mauricio ve la política como la veía Roca –sentencia un economista colaborador de Macri, mientras recorre “Nucha” con mirada plácida y sigue las vicisitudes por las que atraviesa una diplomática americana (la Embajada de EE.UU. está a metros) para abrir su paraguas. –Sí, claro, la ven con ojos celestes... los de Roca también eran celestes –responde este diario. –Me refiero al estilo con que hacen política. ¿Usted recuerda a Roca cuando vuelve de la Campaña del Desierto en el ’79? Plena carrera presidencial para el ’80. Hasta se anotaban todos. Desde Chilecito... ¡Chilecito, La Rioja, aquel tiempo! ¡Se imagina lo que era! ¡Nada!... Desde ahí se había lanzado por primera vez la candidatura: “Roca presidente”. Pero Roca, por algo le decían “El zorro”, esquivó el tema. Agarró su familia, capaz que su amante también, y se fue a “La Larga”, la estancia que tenía en Marcos Paz. Volvió cuando el ’80 despuntaba y fue presidente sin que nadie pestañeara... Mauricio no inventó nada nuevo: simplemente copió cautela. ¿Para qué se va a meter ahora en el conventillo de pelearse con Kirchner? Siguiendo este razonamiento, estamos ante un Macri “tiempista”. Dotado de cualidades que forman parte de un capital esencial para la lucha por el poder: frialdad. Un Macri que viene de semanas de esfuerzos destinados a esquivar el convite en asumirse como líder de la oposición al kirchnerismo. Nieto de un socialista talentoso que llegó a tratar a Rosa Luxemburgo pero luego devino en eximio conservador, Federico Pinedo es diputado nacional y macrista de perno y clavija. –Mauricio tiene que construir poder. Una cosa es el poder que da una elección ganada. Otra cosa es ese poder puesto a prueba en la gestión pública... Hoy, su mayor capital está en que es creíble para lo que se propuso y logró. ¿Por qué embarcarse ahora en lo que no le conviene? –dice Pinedo, convencido de que ha influido para que Macri no asuma más protagonismo en la arena política. Muy diferente es la apreciación que tiene el más talentoso analista político del periodismo argentino: Carlos Pagni, de “La Nación”. Cree que Macri es como el resto del liderazgo de la estereotipada oposición: está imbuido de mezquindad. Pagni no reflexiona a Macri desde los extremos de si debió o no asumirse como candidato a presidente de la Nación. Su punto de vista se centra en lo que puede definirse como un rol que Macri debió asumir: –Tras ganar en Capital Federal, tenía el deber de ser lugar de reunión de la oposición, ser la referencia alrededor de la cual se nuclearan quienes creen que el sistema político necesita de frenos y regulaciones que son propias al papel de la oposición –dijo Pagni en Neuquén, la semana anterior. Es una postura que proyecta la responsabilidad de Macri en la eventual dialéctica que pueda adquirir el devenir institucional del país. ¿Qué pasa si el segundo tiempo del matrimonio Kirchner en el poder está signado por crisis que terminan afectando el funcionamiento del ya deteriorado sistema político argentino? ¿Quién desde la oposición tendrá organizado un esquema de poder para responder a las acechanzas de instancias que, en Argentina, siempre tuvieron perfiles de vacío? –Hoy, hacia afuera de lo que hace a su poder propio y desde que ganó la Capital, Mauricio es la política de la ambigüedad. Si da algo, lo da en cuentagotas, como lo hizo apoyando a Ricardo López Murphy para presidente, pero sólo en Capital –sentencia, dolido, un colaborador del ex ministro de Defensa y Economía en los tormentosos días de De la Rúa. “En política, la ambigüedad es una herramienta que suele preservar poder o suele consumirlo en un instante”, escribió en sus memorias el recientemente fallecido ex primer ministro de Francia y economista, Raymond Barre. ¿Pero es la ambigüedad el método desde el cual se mueve hoy Macri? El sociólogo Marcelo Cavarozzi es uno de los más rigurosos analistas del fenómeno autoritario en la política argentina. Investigador del Conicet y decano de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín, Cavarozzi sostiene que, viniendo de donde viene en materia de los intereses empresarios a los que pertenece, el hecho que Macri adhiera sin cortapisas al juego democrático lo convierte “en una rara avis de la política argentina”. Para Cavarozzi, Macri tiene ante sí dos serios obstáculos, uno estratégico y otro personal: • Primero: “Navegar durante el futuro inmediato en un espacio ambiguo, evitando comprometerse de lleno con ninguno de los derrotados de las próximas elecciones presidenciales, quienes inevitablemente caen en el espacio del antiperonismo”. • Dos: “Apasionarse, como su vicejefa, por la política. Ello será indispensable en una lucha en la cual se enfrentará en los próximos cuatro años a formidables oponentes, que tienen herramientas para ponerle zancadillas y propinarle golpes. Sólo los podría absorber sin claudicar con un elevado nivel de pasión por la política. Y, como expresó