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Hay voces en el horror | ||
Más actuales que la cobertura periodística, más profundos que los expedientes judiciales, más veraces que las fotografías, los poemas, narraciones y ensayos de los escritores desaparecidos constituyen un cuerpo que denuncia el terrorismo de Estado desde casi su prehistoria. Está Francisco Urondo en la cárcel, antes de la amnistía de 1973; también Alcira Fidalgo, desde su mazmorra en la ESMA. Y en medio, los gestos de sobrevivencia más allá de la desgracia y la derrota, de la tortura y el desamparo, de la incomprensión y el desaliento. Son fueron docentes, estudiantes, periodistas, obreros, psicólogos, abogados, sacerdotes, músicos, actores, sociólogos, escritores, pintores, amas de casa, publicistas. Todos los oficios confluyen en uno: la literatura. En el 2005, el poeta Víctor Redondo, entonces presidente de la Sociedad de Escritoras y Escritores Argentinos (SEA) se dedicó a reunir datos personales y textos de 108 desaparecidos en "Palabra viva", un volumen que no agota lo ocurrido y constituye un muestrario apenas inicial. Dos años después, con esa primera edición agotada, Redondo insistió: obtuvo textos de 16 desaparecidos que no figuraban en el primer volumen, aportados por familiares, amigos, compañeros. El libro recopila biografías, escritos y datos de los escritores y las escritoras que desaparecieron desde que la Triple A comenzó a operar desembozadamente en el país, en 1975. Hay autores consagrados, que transformaron la manera de escribir y percibir la realidad en la Argentina y en la lengua castellana. Es el caso de Francisco Urondo, quizá el más alto, el más conocido, el poeta que era, nunca "el que hubiera sido". El de Urondo es un caso comparable, por su profundidad como poeta, con Federico García Lorca, asociado también a un trágico destino. En ambos, la literatura sufre merma con su muerte prematura; sólo deseos de más. Están Miguel Angel Bustos y Roberto Santoro, quizás equiparables a Urondo. Y Dardo Dorronzoro. Y Héctor Germán Oesterheld. Y otros no tan conocidos, acaso, pero cuyos testimonios son profundamente ejemplificadores de lo ocurrido. Es que fue profunda la voz que intentó ser acallada. La palabra, como el agua, sobrevivió en forma de vapor, en forma de hielo, en forma de líquido. Pero sobrevivió. Y la piedra fue derrotada, las calaveras de hierro fueron horadadas. TEXTO Y SELECCION: GERARDO BURTON |
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