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Mirta Eberhardt y el arte de cambiar en el sector frutícola | ||
Creció en la chacra de sus abuelos, Vicente y Antonieta Maiolo, en Campo Grande. Es arquitecta, chacarera y preside la Cámara de Productores de la zona que la vio crecer. | ||
Vicente Maiolo migró de Reggio Calabria (Italia) en 1926. Tenía 19 años. Llegó solo a la Argentina en ése, su primer viaje a América. Trabajó una temporada aquí y regresó a su tierra a buscar esposa. En 1934 volvió a la Argentina con su mujer, Antonieta Costa, y con todos sus hermanos. Se radicaron en Cipolletti y, luego de unos años de oficios varios y prolijo ahorro, compraron una chacra en Campo Grande. El loteo de tierras en esta zona recién comenzaba, de modo que tras el desmonte, asomaron las primeras plantas de frutales de ese lugar. El matrimonio tuvo tres hijos: Teresa, Bruno y Mela (Yolanda Carmela).Teresa, la hija mayor de Maiolo, es la madre de Mirta Eberhardt, quien cuenta la historia de su familia. Mirta vive en Cipolletti pero reparte su tiempo entre esta ciudad y su chacra de Campo Grande. En ella conviven una arquitecta y una amante de la fruticultura, oficios cargados de sentido, esenciales en su genealogía. "Mi abuelo paterno era de origen alemán, de los alemanes del Volga que vinieron a este país y se establecieron en provincia de Buenos Aires y La Pampa. Mi abuelo se llamaba Alejandro Eberhardt y mi abuela María Dietrich. Se afincaron en colonias y por sus características étnicas tan particulares y un idioma medieval (hablaban un dialecto alemán) constituyeron una colectividad muy cerrada. Los Eberhardt eran de Colonia Santa María. Mi papá, Luis, fue prácticamente el primero que aprendió a hablar castellano y el primero en salir de esa colonia buscando nuevos horizontes". Luis llegó a Cipolletti, le habían hablado de este Valle pujante. El también hizo un viaje exploratorio, le gustó el lugar y trajo al resto de su familia. Aquí conoció a Teresa Maiolo, a quien convertiría en su esposa y madre de sus dos hijas: Mirta y Susana. "Papá trajo a su familia, tenía casi todas hermanas casadas con alemanes y él fue el primero que se casó con una mujer de otro origen. De hecho había una distancia fundamental entre miembros de la familia de distinto origen, de raíz idiomática. Yo nunca pude hablar con mi abuela, nunca hablé alemán. Esto ocurrió porque papá murió cuando éramos muy pequeñas y esa transmisión se cortó. Fijate las vueltas de la vida... Mi papá murió en un accidente en una construcción; papá hacía trabajos de carpintería y el viento derribó una pared de una obra y murieron él y un amigo. Yo me recibí de arquitecta el 19 de diciembre y recién ese día até cabos. ¡Mi padre murió porque le cayó una pared encima y yo estudié arquitectura!... Entendí mi obsesión por los cálculos precisos en los momentos de proyectar, hacía cálculos como si fuese un ingeniero y, sobre todo, mi obsesión por los efectos del viento". Al morir su padre, su madre tenía 25 años, ella 5 y su hermanita, dos. De modo que la familia Maiolo decidió que lo mejor era que se mudaran a la chacra de Campo Grande. Allí trabajaban todos. Su abuela y su mamá se ocupaban de la casa; el abuelo y sus tíos, de la chacra. "Hicieron solos esa chacra. Mi abuelo tenía algo de experiencia en cultivo de naranjas en Italia, pero de manzanas, nada. Tenía muy claro que amaba la tierra, tanto como mi abuela la ciudad. Ella era muy urbana, debió sufrir en pos de cumplir su mandato. Mi abuelo, con sus dos hijos solteros, Bruno y Mela, emparejaron la chacra. Empezaron de cero. Cuando nos sumamos a la familia ya habían levantado la casa... Imagino que entonces vivían de las verduras, porque no había producción". Según relata Mirta, su familia conformaba un grupo de personalidades diversas y complementarias. Su abuelo Vicente era muy callado pero con una personalidad fuertísima, igual que su abuela, una italiana de carácter pero extrovertida. Indudablemente en esa familia la mujer tenía su lugar. Mela, su tía, hacía algunos trabajos livianos de la chacra pero le gustaban los trabajos administrativos, así que intercaló la chacra con un empleo en un galpón de empaque. Su tío Bruno era innovador, inquieto, se actualizaba permanentemente, siempre en la vanguardia de la fruticultura, de modo que hicieron una muy buena empresa familiar. "Los abuelos guardaban la tradición y sus hijos, muy escuchados, llegaban con lo nuevo, lo fresco". Los Maiolo empezaron con 10 hectáreas y, cuando éstas dieron frutos, consolidaron su oficio de fruticultores y multiplicaron sus hectáreas y su producción. La tierra fue próspera y la familia se amalgamó. Las niñas inician la escuela primaria en Campo Grande, una escuela que los pioneros lograron levantar en aquella nueva geografía que se sumaba al Valle. "Recuerdo especialmente a la directora de la escuela 122 de Villa Manzano, Teresa de Smith. Era la creatividad hecha mujer, tenía luz propia. Fuimos muy afortunadas en tenerla, nos estimulaba muchísimo. Además, nuestra infancia en la chacra fue completamente feliz. Yo era la mayor de un montón de primos, además teníamos vecinos y amigos con quienes jugábamos como locos. Siempre digo que allí nació la arquitecta. Armaba casas con cajones cosecheros, pirámides mayas, pirámides egipcias. La sobriedad del lugar nos agudizó la inventiva y nunca nos pusieron freno a esto, realmente nos dejaban hacer". La secundaria de Mirta y Susana siguió en Cinco Saltos. En el colegio Ceferino