H ace 60 años, la India y Pakistán lograron su independencia, pero la algarabía por la partida de los británicos fue pronto opacada por uno de los conflictos más violentos del siglo XX. Unos 10 millones de personas pasaron de un país al otro en una de las migraciones masivas más grandes de la historia y espléndidos Estados, forjados en 200 años de gobierno británico, pasaron a ser parte de un Pakistán musulmán y una India de mayoría hindú. La división dio lugar a una violencia sectaria en la que un vecino atacó al otro y multitudes enardecidas atacaron trenes y caravanas de gente que huía. Los llamados de Mahatma Gandhi, venerado líder de la independencia, para evitar el derramamiento de sangre no tuvieron eco. Se calcula que murieron entre 200.000 y un millón de personas y un año después Gandhi fue asesinado por un fanático hindú. El conflicto fue apenas el comienzo de una era de hostilidades. En total hubo tres guerras y el 50 aniversario de la independencia se produjo en un año en que ambos países realizaron ensayos nucleares. Sin embargo, el 60 aniversario, festejado el martes pasado en Pakistán y el miércoles en la India, llega en momentos de distensión. Los dos países no se fijan tanto en el otro sino que lidian con sus propios problemas y aspiraciones. Pakistán, con 160 millones de habitantes, está enfrascado en una violenta batalla entre moderados y extremistas islámicos. En juego está la identidad del segundo Estado musulmán más poblado del mundo. La India, por su parte, busca llegar a ser una potencia económica. Un crecimiento relámpago ha transformado el país y alimentado un auge consumista. Pero muchos de sus 1.100 millones de habitantes quedaron en el camino. Los niños tienen tantas posibilidades de ser malnutridos como los de Africa y el país tiene un tercio de la población mundial que vive con menos de un dólar diario. La animosidad sigue reinando en una frontera de más de 3.000 kilómetros. Algunas actitudes, no obstante, están cambiando. “Para mis hijos, Pakistán no es la amenaza que fue para mí”, comentó Devraj Kumar, de 61 años, veterano indio que combatió cuatro décadas atrás contra los paquistaníes en las montañas de Cachemira. Su familia se radicó en Nueva Delhi y él hizo la vida que todos deseaban: se enroló en el Ejército, fue a la universidad y trabajó para el gobierno. “No ganaba mucho, pero era un sueldo seguro”, señaló. Las nuevas generaciones aspiran a algo más que seguridad. Los hijos de Kumar “hacen sus cosas por el mundo. Uno vive en los EE. UU. Todos quieren dinero”, dice. Más abajo, en las calles de Gurgaon, pujante suburbio de Nueva Delhi, se aprecian los cambios de la India moderna. Hay shoppings, edificios de vidrio que albergan las principales empresas de la India y viviendas lujosas de suburbio. La otra India, la que no está siendo transformada, se hace presente también: un ejército de obreros construyen esas viviendas a las que jamás tendrán acceso. La mayoría viene del este y el sur del país, de tierras agrícolas y bosques hundidos en la pobreza. “Construimos las casas pero vivimos en chozas”, afirmó un obrero que se identificó como Mohinder y quien gana 3.000 rupias (75 dólares) al mes con los que debe mantener a su esposa y tres hijos. Mientras que la India busca repartir mejor la riqueza, Pakistán se debate por definir su identidad. Los dos países heredaron de los británicos tradiciones parlamentarias y jurídicas sólidas. Pero mientras en la India las instituciones democráticas siguen funcionando, en Pakistán se alternan gobiernos civiles corruptos y regímenes militares. La gente descree de la política y los conflictos son vistos cada vez más a través del prisma de la religión y se tornan más violentos. Un nuevo símbolo de ese conflicto fue la Mezquita Roja de Islamabad, la capital paquistaní. Allí hubo un serio enfrentamiento entre el ejército y clérigos musulmanes que iniciaron una campaña contra el vicio y quieren imponer la ley islámica. Diez días de combates dejaron 102 muertos. En las semanas subsiguientes, dos atentados suicidas dejaron 29 muertos. Al Qaeda y los talibanes echaron raíces en el país. El presidente Pervez Musharraf es elogiado por sus esfuerzos por sellar la paz con la India, pero criticado por no haber restaurado la democracia en los ocho años que lleva en el poder. “Ya no me siento amenazado por fuerzas del exterior. Ahora somos amenazados por nuestro propio gobierno, por la situación interna”, se quejó Malik Mehboob Elahi En la actualidad persiste cierta animosidad, pero el proceso de paz iniciado en el 2004 ha aliviado las tensiones y acercado a los dos pueblos. Se han disputado partidos de cricket entre los dos países, se han reabierto cruces fronterizos y una actriz paquistaní protagonizó una película en Bollywood... que fue prohibida en Pakistán por su tono demasiado subido. Musharraf, quien irónicamente nació en Nueva Delhi, y el primer ministro indio Manmohan Singh, oriundo de lo que es hoy Pakistán, han dicho que el proceso de paz es “irreversible”. Millones a ambos lados de la frontera coinciden. “La hostilidad entre la India y Pakistán debe acabar”, afirmó I. Rehman, dirigente paquistaní de derechos humanos. “La gente no puede ser imprudente toda la vida”.
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