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Un realista del sur
Primero de junio de 1977. Alrededor de las ocho de la noche, tres sujetos de civil...

Primero de junio de 1977. Alrededor de las ocho de la noche, tres sujetos de civil armados ingresan a la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº 25 "Fray Luis Beltrán" de la calle Saavedra, en la ciudad de Buenos Aires. Piden hablar con un preceptor. Roberto Santoro, jefe de preceptores, se acerca a dialogar con ellos. Intercambian algunas palabras. Santoro se niega a continuar la conversación en la calle, intuye que algo puede suceder(le), se sienta en un banco cercano a la puerta de la Secretaría. (Tiempo después se supo que el oficial a cargo del procedimiento era un pariente cercano de un alumno de la escuela). De pronto, los hombres armados lo toman de los brazos, lo empujan y apuntan con sus armas a todas las personas que en ese momento circulan por el hall de entrada de la escuela. Lo siguen empujando violentamente hacia la puerta. Santoro alcanza a gritar: "¡Me llevan!", grito que podría agregarse, como un verso más, a su poema titulado "Verbo irregular": "Yo amo/tú escribes/él sueña/nosotros vivimos/vosotros cantáis/ellos matan".

Desde esa noche la familia Santoro no tendría ninguna noticia acerca de "Toto", como lo llamaban sus familiares. Fueron vanos los múltiples reclamos en comisarías, presentación de habeas corpus para saber quién se lo había llevado, dónde estaba, qué habían hecho con él. Contra Santoro no pesaba ningún cargo, salvo el de ser un militante de la vida, un luchador de tiempo completo con esa única herramienta que sabía usar: la palabra.

A Roberto Santoro se lo llevaron, lo desaparecieron y mataron los enemigos que violaron, torturaron y mataron "los pies lentos del futuro", como escribió alguna vez con todo el dolor encima el poeta Juan Gelman. Los enemigos que conjugaron día a día ese "Verbo irregular" escrito por Santoro.

Había nacido el 17 de abril de 1939 en la calle Warnes, pero su infancia transcurrió en el porteño barrio de Chacarita. A los doce años quería estudiar piano, pero las condiciones económicas de la familia no permitieron comprar semejante instrumento. Después de pasar por la escuela secundaria, se inscribió para cursar las carreras de Filosofía y Letras; pero los dos años de servicio militar en la Marina lo obligaron a abandonar la universidad. A pesar de todo, la escritura ya estaba presente en sus deseos, en sus sueños.

La poesía llegó el día en que se sentó y comenzó a poner una palabra detrás de otra hasta sentirse "dueño del mundo, sin patrones ni academias". Había llegado la hora de "abrir cuenta nueva con mi lenguaje y sus sombras". Aceptó eso de ser poeta por aquello de decir lo que quiere decir y ser uno cuando uno quiere y ser "el mismo que respira y el mismo cuando escribe", el que se "olvida un sueño para que lo usen otros" y el que deja abierta todas las canillas "para que se inunden de imaginación los que están flacos".

La poesía nunca cesó a pesar de haber trabajado en los más diversos oficios terrestres: animador, pintor de paredes, vendedor de artículos de limpieza, militante político y feriante, cosa que lo estimulaba porque le permitía "estar en la parte de adentro de la gente". También se enamoró de Dolores Méndez y fruto de ese amor nació su única hija, Paula.

Alguna vez Roberto Santoro se definió así: "Sangre grupo Rh negativo, 12 horas diarias a la búsqueda absurda, castradora inhumana del sueldo que no alcanza. Dos empleos. Vivo en una pieza. Hijo de obreros tengo conciencia de clase. Rechazo ser travesti del sistema. ¿Qué sistema? La podrida máquina social que hace que un hombre deje de ser hombre, obligándolo a tener un despertador en el culo, un infarto en el cuore, una boleta de prode en la cabeza y un candado en la boca".

No escribía poesía sino "cosas que tienen que ver con la poesía". La cuestión era escribir siempre, con un solo objetivo: ser un escritor surrealista, es decir "realista del sur". Realismo, sí, pero un realismo elaborado con una

mágica y profundísima visión, la de un hombre que le da sentido y destino aunque debe hacerlo en una tierra "rota/ de tanto grito rota/ de tanto rito rota/ de tanta bota/ de tanto idiota/ en esta tierra rota".

Se definía como un tipo carente de tácticas y estrategias a la hora de escribir, porque no escribía para los que escriben sino "para los que hablan" y les dejaba a otros relamerse por el premio municipal o los libros en papel biblia.

Santoro reflejó, con un prodigioso y mágico manejo de las palabras, sus posturas políticas y sociales a través de un lenguaje coloquial, ciudadano y porteño. En su poesía corporizó las costumbres de los hombres de la ciudad.

Agosto de 1963. Una luz irradió la manifestación de la libertad, del compromiso con el hombre, con el mundo y con el arte. Esa luz se llamó "Barrilete", revista que Santoro fundó junto a los poetas Marcos Silber, Rafael Vázquez, Horacio Salas, Ramón Plaza, entre otros. Barrilete fue una de las publicaciones más importantes de la década del '60. Ya en uno de los primeros números planteaban que la literatura "debe sacudir los sentimientos, debe llevar a las conciencias las riquezas culturales creadas por la humanidad" y apostaban a una poesía "jugada con el destino del hombre, hoy y aquí".

Militancia basada en el compromiso, ejercitada por obreros de la cultura, artistas que pensaban en la integración, participación y enlazamiento entre el arte y el público. Razones más que suficientes para crear el grupo "Gente Buenos Aires", integrado por los poetas Luis Luchi y Santoro, el músico Eduardo Rovira y el pintor Pedro Gaeta, quienes andaban por los barrios ofreciendo recitales, exposiciones, lecturas, charlas... Santoro llevaba adelante la tarea siendo fiel a su consigna: "El arte para todos y el artista participando verdaderamente en la realización de su trabajo". Fue un poeta que puso la poesía en la calle.

Siguió con el barrilete bien alto y debajo del brazo unos cuadernillos, titulados "Informes", editados por él mismo en 1963, en los que trataba de mostrar las múltiples caras de la realidad a través de poemas o textos breves. Así fueron apareciendo los informes sobre la esperanza, el desocupado, el país... Informes que entre 1975 y 1977 fueron haciéndose más duros porque la realidad era más cruel aún. La represión fue el tema central del último informe. Los amigos le aconsejaron que se borrara por un tiempo porque la chica que lo ayudaba con los informes había sido secuestrada. Santoro respondió que no tenía adonde ir, que no había salida y, sobre todo, porque "le tengo que dar de comer a mi familia". "Que vengan cuando quieran", desafió a los enemigos del pueblo.

El desafío era su oficio más conocido y más desesperado: "La lluvia/ apoya su jaula en el aire/ dispara sus ojos/ vuela/ Yo tomo una palabra/ le cambio la camiseta/ la visto de Santoro/ la doy vuelta/ ¿Pero quién le toca el culo a la muerte?/ ¿Quién le moja la oreja?", escribió.

Tras su desaparición, entre los papeles que quedaron en los cajones de su escritorio su familia encontró una carta que Santoro no tuvo tiempo de despachar ni siquiera hay señales de quién era su destinatario, sólo está fechada el 10 de mayo del 1977: "...El ruido de las sirenas lo tenemos de música de fondo. Dale que dale, como un organito represor y desesperado. Oh, el mundo occidental y cristiano. Un día florecerá la vida y el sol tendrá el color que se merece. (...) Cada día se necesita más aliento. Vivir se ha puesto el ojo vivo, así dice Blas de Otero. Vale. Están todos presentes. También los otros. El recuerdo es una aguja permanente que nos está cosiendo y descosiendo el alma. (...) El futuro me acompaña. Es el amor permanente, fiel, que nunca me abandona. No le pienso dar tregua".

Roberto Santoro escribió para los que hablan, para ese hombre que sufre, piensa, cuestiona, se pregunta y se responde a sí mismo. Ese hombre en el cual Santoro se proyectó, se metió en él y al que le dijo: "No escuches sino al que trae el corazón abierto/ la verdad en los labios/ la justicia". (PM)



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