Recientemente se sancionó el decreto 109/07 que reglamenta la ley de biocombustibles, apuntando a la diversificación de la oferta de combustibles de origen vegetal. El decreto establece una serie de beneficios fiscales para las inversiones en producción e industrialización, dando incentivo a las pymes y cooperativas, y hace obligatoria la mezcla de éste con combustibles fósiles (petróleo) a partir del 2010. Es necesario aclarar previamente algunos conceptos básicos y advertencias sobre este enfoque de matriz productiva que indudablemente se avecina con vigor en nuestro país. Frecuentemente oímos hablar de biocombustible y etanol, sin entender cabalmente la diferencia entre ambos. El etanol es un alcohol que se obtiene del almidón de azúcar o maíz, entre otros vegetales. Los países más avanzados desde hace varios años en esta industria son Brasil, desde la producción intensiva de la caña de azúcar, y Estados Unidos, a partir del maíz industrialmente tratado en el estado de Minnesota –donde ya operan estaciones de servicio–. Si bien su utilización como combustible se basa en su mezcla con el petróleo, contrariamente a lo que suele creerse, en la combustión del etanol se producen más gases efecto invernadero que en el combustible común. La ventaja ambiental de este combustible requiere una inversión adicional al recurrir al dióxido de la atmósfera, ya que arde formando dióxido de carbono por lo que requiere la adición de oxígeno para reducir las emisiones contaminantes. En nuestro país, el biodiésel se produce a partir del aceite de soja, maíz y girasol y sirve para complementar el diésel, aunque la energía natural puede provenir de otras fuentes (entre ellas, plagas, madera, palma y excrementos animales). La Argentina ha experimentado una explosión sojera a partir de la liberalización –en 1996– de la semilla transgénica, que disparó la producción de granos de 45 millones de toneladas a 90 millones, de cuyo total la soja representa el 50%. La soja es la base del complejo de biocombustible que la Argentina espera concretar en los próximos años, ya que contiene un 18% de aceite, siendo actualmente el principal exportador del mundo. Lamentablemente, ésta se comercializa en crudo, sin valor agregado alguno. La reciente visita del presidente de Estados Unidos a Brasil no estuvo exenta de negociaciones sobre el cambio de matriz energética que enfrenta el mundo. En especial, se analizó la política de aranceles de la ronda de Doha, donde se debate la liberalización de los mercados para los países en desarrollo y la disminución de los subsidios a los agricultores de Europa y Estados Unidos. Hace poco tiempo, el presidente de Brasil anudó acuerdos en aquel país para encarar programas piloto de etanol en Africa, América Central y el Caribe, zonas de gran disponibilidad territorial. Nos encontramos ante un negocio fabuloso para las productoras de forrajes, semillas y agroquímicos, que impulsa la producción actual de maíz en Estados Unidos hacia el etanol, eleva los precios del cereal y lo encarece para el consumo humano y como forraje animal. Este debate se ha abierto en el país del Norte y la preocupación radica en los riesgos de no contar con materia prima para producir harinas o aceites para el consumo humano. La preocupación ha llegado incluso a la exposición realizada recientemente en el país por el ex vicepresidente estadounidense Al Gore. Pero, a la par de estas realidades, existen otras que debemos tener muy presentes para no devastar el principal recurso perecedero de que disponemos: nuestro ambiente. La energía derivada de productos agrícolas es la necesaria consecuencia del agotamiento del modelo de producción sostenido en el petróleo, cuya escasez y cuyos costos van en aumento. Las grandes extensiones de muchos países en desarrollo –como el nuestro– no pueden transformarse en un campo de explotación irracional que acarree el agotamiento de los suelos, la contaminación de las aguas y la deforestación. Nuestras tareas pendientes son, en principio, alimentar a un tercio de nuestra población y no sobreexplotar millones de hectáreas concentrando su propiedad; debemos preservar nuestro ambiente porque somos una reserva mundial en la materia y este “producto” no se renueva. La convivencia con esta oportunidad económica que se presenta es viable si somos racionales en la explotación de los recursos y si evitamos que nuestra tierra se degrade sin considerar un proyecto nacional que preserve a nuestros pequeños y medianos productores logrando una equilibrada distribución de los beneficios. Recordemos las recientes lecciones de nuestra historia, recordemos cómo nos hemos ido levantando de a poco, quiénes colaboraron para ello y cuánto nos beneficiamos a partir de los ingentes recursos humanos y naturales de este país.
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