>
El drama de Emma, el drama sudafricano
Oficialmente, en ese país una de cada dos mujeres es violada. Pero puede sufrir abusos entre cuatro y seis veces en su vida. Paradójicamente, esto ocurre donde las mujeres han conseguido valiosas conquistas sociales y ocupan puestos de poder. El crudo testimonio de una guía turística y su confesión más íntima.

Lo que más sobrecoge de Emma es su mirada. Profunda. Su naturaleza blanca y rubia contrasta en una geografía dominada en un 70% por negros. De papá alemán y mamá suiza, Emma creció en Namibia hasta que las aspiraciones de un destino mejor la trajeron desde adolescente a Ciudad del Cabo, mezcla de primer y tercer mundo, cosmopolita y ambivalente como casi toda Sudáfrica.

Desde hace años ella misma transporta turistas en la combi confortable de la discreta empresa que formó.

Luego del Congreso Mundial de Diarios, cinco periodistas la habíamos contratado para que nos hiciera un itinerario clásico por los anchos exteriores de una ciudad que enlaza mar y montaña. Un destino inexcusable: Cabo de Buena Esperanza.

No podíamos imaginar que un recorrido turístico podía enriquecernos tanto con los relatos de Emma. También conmovernos con su drama más íntimo.

Su expansividad de cicerone nos facilitó la entrada al mundo ajeno a una realidad que resplandece con grúas por todos lados. En Sudáfrica se construye y mucho: no sólo estadios de fútbol; también centros comerciales, de convenciones y residenciales. Al fin y al cabo, será la vidriera del Mundial 2010.

De que conozcamos ciertos rincones ocultos de la vida cotidiana deshonrosos se encargará Emma en el momento menos esperado.

Fíjense a mi derecha: Table Mountain. Su vista es espectacular. Hay más de 2.200 especies de plantas... nos dice, mientras miramos las nubes densas que surcan por la mitad a esta montaña que efectivamente parece una mesa inmensa y que divide zonas muy dispares que incluyen parques públicos, bosques silvestres, viñedos, mansiones, el puerto y el "bowl": el casco central de esta gran urbe.

Continuamos al sur.

Díganos, Emma. ¿Cuántos habitantes tiene Ciudad del Cabo?

Bueno, digamos tres millones, pero pueden ser cuatro millones o más.

La guía entendió nuestro desconcierto por la imprecisión y reaccionó rápido. Nos explicó que en los barrios difíciles, donde reina la marginación y la inseguridad, no se puede entrar a censar.

La gente vive hacinada y nadie sabe con exactitud cuántas personas hay por vivienda. La mitad son desocupados y no tienen ningún tipo de instrucción. Además, el sida y la droga están haciendo estragos en ese sector.

Nos habla del "paco", la pasta base de cocaína que está dejando de ser sólo la droga de los pobres para extenderse a los niveles sociales medios. Argentina ha quedado demostrado a fines del año pasado "exporta" cocaína a Sudáfrica y Egipto desde Ezeiza, de las formas más inverosímiles.

Entramos a una zona elegante, donde se resiste a morir la arquitectura holandesa, reminiscencia de la colonia que transcurrió hasta el siglo XVIII. Decenas de jóvenes negros estaban sentados en el cordón del bulevar de la avenida. Al llegar a un semáforo en rojo, nuestra guía cerró abruptamente los seguros del auto. Emma estaba tensa.

¿Ocurre algo?

Bueno... esos muchachos... Antes (suponemos que habla de la época del Apartheid) ellos se paraban allí en busca de changas o trabajos de fin de semana en las casas acomodadas. La gente paraba sus autos y los llevaban a sus viviendas para que hicieran jardinería, pintura, reparaciones. Eso era antes. Ahora, ¡ni pensarlo! ¡Te roban! Te miden los tiempos y durante la semana te saquean.

Nos pidió disculpas por el relato. "Ustedes vienen para disfrutar y yo les hablo de cosas penosas...". Todo lo contrario. Se lo agradecimos para nuestra sed de periodistas. Pedimos que continuara. Entonces desató más sentimientos.

El nivel de violencia en Sudáfrica se está haciendo insoportable. No sólo robos a mano armada. Es la violencia... ¿sabían ustedes que una mujer en Sudáfrica es violada entre cuatro y seis veces en su vida?

El espejo retrovisor nos devolvió su rostro conmovido, sus ojos de lágrimas reprimidas.

Y soltó su confesión más íntima:

A mí me atacaron tres veces... una con cuchillo y dos con revólver...

Su palidez ya estaba encendida. Nosotros mudos.

Nuestro gobierno ignora la violencia, niega este drama. ¡Mis derechos como mujer, nuestros derechos, no son respetados! ¡No hay ninguna protección, se los aseguro!

¿Y la policía, el gobierno del presidente (Thabo) Mbeki? ¿Qué hacen al respecto?

Es un hombre de Mandela... un buen hombre. Pero no tiene las condiciones como para manejar esta situación. Estoy convencida de que este país, sin Mandela, va a sufrir mucho en el futuro. ¿Ustedes han oído hablar de Zuma? Es un candidato presidencial muy populista, que mide bien en las encuestas. Es casi seguro ganador. Pero Zuma... con él a Sudáfrica le esperan tiempos muy bravos.

De Zuma (Jacob Gedleyihlekisa, ver recuadro) nos contó una historia reciente que eriza la piel.

Este hombre fue juzgado por violación y absuelto. Lo más triste es que admitió el delito, pero dijo que su cultura zulú le permite interpretar que, si una mujer lo provoca con insinuaciones o un vestido corto, él se siente con derecho a poseerla. La mujer violada tenía sida ¡y él lo sabía! Sin embargo, igual lo hizo sin ninguna protección. En el juicio dijo que se lavó sus partes íntimas inmediatamente. ¡Fíjense qué mensaje recibe la población con poca instrucción: que el sida se cura con un simple lavado! ¡Y que la violación está totalmente justificada! Este hombre amenaza con expulsar a la minoría blanca de Sudáfrica, como está ocurriendo hoy en día en Zimbawe (Robert Mugabe, su presidente, es conocido por sus incendiarios discursos de advertencia a los dueños ingleses de tierras de que serán echados de un país donde mueren asesinados no pocos granjeros). Los blancos amamos este lugar.

Le preguntamos si Mandela no puede influir. Si no podría equilibrar posturas tan radicalizadas. El le tendió una mano a la minoría blanca que lo encarceló 27 años y le dio un golpe mortal al Apartheid. ¿No se derrumbaría su obra, orgullo de toda Sudáfrica?

Lamentablemente, ya no puede dejar más sucesores. El "mkhulu" (abuelo) está muy viejito...

Nelson Mandela acaba de cumplir los 89 años. Se lo ve algo frágil y con bastón, es cierto. Pero está entero y activo pese a su memorable frase ante la ONU: "No me llamen. Yo los llamaré".

"Extrañamos a Mandela", dice Emma. Y con un ademán cambia abruptamente de tema. Regresa a su rol turístico: "¿Ven allá en la playa? dice mostrando un hormigueo de surfistas montando olas soberbias Son muchos y muy audaces. ¡Desafían a los tiburones!".

Y supimos entonces que los escualos se devoran a cuatro de ellos al año. Por eso hay un guardavidas, largavistas en mano y voz en cuello, para alertar apenas asoma una aleta.

 

 

ITALO PISANI

Enviado especial a Ciudad del Cabo

ipisani@rionegro.com.ar



Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí