Reiteradamente, cuando alguna mujer alcanza un cargo político de relevancia que conlleva una evidente cuota de poder, surge la necesidad de resaltar este hecho como histórico, ya que parece que aún en nuestro país el poder y la política son conceptos asimilados a lo masculino. Sin embargo un repaso rápido a la participación femenina en cargos municipales, provinciales, legislativos o constituyentes muestra a las claras que hechos como la postulación de una mujer a la presidencia del país o la reciente elección de la primera mujer gobernadora no son casos puntuales, excepciones a una regla, sino que son el reflejo de una tendencia cada vez más fuerte: mujeres conquistando espacios de poder, trascendiendo la esfera de lo privado, el ámbito de la familia, como expresión de la búsqueda de nuevos modelos de militancia y participación. Es indudable que aún nos encontramos recorriendo una etapa de transición, ya que mientras por un lado no se niega a las mujeres el derecho a pelear espacios de poder en la vida pública, por el otro, socialmente, se le continúan asignando roles tales como el de esposa y madre, que en el viejo modelo aparecen como incompatibles con estas actividades de militancia. En mi caso personal, años de transitar el camino de la política me han permitido alcanzar cargos partidarios, legislativos y ejecutivos y me predisponen a realizar un balance entre lo obtenido y las cosas que he debido resignar para abocarme a lo que ha sido mi elección de vida. Este balance es por demás positivo, porque si bien debí multiplicarme en diversas tareas y cumplir roles disímiles, el camino de la militancia me ha permitido contribuir con algunos logros en materia de garantizar derechos personalísimos. Destaco principalmente el encuentro con mujeres de distintos sectores y partidos, coincidiendo en la elección de temas complejos relacionados con la defensa de los derechos sexuales y reproductivos y la lucha por la igualdad y contra la violencia. Esta tarea ha sido sin lugar a dudas la que más desafíos me ha planteado, teniendo que afrontar acusaciones que nada tenían que ver con mis convicciones personales. Como médica pediatra que soy, considero la vida humana como el principal valor a defender. Es por ello que me sentí abrumada ante los cargos que, como autora del primer proyecto de ley autorizando las ligadura de trompas, se me realizaron. Comprendí entonces que el poder que da la política sirve en la medida en que permita ejercer la libertad de decidir y es por ello que la mayoría de mi accionar tuvo que ver con garantizar este derecho. En este transitar he ratificado mi convicción en que la solución a cuestiones sumamente complejas, como son las del campo social, no saldrán desde una concepción feminista sino que es esencial la idea totalizadora; pero también he comprendido que en política la mujer, mediante el ejercicio del poder, ha hecho un aporte esencial. Es lo que yo llamo la mirada femenina, concepto que significa poner una impronta diferente a la forma de hacer política, incorporando a esta actividad un matiz propio en el que la sensibilidad y el afecto con que la mujer encara lo cotidiano le brinde un carácter humanizado y realista. MARTA MILESI Especial para “Río Negro” Médica, legisladora de la provincia de Río Negro, presidenta de la Comisión de Asuntos Constitucionales. El ayer y después Es notable como desde el sistema educacional argentino, hasta muy avanzado el siglo anterior, se estimuló un fuerte cultura tendiente a condicionar el rol de la mujer. Una reciente e impecable investigación –tan reciente que hace muy pocas semanas que fue publicada– aborda el tema, sustentada en sólidas fuentes. Se trata de “Historia de las trabajadoras en la Argentina” (Ed. Edhasa), una exploración que abarca el lapso 1869-1960. La historiadora Mirta Zaida Lobato abre cada uno de los capítulos del libro con referencias sobre la percepción social que se tenía desde distintos planos del poder sobre aquel rol. Así, en el primer capítulo, Lobato –doctora en Historia– estampa algunas de las definiciones sobre el tema contenidas en textos escolares. Veamos: • “Las mujeres debemos quedarnos en nuestras casas a zurcir medias, a remendar ropas, a barrer y a cocinar, mientras que los hombres se ocupen de la política y de dictar leyes” (“Nuestro libro”, texto de lectura para segundo