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El culto a la personalidad, un legado que aśn hace temblar
Surgió durante el nazismo y tuvo su apogeo con el comunismo, especialmente durante la vigencia de la URSS. La veneración del líder más allá de toda racionalidad vino a menudo de la mano del terror. Pese a la caída de esos regímenes, algunos rasgos perduran.

El 25 de febrero de 1956 una ola de frío singular castigaba el Hemisferio Norte. En Moscú, con 29 grados bajo cero, culminaba el XX Congreso del Partido Comunista que había comenzado diez días antes. En sesión secreta, Nikita Kruschev, secretario general del partido –cargo equivalente al de presidente–, ponía al descubierto los crímenes cometidos por Josef Stalin a lo largo de más de 20 años de control del poder en la Unión Soviética. La Revolución Rusa, que había nacido en 1917 de la mano de Vladimir Lenin y el partido bolchevique para aplicar el marxismo como sistema a través de la dictadura del proletariado, última clase con la misión histórica de sepultar a la burguesía y liberar al hombre, se había convertido en cualquier cosa: una dictadura comandada por un grupo de criminales que actuaban en nombre de principios elevados.
El sueño del comunismo universal comenzó a morir cuando todavía muchos creían en su posibilidad. Los partidos comunistas de Occidente entonces eran gravitantes. Nikita acuñó un concepto que lo sobrevivió a él y al destinatario, Stalin: “el culto a la personalidad”, consistente en la adulación a un líder, en la suspensión de juicios racionales y en la arbitrariedad de aquellos que creen en una megalomanía innata afirmada en victorias políticas.
Las consecuencias de su aplicación siempre fueron nefastas. El fascismo, el estalinismo y el nazismo construyeron regímenes políticos basados en el culto al líder; ocurrió en el siglo pasado y las víctimas fueron millones de personas. Pero, si bien han desaparecido como regímenes, han dejado una impronta de conductas que es posible observar en líderes contemporáneos. Digamos sin tapujos que ya no hay purgas, hornos de cremación u otras formas de eliminación de adversarios o inocentes; no obstante, subsiste cierta cultura que tiende a ubicar a dirigentes de sectores de poder y gobernantes por encima del resto de los ciudadanos. Ahí está la semilla del mal, que puede llegar a crecer si encuentra tierra fértil para hacerlo. Y el árbol del mal nunca dará buena sombra.
Aquel 25 de febrero, Nikita leyó un documento que dejó helados a los 1.800 delegados: expuso los crímenes masivos, la forma de eliminación de potenciales adversarios, la delación sistemática, la creación de cargos inexistentes que condujeron al fusilamiento de los imputados, la purga de cuadros dirigentes, los campos de detención; todas las abyecciones imaginables contra el ser humano perpetradas por Stalin, llamado “Padre de los pueblos”. Había muerto apenas tres años antes y fue sepultado con todos los honores de un jefe de Estado. Ciudades, escuelas y fábricas a lo largo de la URSS se disputaban su nombre. Entre los delegados, mientras Nikita hablaba, alguien gritó: “Usted, camarada, ¿dónde estaba cuando ocurría todo esto?”. No escuchó, no quiso hacerlo o simplemente prefirió continuar la lectura para evitar la respuesta. Nikita fue parte del estalinismo, tenía las manos cubiertas de sangre y por ello sobrevivió, pero era consciente de que la mentira no se podía sostener.
Los muertos en la URSS por cuestiones políticas fueron millones; la cifra, si vale para algo, sirve acaso para dimensionar la crueldad. Algunos investigadores la ubican entre 5 y 20 millones de personas, según las fuentes. Nikita continuó con la lectura. “En el XVII Congreso (1937), el Comité Central estaba integrado por 139 miembros; 98 fueron detenidos y fusilados”. Los delegados representaban regiones, fábricas; es decir, eran nominados por el Partido Comunista, el único permitido. De los 1.900 congresales, más de 1.100 fueron acusados de contrarrevolucionarios. El congresal era como un diputado del actual sistema democrático.
Stalin eliminó de un plumazo al 60% de los delegados del comité central y a los congresales. ¿Los cargos? Conspiración junto a potencias extranjeras, instigación contrarrevolucionaria o cualquier otro similar. No había tribunales y funcionaba la tortura física a cargo de la Policía Secreta (NKVD). ¿Cómo justificaron la tortura? Con razonamiento cruel: “los servicios policiales burgueses utilizan medios físicos para influir sobre el proletariado socializante, y en forma escandalosa. ¿Por qué los servicios de inteligencia socialista han de ser más humanitarios con enloquecidos agentes de la burguesía con otros métodos para los enemigos de la clase trabajadora?”. Los dirigentes asesinados eran parte de la estructura de poder, enemigos potenciales –según la visión estalinista de la política– que debían ser eliminados. Y lo fueron. El XVII Congreso (1934) instituyó la purga como instrumento político mediante la modificación del estatuto: “para la sistemática limpieza del partido tienen que (ser) realizadas purgas... periódicas”.

SECRETOS DURADEROS

Nikita dijo que el informe no se iba a difundir a la prensa; era secreto y en la URSS los secretos se respetaban. Recién 33 años después fue dado a conocer, cuando los protagonistas principales ya no vivían. Los secretos para la opinión pública no lo son para la diplomacia y los servicios de inteligencia. En dos días el informe estuvo en manos de líderes occidentales. Tras leer el dossier, el primer ministro israelí de entonces, Ben Gurión, dijo: “Si esto es verdad, en 30 años no habrá más Unión Soviética”.
El culto a la personalidad fue una tragedia para la humanidad en el siglo XX y en la actualidad significa una amenaza que corroe algunas democracias. Este opúsculo es producto de la lectura de libros empleados como fuente de información –“Los orígenes del totalitarismo”, de Hannah Arendt; “Stalin, la estrategia del terror”, de Walter Laqueur; “Ensayos sobre el fascismo”, de Norberto Bobbio; “Autobiografía de Federico Sánchez”, de Jorge Semprún– y el informe secreto de Nikita.
Quienes creemos en la igualdad de la condición humana debemos estar alertas ante el menor atisbo de jerarquización de las relaciones sociales y de endiosamiento de personajes que detentan lugares de poder. La democracia es un sistema que crea las condiciones para establecer una relación horizontal entre gobernantes y ciudadanos, pero a la vez admite la posibilidad de desviaciones a partir de personajes con poder que en determinado momento se sienten superiores a los demás mortales. El resto, lo que está fuera del sistema electivo, de representación limitada, cae por su propia inconsistencia.
“La democracia requiere de tiempo y paciencia”, nos legó Bobbio, quien en su adolescencia padeció el fascismo y luego lo combatió desde la reflexión, la cátedra y la opinión. “Los problemas de una vida asociada en una sociedad moderna son terriblemente intrincados: son un nudo enmarañado. El fascismo había creído que lo podía cortar. Nosotros, en cambio, debemos aprender a desatarlo”, aún nos enseña Bobbio.

Fidel encestador

Cuenta Jorge Semprún que en 1967, luego de asistir a un congreso de cultura en Cuba, el ministro de Educación le informó que Fidel Castro, el líder máximo, quería mantener una reunión con un grupo de intelectuales europeos entre los que había sido elegido. Al día siguiente de la invitación a las 9 de la mañana comenzó la espera en el hotel, por donde iba a pasar el ministro a buscarlos.
 Hora tras hora aguardaron en vano, hasta que a las 10 de la noche el funcionario los trasladó al lugar del encuentro, el Instituto Nacional de Deportes, donde Fidel todas las semanas jugaba al básquet con capitanes y comandantes de las fuerzas armadas. Los métodos fueron presentados como antiburocráticos y, para Semprún, simplemente eran desordenados. A las 23:30 se armó un revuelo y apareció Fidel, quien les dijo que iba a hablar después del juego. El escritor español observó dos cuestiones: un grupo de mujeres se encontraba en un lugar apartado; eran las compañeras o esposas de los militares que allí estaban. También advirtió que los defensores del equipo adversario no hacían nada para impedirle encestar a Fidel. Semprún, quien fue dirigente del PC español hasta su expulsión, entonces anotó: “Era divertido e interesante ver manifestarse el culto a la personalidad en un partido de baloncesto”. A las 2 de la mañana, Fidel se acercó, aún sudoroso y jadeante, al grupo y de sopetón largó un discurso sobre la economía cubana y la necesidad de desarrollar la producción de cítricos, sin permitir interrupciones. (A. A.)

El terror

Tres años después de que muriera Stalin, Nikita, que lo conoció bien y sobrevivió a las purgas como no ocurrió con muchos allegados, lo definió como un “demente suspicaz”. “¿Por qué usted me esquiva los ojos hoy?”, interrogaba a sus interlocutores, quienes acudían en cómodos automóviles al despacho del jefe supremo con el temor de no conocer el regreso. La conspiración fue marca registrada del estalinismo y de la época.
“Tenemos enemigos internos”, dijo Stalin en 1928. Nikolai Ivanovich Bujarin (1888-1938) había sido elogiado por Lenin junto a otros cuatro dirigentes, por ser en ellos en quienes descansaba la revolución. El sexto, Stalin, liquidó a los otros cinco. Bujarin había dicho que Stalin conducía el país al hambre, a la ruina y a un régimen policíaco, y lo había comparado con Genghis Khan. Fue fusilado en 1938 como enemigo del pueblo; se desconoce dónde fue ejecutado y dónde se lo sepultó.
El XVII Congreso del Partido Comunista apoyó a Stalin en su intento por destruir desviaciones de derecha y el líder decidió exterminar a la vieja guardia bolchevique. Arendt lo compara con “la solución final” de Hitler y agrega que al mandato de “tú matarás” Stalin incorporó el de “tú levantarás falso testimonio”. En el congreso de 1934 llamado “De los Triunfadores’, Stalin expresó: “No hay nada más que demostrar y, según parece, nadie con quien luchar”.
Las víctimas del Primer Plan Quinquenal (1928-1933) fueron de 9 a 12 millones de personas, en tanto que durante la Gran Purga fueron ejecutados 3 millones de personas y detenidas y deportadas entre 5 y 9 millones. La Nueva Política Económica se impuso con sangre y fuego a los campesinos que la resistieron; “es mejor no haber nacido que unirse al koljós”, afirmaban. Significó la colectivización de la agricultura y la abolición de la propiedad privada para orientar la expansión de la industria soviética.



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