muro de Berlín.

Formaba parte de la burguesía cosmopolita del momento. Su verdadero nombre era Groschmid, familia sajona judía que se instaló en Hungría en el siglo XVII.

Pasó un período de exilio voluntario en Italia y Francia durante el régimen fascista del almirante Horthy en los años veinte, hasta que se fue de modo definitivo de su país en 1949 con la llegada del régimen comunista y se exilió primero en Canadá y luego en San Diego, California, donde terminó él mismo con su vida, de un balazo en la cabeza.

En su país publicó más de cuarenta libros entre poesía, teatro, artículos, diarios, memorias y novelas, en los que retrató como ninguno las clases acomodadas, cultas y refinadas del imperio austro-húngaro (1867-1918).

En el centro europeo, en los años 20 y 30 conoció el apogeo de su éxito literario. "Era un escritor con maneras de dandy y disfrutaba de una desahogada posición económica con casas, coches, amantes...", registran sus biógrafos.

Esto, que es cierto, no deja de ser meramente anecdótico; su obra tiene algo aún mucho más profundo que atrae, enloquece y forma legiones de fanáticos. Porque uno lee un libro suyo, después otro, después

otro y otro más... y los temas son los mismos. Hasta los modos de decirlos son los mismos. (De hecho, su oratoria cautivaba a todo el mundo. Era un seductor nato).

Siempre, y en todo momento, hay en su decir una nostalgia por un mundo que se ha perdido. Un mundo amplio y chiquito al mismo tiempo; un mundo histórico y un mundo privado, muy personal, a la vez. "Su tema es la manera en que cierto hecho que sucedió en el pasado, o mejor: algo que en el pasado debió suceder y no sucedió, alguna cosa que en un tiempo ya lejano se dijo o no se dijo, o que se dejó entrever pero no acabó de manifestarse, mucho después, al cabo de los años, vuelve. Y al volver asume la tremenda tristeza de las miradas retrospectivas, la desorbitada intensificación de un presente donde por fin se comprende todo, y la desolación sin futuro de entender qué es lo que hay que hacer cuando ya no queda nada que hacer", escribió el crítico Martín Kohan al analizar el éxito editorial de Márai.

El monólogo, en general, es el recurso que más elige para desarrollar "su" tema.

"El último encuentro" es el mejor ejemplo de este planteo. El personaje central se encuentra con su mejor amigo, el amigo de la infancia y la adolescencia, cuarenta años después. Y una noche, reencontrados, intentan atar cabos sueltos, hablar de esas cosas que no cerraron... Pero cuando todo parece indicar que hablar de esto podría aliviar esa espera tan larga y angustiante, no hace más que recargarla, llenándola de suspenso e intriga, uno nunca sabe qué puede pasar... incluso el fantasma del suicidio siempre ronda (indudablemente, para Márai éste era una alternativa que ya, en sus memorias escritas a los 30 años de edad, está planteada abiertamente).

"Márai combina perfectamente el relato de hechos que duran toda una vida con la descripción de concentrados momentos en los que el sentido de una vida entera se decide en un momento, en un encuentro", referenció un crítico de su obra.

Aquí puede ser que radique su singularidad: amén de una trayectoria, de una evolución y de un destino, según como se prefiera llamarlo, él apela a esa idea de que hay "un momento" mágico, memorable, casual y/o divino que puede torcer el rumbo de nuestras vidas.

"Los personajes de sus novelas se encuentran en un punto de su vida desde el cual pueden observarla entera, con una amplia perspectiva, sin que en ese punto haya algo que pueda denominarse sabiduría sino más bien resignación. Resignación de quien ve las pasiones cuando ya se han apagado, cuando ya realmente nada importa y pueden hablar libremente de ellas. La escena de la última vez impone su sello en cada momento de la vida de los personajes", escribió el español Juan María Albizu.

Si uno hubiese hablado aquella vez cuando... si uno no se hubiese quedado con la duda y hubiese preguntado de qué se trataba cuando... Esa es la fantasía que siempre está en juego... fascinante... tan fascinante que un crítico literario, para denostarlo, dijo que lo de Márai son "puros fuegos de artificio que luego se desvanecen en humo". Sí. ¿Y qué? Son fuegos de artificio que nos permiten participar de un espectáculo hermoso, bello, conmovedor y nada banal como es la lectura de una novela.

 

HORACIO LARA

hlara@rionegro.com.ar



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