Namuncurá. "Teníamos un vecino, un italiano de apellido Voria, que era el chofer del colectivo del colegio y él nos llevaba y nos traía todos los días". Finalizada la secundaria, Mirta decidió seguir la carrera de Arquitectura en Buenos Aires. Su abuelo compró una casa en Buenos Aires y allí fueron Mirta con su madre y su hermana. "Nunca dudé de mi carrera. Claro que no me iban a dejar sola. Mi abuelo tampoco concebía que viviera en un departamento, así que eligió una casa en Olivos. " Durante los años que estuvimos allí, ellos viajaban permanentemente y mi abuela, la urbana de la familia, estaba feliz, pasaba todo el invierno con nosotras. Me fue bárbaro en mi carrera y pasé todos los veranos en la chacra, vínculo que jamás perdí. El último año tuve la suerte de trabajar en uno de los mejores estudios de Buenos Aires, en el estudio de Solzona. Me tocó un año increíble, el del Mundial de Fútbol, así que trabajé en el estadio de River y en el de Mendoza. Tuve la fortuna de estar en el mejor momento, en el mejor lugar. Aun así, sentí deseos de volver al Valle, a pesar del viento y a pesar de todo". DE REGRESO Mirta volvió a sus raíces. Sabía que quería vivir en alguna ciudad del Valle y decidió tomar impulso en su profesión en la chacra donde había crecido. A su marido, Norberto Páez, lo vio por primera vez en la secundaria. "Cuando lo vi pensé que era un chico salido de un cuento. No lo volví a ver hasta después de recibida". Una tarde apareció en la chacra. Eran vecinos pero nunca se habían visto. Mirta pensó que venía a contratar sus servicios de arquitecta, pero en realidad venía a verla. Lo reconoció inmediatamente. "A Norberto le faltaban tres materias para recibirse de contador. Siguió visitándome y poco después nos casamos. Ya hace 25 años. Tuvimos tres hijos: Luisina, Elin y Guido". Mirta y Norberto compraron un terreno y construyeron una casa en Villa Manzano, allí vivieron hasta 1996. Cuando sus chicos tuvieron edad escolar, decidieron mudarse a Cipolletti. Trabajaron en su profesión pero ambos, criados en una chacra, escuchaban el llamado de la tierra. Ahorraron para comprar una propiedad, fieles a la zona en la que ambos habían crecido. "Para mí comprar una chacra fue muy significativo explica Mirta. Era mi modo de agarrarme a la tierra, enraizarnos para soportar el viento... el viento que había dejado una marca trágica en mi vida". Compraron dos chacras, una en 1997 y otra en 1998. Una de ellas fue reconvertida totalmente. "Plantamos con plantas nuevas y, a la noche siguiente de haberlas puesto en la tierra, nos las robaron todas. Fue tremendo, tuvimos que comprar todo otra vez. La otra chacra la hicimos más tranquilos". Hoy, Mirta y Norberto tienen doce hectáreas impecables en plena producción. Con satisfacción cuenta que dan 60.000 kilos por hectárea. Ambos repartieron su tiempo entre sus profesiones y la chacra. Soñaron con tener una chacra tan cuidada como la de sus ancestros. Y lo lograron. Sus abuelos murieron hace pocos años, vivieron el tiempo suficiente para saber que habían transmitido el amor a la actividad. "Ambos conservamos ese sentimiento. Suele suceder que esta vida no cautive a todos los miembros de una familia por igual. Mi hermana, por ejemplo, estudió Medicina. Se casó y su marido quiso comprar una chacra aquí. Tuvieron dos hijos, pero finalmente no se adaptaron y volvieron a Buenos Aires. Poco después su marido murió en un accidente. De algún modo repitió la historia trágica de mamá. Hace seis años vive en España y se desvinculó por completo de esta actividad. "En nosotros, en mi marido y en mí, coincidió el deseo de seguir. Con él hacemos una regia sociedad. El se ocupa de la producción y yo de la comercialización. Lo decidimos así, en función de nuestras personalidades. Cuando comenzamos él se ocupaba de producir y vender la fruta, pero un día tuvimos problemas con una empresa a la que le vendimos y me metí en este mundo árido de la comercialización (ver Historia de por Acá). Yo no sabía nada, pero me convertí en una estudiosa de la temática. Con infinita paciencia logré cobrar toda la deuda y desde entonces manejo esta parte del ciclo productivo". Incursionar en este aspecto del negocio frutícola llevó a Mirta, por primera vez en su vida, a acercarse a las Cámaras de Productores. "Nunca había ido a las reuniones, quizás porque venía de dos generaciones que vivieron otra etapa de la fruticultura, con una cultura distinta... Pero sin duda los problemas, problemas que teníamos en común con muchos productores, me llevaron a compartir este espacio común. "Saber vender requiere de un temperamento especial, pero saber cobrar, en el negocio frutícola, requiere además de una dosis extra de paciencia. Creo que nací para la creatividad, no para el comercio. Pero me vi obligada a ser creativa en este plano; las estrategias que tenés que idear para cobrar superaron todas mis expectativas. Esto también es 'la gota china'. Creo que mi insistencia y sobre todo mi conocimiento de la situación me han dado resultados". Hoy Mirta reparte su tiempo entre su familia, su taller de arte, su profesión, la chacra y como presidenta de la Cámara de Campo Grande. Su calidez y su coherencia traen aire fresco a viejas relaciones. Una renovación que el Valle y el mundo de la producción necesitan. Un cambio que va a permitir que las nuevas generaciones de chacareros sigan pensando, como sus ancestros, que su esfuerzo tiene sentido.
Susana Yappert |
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