>
“Asumimos el hiperpresidencialismo como algo normal”
La mirada del entrevistado sobre el sistema político argentino alienta la percepción de que la decadencia institucional de la Argentina está cada vez más signada, aunque no sea su única razón, por la baja calidad de gestión en que devinieron los partidos.

Ante qué hombre estamos de cara a la política? Una pregunta circunscripta a Argentina pero motivada en Sarkozy que, a lo largo de la campaña electoral francesa, machacó con que la pregunta más permanente que debe hacerse un político hoy es ante qué “hombre está”...
–Estamos ante un hombre que en general descree de las posibilidades en la política, a partir del desencanto que tiene fundamentalmente con la dirigencia, debido a la carencia de respuestas a problemas que emergen de una realidad que cada vez es más dinámica. El un ser preocupado por lo propio... individualista, consumista, desinteresado en las cosas públicas o en todo caso interesado, incluso asociativamente, en cuestiones públicas muy puntuales que lo puedan estar afectando desde sus intereses individuales o de grupo inmediato. Mirado en términos de integrante de una sociedad, en el caso argentino ese hombre está enmarcado en un elocuente proceso de desciudadanización. Todo esto se inserta en términos muy vecinos a lo que suele identificarse como “desaparición de la política”, una posibilidad sobre la que avanzó Allan Bloom en “La decadencia de la cultura”.
–Libro con vigencia... Patricio Loizaga, en su diccionario de “Pensadores Contemporáneos”, lo definió como un libro diseñado para hacer pensar y no para producir escándalo, de lo cual se lo acusó a Bloom desde algunos planos del poder permanente de los Estados Unidos.
–Lo que pasa es que Bloom fue al hueso con sus reflexiones sobre la realidad de su país, reflexiones que pueden tener un mayor alcance, claro. El sostiene que la desaparición de la política es uno de los datos salientes del pensamiento moderno. Sostiene entonces que esto “tiene mucho que ver con nuestra práctica política. La política tiende a perderse en lo subpolítico –la economía– o en lo que pretende ser más elevado que la política –la cultura– y ambas cosas escapan al arte arquitectónico, la prudencia del estadista. La política en el más antiguo sentido incluía y mantenía unidos ambos extremos”.
–Sin embargo, en su ensayo, al mismo tiempo que usted habla del proceso de desciudadanización que afecta a la sociedad argentina, también deja en claro que la sociedad o distintos planos de ella están movilizados, hay una práctica de participación. ¿Esa participación no es política?
–Presiona sobre la política, busca respuestas en la política y va por afuera del espacio que siempre tuvo la sociedad para hacer política: los partidos políticos. En los hechos, fundamentalmente desde el gran vacío institucional del 2001 y la crisis del sistema representativo que implicó, en Argentina hay nuevas prácticas de participación de la sociedad en función de temas concretos que siente, padece o la conmueven. Yo las divido en dos. Una se puede calificar de demanda social anárquica debido a su dinámica y la espontaneidad con que se instalan en el espacio público: cacerolazos, piquetes, cortes de rutas, etc. Y otra , que es la participación de la gente en temas que hacen a la solidaridad, la contención del dolor, del desamparo, etc. Una y otra, y cualquiera sea la reflexión valorativa que nos merezcan, expresan acciones ante el vacío que han dejado los partidos políticos en su tarea de ser los articuladores de las demandas de la gente.
–¿Qué les pasa a los partidos políticos argentinos hacia su interior, no en relación al afuera –como se viene reflexionando aquí– sino en relación a su mecánica de funcionamiento interno, como para que también desde ese espacio se desjerarquicen?
–Primero, una aclaración: desde mi perspectiva, los partidos políticos no fallan debido a la función que tienen por naturaleza, es decir que el problema no está en lo que podemos identificar como “cimientos de la institución”. El problema está en el sesgo que a su accionar le dan dirigentes que organizan y mandan en el sistema de decisión de un partido... O sea, en toda esta materia en Argentina estamos ante una situación anómala: el partido ha derivado en un lugar conducido por intereses espurios que lo desnaturalizan desde un relativismo moral muy acentuado que anida en la dirigencia y se retroalimenta vía el relativismo moral que se extiende por la sociedad. Pero yendo a su pregunta y teniendo relación que ese relativismo moral, creo que en nuestros partidos políticos o en los más decisivos, en todo caso, encarnó la llamada “ley de hierro de las oligarquías”. Hay sectores de la dirigencia que se apoderaron de los partidos y los ponen al servicio de sus intereses, ya sea personales o del conjunto del grupo y el partido deriva en máquina, en espacio para la “rosca”, en personalismo, en falta de movilidad de la dirigencia, la carencia de sólidos mecanismos de democratización interna y, por supuesto, la práctica clientelar hacia adentro del partido para manejarlo y hacia fuera para mantener el poder o para lograrlo.
–Desde la perspectiva de todo lo que facilita el clientelismo, ¿podemos concluir que al menos a ciertas cultura existente en la dirigencia política le conviene la existencia de pobreza? Es muy cínico plantearlo en estos términos, pero...
–Por lo menos es una práctica con larga historia entre nosotros que aprovecha la pobreza, claro.
–Pero esta ley de hierro, como usted la define, ¿es un fenómeno nuevo en la política? Lisandro de La Torre renuncia a la UCR a los seis años de haber nacido el partido, denunciando a Yrigoyen por estilos que pueden encuadrarse de manejo oligárquico del partido. En un reciente trabajo de la Fundación se hace hincapié en una fuente a la que usted también apela –Robert Michels– y que afirma que cualquier organización partidaria deriva en una división oligárquica...
–Por supuesto que esta ley tiene su historia en la política. Pero en Argentina su vigencia se agrava por la presencia del caudillismo como expresión de ejercicio de poder, de todo el poder... la subordinación a alguien que, con poder legitimado constitucionalmente o no, manda discrecionalmente. Esta tendencia, tan recurrente en nuestra historia, tiene raigambre hispánica. Es la cultura del “hombre fuerte”, el hombre de la decisión excluyente...
–¿El caudillo es una “voluntad arrogante” desde la perspectiva del ejercicio del poder, como lo definió Sarmiento?
–Bueno, en su lógica de poder siempre llega desde una convicción muy personalista del mando, del uso del poder, y en política, los personalismos... los argentinos ya conocemos hacia dónde conducen: al autismo del poder.
Y esa cultura personalista deriva siempre en el fortalecimiento de unos de nuestros problemas institucionales más graves: el presidencialismo, que de hecho se ha convertido en un tema esencial para la reflexión desde la ciencia política. Por supuesto que el presidencialismo no es un hecho nuevo en nuestra política ni en el mundo, es una cuestión central en muchos sistemas políticos: ejecutivos que siempre intentan, de una manera u otra, no sentirse acotados en la aplicación del poder aun conociendo exigencias constitucionales. Lo grave de Argentina es la percepción de “normal” con que se asume el presidencialismo, especialmente cuando está en manos de un líder carismático...
–¿El presente de la política es un momento “estelar” del presidencialismo o hiperpresidencialismo?
–Así es. Incluso se da algo que yo detallo en mi trabajo: “Cuando el líder carismático no puede institucionalizar el poder en su forma más pura, se aboca al diseño de partidos a su medida, en la idea de contar con una herramienta que no sólo le permita obtener el poder formal sino ejercerlo –aun excediendo el marco constitucional– desde una posición sólidamente fundada sobre el consenso popular”. Y en esto estamos hoy...

