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Capturando el alma
“El escobero” (1865) de Benjamín Franklin Rawson es una muestra del pintoresquismo de la época y de la increíble capacidad de los artistas de transformarse en documentalistas de un período histórico.

Casi como escapándose de un fondo ocre plagado de luces y sombras, el negro escobero parece acercarse hacia los ojos del espectador, ofrecer su mercancía y continuar su camino. Y la sensación ante este óleo sobre tela del pintor sanjuanino Benjamín Franklin Rawson (1819-1871) es, como la mayoría de los trabajos pictóricos creados en nuestro país desde 1810, la de observar casi una instantánea fotográfica, como si la imagen fuera parte de un documental que retrata la historia de una nación en ciernes. Y algo de eso hay.
Mientras la Revolución de Mayo dejaba sus huellas sobre un pueblo en desarrollo, los orígenes de la pintura nacional poca relación tuvieron con el valioso proceso creativo de los indígenas nativos; sus raíces anclaron en el estilo europeo, diferenciándose de otros países como México y Perú. A esta innegable influencia técnica, alimentada con la presencia de algunos artistas del Viejo Continente que viajaron en busca de nuevas aventuras y compartieron su arte, se fue sumando el contexto social y geográfico, que se transformó en fuente de inspiración para los pocos pintores locales.
A partir de 1830 los cuadros comenzaron a aumentar en cantidad y calidad y los artistas hallaron en el medio un espacio de creación y, al mismo tiempo, un público interesado en sus obras. Lentamente, la pintura nacional generó un lugar de expresión en la sociedad y se convirtió en un “espejo” de los avatares políticos y sociales.
El predominio absoluto de los retratos destinados a evocar a determinados personajes de la época fue perdiendo popularidad en las últimas décadas del siglo XIX con la aparición del daguerrotipo o precursor de la futura máquina fotográfica. Aunque, observando a este escobero y la certeza de sus trazos, uno podría afirmar que su imagen es aún más fiel que la de una fotografía y encierra el poder de “capturar el alma” que alegaban los artistas para defender su oficio ante el avance de la tecnología. Y, nuevamente, algo de eso hay.
Rawson pintó el cuadro en 1865 y fue uno de los tantos que el sanjuanino, hijo de un médico norteamericano, generó luego de tomar clases con grandes maestros como Fernando García del Molino, Amadeo Gras y Monvoisin. Entre sus trabajos pueden encontrarse pinturas de valor histórico con personajes reconocidos, como “Salvamento en la cordillera” (en el que ubicó a Sarmiento, por la amistad que los unía, en un hecho donde el prócer jamás había estado) y “Asesinato de Maza”, y visiones de hechos políticos y la guerra desde la mirada de aquellos seres anónimos que los vivieron, como “La despedida del recluta” y “Huyendo del malón”. Y también aquellos que reflejan escenas de la vida cotidiana como testimonio de un pueblo que daba sus primeros pasos en la historia, entre las que se hallan nuestro escobero y “La cometa”, entre muchos otros.
Seguramente el vendedor de escobas siguió su camino por calles de tierra de algún pueblo de provincia, pero su alma quedó intacta en la creación de Rawson, como una página más del diario personal de la historia de un país. Y las tonalidades cálidas que delinean su afable mirada esbozan la necesidad de perpetuar gráficamente un pedazo de tiempo en cuerpo y alma.



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