grado, 1920). • “Pero ten presente que la misión de la mujer en el mundo es consolar y animar a los que la rodean, proteger a los desgraciados y tornar bella y encantadora la vida y hacer luego, de los hijos que les depare el destino, hombre sanos y buenos que contribuyan al progreso y al bienestar de la humanidad” (“Días de infancia”, texto de lectura para tercer grado, 1958). Toda una cultura destinada a constreñir espacios a la mujer. Una política alentada incluso desde la Iglesia Católica. Y, por supuesto, un bloquear el acceso de la mujer a la política. Bloqueo hoy fracturado, claro. (CAT) Presidenciables y poder Dicen los italianos que “una cosa è morire ed un´altra parlare di morire”. Es decir: una es la realidad y otras sus interpretaciones. Acordado este punto pasemos al objeto en cuestión: Cristina Fernández hizo pública su candidatura a la presidencia de la República. Elisa Carrió todavía la está evaluando, alentada por el reciente triunfo de Fabiana Ríos. Pero no es la primera vez que en Argentina hay mujeres en la confrontación política. Antes y hoy esas participaciones femeninas tuvieron y tienen un discurso que las expresaba y las dotaba de sentido. Por ejemplo las luchas femeninas durante el siglo XIX y buena parte del XX se enmarcaron en las interpretaciones de ese tiempo: el sufragismo impulsado por damas burguesas, el socialismo femenino, moralizante de la clase obrera –con sus prédicas anti alcoholismo y anti prostitución–, mientras en el mismo sentido iba la militancia católica femenina difundiendo el catecismo entre indígenas e inmigrantes. En ese entonces sólo las anarquistas bregaban por la igualdad entre los sexos. En la primera mitad del siglo XX, cuando imperaba una moral encorsetada, vivió y actuó Eva Perón. Amada por unos y aborrecida por otros, conoció el juego del poder hasta en el más mínimo detalle. La historiografía partidista ha sido muy injusta con ella. Pero en los años de la segunda posguerra fue una excepción a escala internacional. Y si fue imaginada como la “madre de los humildes” o la “jefa espiritual de la nación” es porque la sociedad de la época entendía y compartía esas imágenes. Había otros marcos ideológicos, pero ni eran mayoritarios ni sumaban votos. Si nos centramos en el hoy, Cristina y Elisa harán suyos los discursos que están presentes en la sociedad; y entre todos los posibles elegirán aquellos que otorguen consensos mayoritarios. El discurso en común es precisamente el de los derechos humanos; perspectiva filosófico jurídica muy amplia que favorece la justicia y la equidad erradicando toda discriminación y segregación por cuestiones de género, generacionales, étnicas, políticas, clasistas, nacionales, etcétera. En cuanto al género, exige la igualdad de oportunidades entre varones y mujeres. Por ello, que una mujer gobierne no significa necesariamente que favorezca la erradicación de las desigualdades producto de la cultura sexista. En todas las sociedades, en más o menos, existe una valencia diferencial de los sexos. Diferencia que no está dada por la naturaleza sino por su interpretación. Cristina y “Lilita” se colocan en los derechos humanos para hablar de sí mismas y para comunicarse con sus futuros votantes. Pero no hay que quedarse sólo con las palabras. Hay que mirar los aspectos simbólicos del discurso. Cristina, hasta hoy, ha puesto mayor énfasis en la justicia y la desaparición de personas y en el desarrollo económico. “Lilita” se presenta imbuida de atributos mágico-religiosos, mientras critica la corrupción desde una idea de república. A partir de estos sentidos hay que saber leer lo qué significan los derechos humanos para cada una de las presidenciables. Estas son las interpretaciones. La realidad es que ambas saben jugar el juego del poder. Y el poder es una confrontación de intereses, de controversias y de disputas entre sectores, clases y grupos de presión internos e internacionales. El poder no es ni femenino ni masculino. Es poder a secas. Y cuando las mujeres lo ejercemos no nos masculinizamos. Creer que la profesión define el sexo o el género es propio del pensamiento medieval. MARIA E. ARGERI Doctora en Filosofía y Letras, directora del Prodesp (Programa de Estudios Políticos) y profesora adjunta de la Universidad Nacional del Centro.
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