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Prevención de crisis financieras
Mantener el tipo de cambio a través de la compra de dólares es un proceso riesgoso.
Habría que usar otras armas para desalentar a inversores financieros externos.

El Banco Central de la República Argentina (BCRA) se encuentra en una posición delicada:  el único instrumento que ha podido desarrollar para mantener el peso bajo en relación con el dólar ha sido la compra de esa moneda extranjera, cuyos costos son cada vez mayores. En este artículo analizo un instrumento cambiario alternativo.
Por su parte, los inversores financieros extranjeros en la Argentina obtienen una ganancia por los altos intereses que el BCRA paga por los bonos que emite. El escenario de fondo es el ingreso de capitales extranjeros que, alentado por esas expectativas de ganancias altas, genera presiones para revaluar el peso argentino. Si el BCRA cediera a esa presión, los inversores lucrarían con una renta cambiaria adicional.
El mantenimiento del tipo de cambio a través de la compra de dólares constituye un círculo vicioso y una situación insostenible en el mediano plazo: es cada vez más oneroso reprimir el valor del peso y cada vez más seductor para los inversores financieros extranjeros apostar a su reevaluación. Esto incuba el riesgo de un ajuste desordenado si el tipo de cambio subiera bruscamente, lo cual podría afectar negativamente  la economía real, la actividad industrial y el empleo.
Así las cosas, si el gobierno argentino está resuelto a mantener el tipo de cambio devaluado y estable para sostener el ritmo de las exportaciones, necesitará de instrumentos adicionales para desalentar aquellas expectativas del mercado financiero.
El instrumento que propongo en este artículo es la tasa Spahn (ideada por el economista alemán Paul Bernd Spahn), que consiste en una tasa mínima sobre las operaciones de cambio de monedas que se aumenta según el grado de inestabilidad del tipo de cambio. La tasa básica se aplicaría en los “buenos tiempos”, mientras que una mayor entraría en escena con las turbulencias cambiarias o del mercado financiero.
Una tasa mínima para los “buenos tiempos” fue propuesta por el economista y Premio Nobel James Tobin (por eso la tasa lleva su nombre), quien sugirió la aplicación de una alícuota siempre fija entre el 0,1 y el 0,01% sobre cada cambio de una moneda a otra, procurando con ello desalentar la especulación financiera. Los cambios repetidos con márgenes de ganancia muy pequeños ya no resultarían rentables, mientras que las inversiones a largo plazo y las exportaciones no se verían afectadas dado que un costo adicional de transferencia del orden del 0,01% es una cuota despreciable de los costos totales. Por ese motivo la tasa Tobin prolongaría los plazos de permanencia de las inversiones extranjeras directas, puesto que desalienta la posibilidad de huir hacia activos más líquidos y fugarse al exterior.
Si el tipo de cambio se muestra inestable, Spahn sugiere potenciar la tasa Tobin con una adicional, también aplicable a los intercambios de monedas, que se eleva y puede llegar hasta niveles prohibitivos que superan el 100% del volumen transferido. Además del beneficio macroeconómico que implicaría una mayor estabilidad financiera, con la ampliación de la tasa Tobin propuesta por Spahn se lograría cierta estabilidad cambiaria. El registro central de los intercambios monetarios por sistemas de clearing internacional viabilizaría la implementación técnica de este tipo de tasas.
Una tasa como la analizada constituye una regulación basada en mecanismos del mercado y actualmente convoca un creciente interés entre los economistas. Su ventaja es que articula útilmente los elementos clave para un buen manejo de las crisis financieras y cambiarias: al ser implementada, en forma previa y con reglas claras, brinda mayor transparencia y previsibilidad para el mercado financiero respecto de las reacciones que el Estado asumirá en tiempos de crisis, al mismo tiempo que ofrece al soberano un instrumento regulatorio eficaz para proteger su economía de cara a las agresiones financieras especulativas de corto plazo.
Frente a estos beneficios, los efectos negativos del impuesto propuesto consistirían primordialmente en una posible reducción de liquidez en el mercado financiero doméstico, si los inversores financieros internacionales redujeran su ritmo actual de inyecciones de dinero. Como la Argentina no padece de falta de liquidez sino de subinversión y de una insuficiente capacidad productiva, la disminución de liquidez no sería un problema mayor. Por ese motivo sería conveniente promover las inversiones de largo plazo y reducir las de corto plazo (el “hot money”), tal como pretende la tasa Spahn.
También debe tomarse en cuenta que, como todo impuesto, la tasa podría llevar a distorsionar la colocación de los recursos. Por eso, cuanto más amplio sea el ámbito en el cual se aplique la tasa Spahn, menor será la distorsión de las inversiones cortoplacistas, por lo que sería conveniente considerar el establecimiento de una tasa Tobin/Spahn en una región, como el Mercosur, o aun más amplia, como la que comprendería el Banco del Sur.
El plafón político actual parece propicio. El presidente de Brasil ya se ha pronunciado a favor de la tasa Tobin, y hasta ha propuesto en la ONU, juntamente con Chile, una iniciativa en esta dirección. Esto último no es casual, puesto que Chile registra experiencias exitosas con controles de capital unilaterales que le permitieron administrar exitosamente los efectos de las crisis financieras de las últimas décadas.
La tasa Spahn no es la panacea que permite mantener el tipo de cambio sub o sobrevaluado en el largo plazo y tampoco es capaz de eliminar los flujos de capitales especulativos que amenazan a los países emergentes, pero ayudaría a suavizar los procesos transitorios entre los desequilibrios que atraviesa la economía real. Lo que también se podría lograr con la tasa Spahn es la reducción de las pérdidas que registra el BCRA, frente a las ganancias de los inversores. Y en caso de crisis financiera, en combinación con otras medidas, puede contribuir a evitar perjuicios a la economía real. En aras de una mayor previsibilidad y continuidad en la política económica, es imprescindible adecuar las instituciones y los instrumentos en los “buenos tiempos”, pues en los “malos” sólo se piensa en el corto plazo.

MIRIAM REHM
Especial para “Río Negro” Economista, estudiante New School (Nueva York)  h0050253@wu-wien.ac.at

 



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