con candidez en sus conferencia de prensa la noche en que ganó la elección, su pasión es Boca Juniors”. Pero claro, con esa pasión se gobierna a la mitad más uno de una Argentina, pero no a la mitad más uno de la Argentina agitada por los vientos de la política. ¿Macri, cauto, rara avis o irresponsable por no asumirse desde la noche en que ganó la Capital como artificiero de buscar y cohesionar a la oposición? La pregunta en clave política –ése es su ámbito– se torna neutra. ¿Por qué? Su respuesta siempre dependerá de la ideología e intereses políticos de quien se la formula. Para el sociólogo Julio Godio –director del Instituto del Mundo del Trabajo– Macri tiene muy en claro que representa una “nueva derecha democrática y plural”. Acota Godio: –Es cierto que hereda al menemismo, en tanto se apoya en el espacio político de la centroderecha ampliado por las políticas aplicadas en los ’90 y sus correspondientes consensos políticos y culturales. Pero su naturaleza responde a ser hija legítima de la nueva época política que el país transita desde el 2003... –Y éste es el capital que tenemos los macristas: el futuro –sentencia Federico Pinedo. Pero, ¿cuál será la hora de Macri? CARLOS TORRENGO ctorrengo15@yahoo.com El fin de una alianza virtual en una política sin partidos ¿Cómo hacer política para ciudadanos despiertos e informados cuando su mundo está sometido a las necesidades electorales y las realidades territoriales de líderes personalísimos? Resultan mayores las dificultades si a todo ello se le agrega un tipo de “política” encarnada por algunos líderes que han hecho del registro moral la esencia misma de la actividad política. Gran parte de esos dilemas parecían haberse encausado en la política argentina, cuando en la reciente escena eleccionaria porteña Elisa Carrió comprometía a sus seguidores a que brindaran su apoyo al candidato Telermann, entonces “medio” aliado de la Casa Rosada. Bajo esas acciones parecía iniciarse un nuevo ciclo de “realismo político”. Se colocaban las cosas en su lugar: ni tanta ética de la convicción ni tanta ética de la responsabilidad, según la precisa distinción de Max Weber de hace cien años. Distante entonces de una eventual ética del fanático, también del cínico, –en la que podrían derivar cada una de las éticas weberianas– se habría impuesto un tipo de realismo político que asumía el rostro del realismo electoral. Y como todos saben, ese realismo electoral fracasó cuando el jefe político de la Ciudad de Buenos Aires quedó fuera del ballottage. Tres meses después de aquella contienda electoral, durante doce días una parte del alma opositora creyó estar en condiciones de dar una nueva respuesta a todos esos dilemas. La promesa era que dos de sus máximos dirigentes –ambos, candidatos a presi- dente– se comprometieran en una nueva política de alianzas. Hasta último momento muchos creyeron que era posible. El resultado fue que, al cierre de la inscripción de fuerzas electorales para el 28 de octubre, esa alianza capitaneada por dos ex radicales ya sea parte de una historia más de las tantas producciones virtuales de ese “realismo mediático” que vive la Argentina política. Frente a este fracaso, una ciudadanía expectante está en condiciones de acusar a una residual clase política ajena a la voluntad transformadora de líderes entregados al bien común. Y ello, en sintonía con el dedo acusador de muchos productores de opinión. Es que esa ciudadanía es el centro de la democracia de audiencias y como tal ha resultado sensibilizada –una vez más– por actores que cargan con sus propios intereses. Especialmente en la búsqueda de algún artefacto electoral que enfrente a un oficialismo que parece marchar seguro hacia su segundo triunfo después de las legislativas del 2005. Posiblemente López Murphy tenga razón en la falta de maduración cultural para consumar acuerdos de nuevo tipo. Sobre todo en el reconocimiento del otro, de un adversario con el cual se puede convivir si se tiene un mismo patrón de conductas. Sin embargo ese juicio no resulta tan certero si se recorre la historia de los frentes políticos. Lo que no parecen advertir muchos actores de la hora actual es que toda eventual construcción política –partidos, frentes, alianzas– es lucha de identidades y también de ficciones que, cuando no logran materializarse en la vida de concretas organizaciones o éstas están en descomposición, devienen en un juego de urgencias sujetos a los virajes de fuertes liderazgos, junto a los productores del “realismo mediático”. Y en la política argentina de política sin partidos, según la apreciación de Isidoro Cheresky, sólo el oficialismo puede hacer de una parte o de todo el Estado una maquinaria formidable –el partido presidencialista–, condiciones para producir tanto la ficción como la certeza de que se tiene un rumbo definido. GABRIEL RAFART Especial para “Río Negro”
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