Apenas una ilusión

“La crisis de credibilidad en los políticos llevó a que la dirigencia partidaria incorporara, paulatinamente, a sus listas de candidatos, personajes destacados de diversas actividades del quehacer cotidiano, en la idea de cooptar votos por medio de la imagen.
”Algunos de ellos destacaron en su ocupación, poniendo de manifiesto sentido común, idoneidad y, por sobre todo, la dosis de ética necesaria para el desempeño de los roles alcanzados.
”Otros pasaron oscuramente. Y algunos de ellos demostraron –de manera contundente– que eran más de los mismos: éstos son los oportunistas, los que con una fuerte dosis de indignidad vemos saltar de un partido (o facción) a otro, son los que dieron lugar a la voz ‘burocratizar’, aggiornando así el término tránsfuga.
”Lo cual ha puesto en evidencia que más allá de poseer un cursus honórum partidario, o no, lo importante para desempeñar un cargo público electivo sigue siendo idoneidad y un profundo sentido ético en el ejercicio de sus funciones específicas”.
 

 

(Carlos Piedra Buena, en “Crisis de los partidos políticos en Argentina: aproximación a un diagnóstico de su situación actual”, reflexiones compiladas en “Calidad Institucional o Decadencia Republicana”. Editorial Lajouane, Buenos Aires, 2007, págs. 200/201).



Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí