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La sociedad argentina “incurrió en el autoengaño”
Colombo asegura que el funcionamiento “por señoreaje o hegemonía” del sistema democrático y la estatización de los partidos y su “mimetización sucesiva” para lograr gobernabilidad integran el escenario político del país, atravesado por conflictos
estructurales que la comunidad rechaza protagonizar.

Ariel Colombo criticó la forma de hacer política en el país y desnudó el funcionamiento “por señoreaje o por hegemonía” de la democracia argentina. En su análisis, rescató la experiencia del sindicalista cordobés Agustín Tosco, respecto de cuyos logros consideró que “estamos a la zaga”, y describió los sucesivos reacomodamientos de los partidos políticos en el período posterior a la restauración del sistema constitucional en 1983.
A manera de conclusión, afirmó que, en las recientes etapas de la vida política del país, “la sociedad argentina no fue traicionada; incurrió en el autoengaño para legitimar ante sí misma su rechazo a protagonizar los conflictos estructurales que la cruzan”.
La exposición de Colombo en las Primeras Jornadas Nacionales de Filosofía y Epistemología de la Historia realizadas en la UNC se focalizó en las tesis de filosofía de la historia de Walter Benjamin y las consideró como un desafío a la concepción de “pos-historia o futuro pasado, en la que la política no tendría otro reto que la supervivencia o la bioadministración”.
De acuerdo con su punto de vista, en la actualidad se vive “una suerte de atemporalidad” mediante la cual, “gracias a la experiencia virtual y a la programación continua, el futuro tiende a convertirse en información instantánea que puede almacenarse sin deterioro”.
Colombo aseguró que en el mercado se produce “la repetición infinita de lo “siempre igual’ en lo nuevo”, con lo cual el tiempo se homogeneiza y vacía, “es decir, impide acumular experiencia y conservar la memoria”.
Sostiene que Benjamin, por el contrario, “tuvo una percepción del tiempo como algo distinto de la historia, como interrupción de la continuidad compulsiva entre pasado y presente”, y lo concibió como “un pasado actualizado, que permanece vivo como demanda y posibilidad de justicia y que pone al presente en deuda con lo que fue y no pudo ser”.
Ese pasado “actual”, entonces, no se define “por sus éxitos sino por sus fracasos. Los vencidos del pasado tendrían una fuerza que necesitamos para hacer frente a los vencedores de hoy. Si en el pasado hubo alternativas, lo que ahora existe no es una fatalidad. Es por eso inevitable que este modo de iluminar el pasado haga resplandecer la figura de Agustín Tosco, tanto como el propio concepto de política emancipatoria, al que quiere darse por perdido no casualmente junto al futuro como creación racional”, agrega el académico.
En relación con ese pasado, el presente actual está “retrasado”, ya que “nos falta llegar hasta donde Tosco llegó”. Con respecto a él, “hemos retrocedido; hemos quedado a la zaga, y sus enemigos se interponen aún entre él y nosotros”, indicó. Se trata de “un pasado que no hemos podido superar pero no en el sentido de un ‘retorno de lo reprimido’. Tosco, y la parte de la sociedad que se expresaba a través de él, poseía una estrategia popular que conjugaba tolerancia con impugnación, el pluralismo con movilización; que priorizaba las formas de decidir por sobre los contenidos de la decisión, que aplicaba sobre sus propias modalidades de acción los métodos reclamados a la sociedad y el Estado”.
“Para la burocracia sindical, (Tosco) era un marxista que hacía política desde la cárcel; para la dictadura, un peligro al que sólo puede permitirse el presidio; para Perón, ‘el dirigente de la triste figura’; para las Tres A, un enemigo a aniquilar; para los peronistas de izquierda, ‘un buen muchacho’; para el basismo maximalista, un ‘moderado’ proclive a la alianza de los trabajadores con la clase media; para la lucha armada, un civil prestigioso a manipular; para los políticos, un molesto competidor; para los gobiernos constitucionales, un incorruptible que bloqueaba la privatización de la energía eléctrica y la desactivación de los conflictos laborales; para los historiadores, un eslabón más de los acontecimientos”.

