El autor de la obra comentó que “Germán era un pontífice máximo del yachting, todos lo mirábamos con reverencia ya que tuvo un papel muy importante en el cambio. Antes era un deporte elitista: había grandes barcos que traían algunos de Europa. Y luego, barcos más pequeños y clubes modestos. Pero él cambió todo cuando comenzó a diseñar y hacer sus barcos. Era un tipo dedicado, con una pasión increíble por la velocidad a vela. Curiosamente la vela es el transporte más lento del mundo, pero esa pequeña diferencia de que un barco navegue más que otro, que sea más perfecto, esa pequeña diferencia de ir cruzando el viento –subrayó– lo apasionó a Frers y lo acompañó toda su vida. Por eso corrió regatas hasta una edad muy avanzada”. Desde muy joven, Frers se perfiló como alguien de gran determinación y carácter, algo que aparece reflejado en el relato de un viaje que realiza a la Patagonia –en enero de 1921– con sus amigos Tito Hosmann y Alberto Velarde. “Ahí comenzó mi asombro –comentó Alvarez Forn–, pero los Frers son de una antigua prosapia campestre. Este salió navegante. Aun así, además de recorrer kilómetros y kilómetros a caballo en ese viaje increíble bajó el río Limay en un bote. Hasta la aparición del cálculo electrónico, el diseño de naves veleras se debía casi exclusivamente a la imaginación de su creador, que con la mente pergeñaba las formas de un casco sumergido”. Y el diseño argentino hizo eclosión cuando Frers realizó su primer dibujo, el doble proa Fjord, “influenciado por los Pilot Boats doble proa noruegos del arquitecto Colin Archer”, recordó el arquitecto. A lo largo del libro, centrado en esos primeros setenta años de este pionero de la vela que solía utilizar elementos tradicionales “hasta que aparecieron nuevos materiales como el plástico, Frers cuenta cómo fueron surgiendo sus diseños, muchos de ellos dibujados a pluma alzada, como aquellos que iban a ganar las primeras regatas a Mar del Plata. Primero sentía cómo debía ser el velero y después lo producía. Recién en el agua veía los resultados –evocó Alvarez Forn–. A los doble proa –destaca el arquitecto en la introducción– les siguieron los ’cola de patos’. Eran revolucionarios. Proa redondeada ya sin bauprés, quilla corrida, popa que salía naturalmente del agua para cortarse en un espejo algo pequeño, aparejo bermuda con la botavara terminando antes que la popa”. En el libro, publicado por Letemendía, “aparecen varios de los más emblemáticos: entre los doble proa destaca el Fjord ll, el Aguacil, con una proa más grande, con el Plus y el Horizonte, una maravilla de la época. Y todavía navegan. El grumete fue un barco popular –definió– y llegó a haber más de 500, un barquito para regatas, para cruceros, era el barco para que todo el mundo corriera. También, aparece una fotografía del Alfar, el barco que ganó la primera regata a Río de Janeiro. Es un barco que está muy bien conservado y también sigue navegando. Después él mismo me dijo: ’estoy muy atrasado con los barcos’ y construyó el cadete con ángulos en el casco y un quillote en el medio en lugar de ser toda una curva grande. De ahí surgieron los súper cadetes y una línea nueva de barcos, como el Fjord Vl, todos de esa familia”, apuntó. Frers creó varias familias: “No le gustaba saltar de un diseño a otro. Iba evolucionando de a poco. No hacía nada radicalmente distinto. Pero tenían algo, una elegancia, la gente los veía y decía ’ése es un barco de Frers’. El diseño argentino empezó a ser conocido en el mundo entero por él. Era un tipo notable, emanaba algo de tranquilidad, un tono hierático. Y además era un artista bohemio: él hacía el plano principal, pero para sacarle los detalles chicos costaba un montón. Germán era como un Leonardo Da Vinci. Se hacía respetar naturalmente. Era así”. (Telam)
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