“seÑoreaje” y miedo a la exclusión

–Usted habló de que la democracia “capitalista” funciona por señoreaje o por hegemonía. ¿Puede explicar esa caracterización?
–Por hegemonía se entiende un intercambio intertemporal por el que se admiten sacrificios presentes en espera de beneficios futuros: más empleos, salarios e impuestos. Se concede el poder al partido que ofrezca las garantías más creíbles en torno de la capacidad para hacer cumplir a los capitalistas los términos de dicha transacción. En el señoreaje, en cambio, no hay reproducción material del consentimiento. En lugar de un futuro de mayor bienestar a cambio de sacrificios transitorios, se ofrece protección contra el pasado, para que algo peor no vuelva a ocurrir. Se reproduce, así, la desconfianza entre los propios ciudadanos, y entre ellos y sus representantes. Al destruirse el futuro colectivo del cual poder extraer sentido para las penurias de la actualidad, la ausencia de una perspectiva común realimenta el recelo generalizado, base estable de la impunidad y de la una fuga hacia adelante respecto del conflicto distributivo. Las cuestiones de fondo se trasladan a las próximas generaciones, básicamente por la vía del endeudamiento público. Mientras la hegemonía supone subordinación incluyente, el señoreaje explota el miedo a la exclusión y, con el objeto de que su chantaje resulte verosímil, recrea la demanda del mismo producto que ya ofrece: protección contra algo peor a lo que ya acontece.
–¿Cómo se materializó eso?
–En la Argentina existió este compromiso políticamente inferior, basado en el miedo. No hubo necesidad histórica ni conspiración que obligara a los partidos a hacer lo que hicieron; tuvieron otras opciones. Sin embargo, aterrados ante el riesgo de que la conflictividad los disolviera, les pareció más prudente estatizarse, ser prolongaciones burocráticas del Estado, algo que los convirtió en opciones indiferenciadas y que hizo de la competencia política una parodia desvergonzada. Mientras en los ochenta se pactó la renuncia a investigar los crímenes del terrorismo de Estado y la ilegitimidad de la deuda externa, a cambio de la estabilidad del Estado de derecho, en los noventa se pactó la liquidación del patrimonio estatal por la estabilidad de precios, y la protección contra la escalada inflacionaria por diversas modalidades de servidumbre política. La sociedad no fue traicionada; más bien incurrió en el autoengaño para legitimar ante sí misma su rechazo a protagonizar los conflictos estructurales que la cruzan.
–¿Cómo se tradujeron, en términos políticos, esos pactos?
–La estabilidad, política y económica, llegó a transformarse en una entidad metafísica que empalmó con la autoinculpación inducida por los procesos de mercantilización general, que convence a las personas de que son responsables individuales de sus fracasos en el mercado. Para compensar la desresponsabilización cívica inducida en función de la “gobernabilidad”, el sistema tuvo que acudir a todas las coaliciones teóricamente posibles. Dejando de lado la también cambiante coalición alfonsinista, se aliaron los peronistas y la derecha en 1991; los radicales y peronistas para la constituyente de 1994; una fracción peronista y la centroizquierda para las elecciones de 1995; frepasistas y radicales para las elecciones de 1997 y 1999; los radicales y la derecha en 2001; peronistas y radicales para el gobierno de “unidad nacional” durante el 2002... coaliciones alternas o rotación de aliados a una velocidad equivalente al agotamiento de las opciones por un modelo sólo sostenible mientras estuviera garantizada la renovación de los compromisos externos. En términos políticos, mientras persistieran el miedo al pasado y el futuro confiscado.

EL ELEGIDO

Colombo es politólogo e investigador del Conicet y autor de “Pragmática del tiempo” (2006), “El futuro actual” (2006) y “otros trabajos anteriores que intentan introducir el tiempo como cuestión significativa para la teoría política”.
Participó, a comienzos de junio, en las Primeras Jornadas Nacionales de Filosofía y Epistemología de la Historia realizadas en la Universidad del Comahue.
La organización del programa de las jornadas, que contaron con la asistencia de un centenar de especialistas del país y de América, estuvo a cargo del Centro de Investigación en Filosofía de las Ciencias Sociales y Humanidades, que dirige María Inés Mocrovcic.

 Un proyecto en la UNC

Ariel Colombo asesora, en la UNC, un proyecto denominado “Acción colectiva y demandas en las democracias del Cono Sur”, que dirige Francisco Naishtat. Se trata de un trabajo de investigación que se desarrolla con organizaciones mapuches, los vecinos autoconvocados de Esquel y las “mujeres en lucha”.
El equipo de trabajo está constituido por Fabiana Erazun, Zulema Semorile, Luciano Flores, María de los Angeles André, Laura Martín, Juan Justo, Rodrigo Garay, Sergio Szyncil y otros.
Colombo dijo que la crisis política del sistema que denominó “señoreaje” –y fomenta las prácticas clientelistas– “entró en crisis política por la propia lógica económica que puso en marcha: la salida de la hiperinflación. El futuro ahora parece más gravoso aún que el pasado. Es el momento de las movilizaciones y de la devaluación, y empieza la transición que se prolonga a lo largo del gobierno de Kirchner hacia la hegemonía; esto es, hacia un capitalismo democrático “normal”, cuyos indicadores son el ascenso de la inversión privada (autónoma del Estado), el superávit fiscal, el superávit externo, el desendeudamiento, y el contenido de los conflictos sociales, que son cada vez menos defensivos al ritmo del crecimiento y de las mejoras en los ingresos. No obstante, reconstruir la gestión del Estado y aplicar políticas estatales exitosas equivale a construir el barco mientras se navega. Es muy difícil. Llevar adelante una reforma impositiva o sacar de la pobreza al veinte por ciento de la población con menores ingresos requiere una capacidad de gestión pública que aún no está disponible, pero al mismo tiempo deben ser objeto de políticas estatales exitosas si el gobierno quiere preservar su consenso.
–¿Y ahora?
–El gobierno debe mantener la confianza de los mercados y de los electores, el voto de los inversores en equilibrio con el voto de los ciudadanos. Necesita recrear expectativas a dos puntas y conciliar legitimación democrática con acumulación capitalista. Por eso la hegemonía, por exitosa que sea, posee la lógica del diferimiento pero también la de la realización parcial y en frío de algunas demandas. Por eso Kirchner puede aparecer como progresista en algunos aspectos y como conservador en otros, pero es justamente por esta razón que no puede negarse que hace política mediando entre los imperativos de un sistema autocontradictorio, mientras sus opositores no han podido hasta ahora asimilar su éxito y, en consecuencia, capitalizarlo. Algunos de estos opositores hacen girar sin chances su antagonismo alrededor de la corrupción y mercantilización del voto, pero ocultan que ninguna democracia capitalista funciona de otra manera. Y que no se debe a una supuesta perversidad connatural a los políticos sino al modus dicendi del sistema, que debe alentar expectativas para después desactivarlas. En este terreno, el ciudadano promedio no es mejor que el político promedio, y las quejas contra el patronazgo estatal y las colusiones con grupos empresarios como forma de ganar elecciones yerran el blanco. Si el sistema no fuera operado de ese modo, pondría en aprietos en primer lugar y de inmediato los intereses que más lamentan hoy la miserabilidad política, y que son los que callaron ayer o los que callarán mañana. Los políticos no hacen más que lo que se espera, en este sistema, que hagan. (G. B.)



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