Durante la Guerra de Malvinas, la Armada argentina planeó atacar el transatlántico británico “Queen Elizabeth II” (“QE 2”), que transportaba 4.000 efectivos destinados a desembarcar en las islas y recuperar su dominio. De acuerdo con la información existente a hoy, el ataque se produciría a fines de mayo del ’82. El alto mando naval estimó que la acción tendría como escenario un punto del océano Atlántico distante a 700 millas marítimas (unos 1.500 kilómetros aproximadamente) de la base naval de Puerto Belgrano, casi en su mismo paralelo (ver infograma). Se previó que la operación estuviera a cargo de un grupo de tareas integrado por los destructores Tipo 42 “Hércules” y “Santísima Trinidad”. Con una antigüedad de cuatro años promedio, habían sido construidos, el primero, en Inglaterra, y el segundo –bajo licencia británica–, en los astilleros de Río Santiago. A ambos buques se sumaría el destructor “Py”, más antiguo. Detalles sobre la planificación de esta operación son publicados ahora en el último número del Boletín del Centro Naval, medio con 125 años de antigüedad destinado a “fomentar el estudio de los problemas navales y estimular el interés hacia las cosas del mar en todos los ámbitos del quehacer nacional”. La nota en cuestión pertenece al capitán de navío (RE) Carlos Coli. Forma parte del artículo “La flota de mar en la guerra del Atlántico Sur. Su actuación posterior al 2 de abril de 1982”. Vía ese artículo, es la primera vez que trasciende públicamente el planeamiento del ataque. Por considerarlo de interés en virtud de que, cualquiera sea la opinión sobre aquella guerra, Malvinas está en la historia argentina, es que “Debates” ofrece hoy una síntesis del tramo del artículo en el que se habla del ataque que no fue. El mando naval argentino estimó que “QE 2” se dirigiría directamente a Malvinas. Sin embargo, la Marina Real, atenta a evitar riesgos, decidió que navegara directamente a Georgias, islas recuperadas por los británicos el 25 de abril del ’82. “Por datos de inteligencia se supo que el ‘QE 2’ había zarpado de Portsmouth (sur de Inglaterra) el 12 de mayo y que haría escala en la isla Ascensión para cargar materiales cedidos por EE. UU. alrededor del 20, considerando que si bien su velocidad máxima era de 28 nudos, adoptaría una de desplazamiento entre 20 y 24 nudos. Luego de permanecer alrededor de dos días volvería a zarpar (día Z) hacia Malvinas, entre el 22 y el 24 de mayo”, señala el artículo. Luego de descartar atacarlo en distintos puntos del Atlántico, se evaluó interceptarlo en el que muestra la infografía. Ese punto de contacto tenía su razón de ser: • permitía la zarpada de unidades propias desde El Rincón (cercanía de Puerto Belgrano) con mínimo preaviso, o sea, un día después de la zarpada del “QE 2” desde Ascensión; • reducía el tiempo de tránsito y se consideró lo suficientemente alejado del área Malvinas como para evitar el redespliegue (desde las islas hacia la zona de ataque) de un submarino nuclear por parte de Gran Bretaña; • el reabastecimiento de las unidades propias sólo era necesario al regreso, en un punto situado a unas 60 millas al Este de cabo San Antonio y en aguas poco profundas, siempre que no existieran demoras o períodos de espera. La planificación pasó revista a la magnitud de la exploración aérea que debía instrumentarse para detectar al “QE 2”, estableciéndose que para llegar al punto de ataque previsto debía contarse con 36 horas de preaviso. Se analizaron, además, las características de la escolta que traería el buque inglés, llegándose a la conclusión de que estaría dada por dos fragatas o destructores y –eventualmente– un submarino nuclear. Pero a esto debía sumarse no menos de media docena de helicópteros con capacidad antisuperficie y antisubmarina y en condición de explorar hasta 180 millas alrededor del componente británico. Otra de las fuerzas que tenían el “QE 2” y sus acompañantes consistía en la posibilidad de disponer de información satelital, con lo cual podían detectar los movimientos de los buques argentinos. El “QE 2” tenía además a su favor el poder elegir la derrota que más le convenía para llegar a Malvinas o las Georgias. Luego de pasar revista a distintas conspiraciones tácticas y al potencial de medios y fuegos de fuerzas propias y enemigas, el alto mando naval llegó a la conclusión de que el ataque era “una operación apta pero, con respecto a la factibilidad, el juicio fue de comprometida”, debido a distintas consideraciones. Entre ellas figuró que “la defensa antiaérea y antisubmarina de las unidades propias era reducida y prácticamente ineficaz frente a un submarino nuclear”. La posibilidad de la presencia de un submarino de esta naturaleza integrando la fuerza inglesa tornó además “inaceptable” la operación que se planificaba. El mando naval argentino reflexionó asimismo que en caso de no existir esa escolta y de que la misma estuviera sólo dada por unidades de superficie, la operación “sería aceptable, sin dejar de tener en cuenta que podía haber antes del encuentro misilístico un ataque a los buques propios con helicópteros dotados con misiles antisuperficie”. Y que existiría “siempre la amenaza submarina después del ataque, dada la desfavorable distancia a recorrer hasta llegar a aguas seguras, considerando una posible represalia con submarinos nucleares en patrulla al Este de Malvinas” . Finalmente, el alto mando naval argentino concluyó que la operación era “marginal, especialmente por el esfuerzo que significaría, la necesidad imprescindible de tener conocimiento preciso de la posición del blanco y su posible inaceptabilidad, no siendo seguro el encuentro con el ‘QE 2’, ya sea por cinemática o medidas de evasión del mismo, pudiendo ser alto el costo sin conseguir el objetivo”. En consecuencia, la operación quedó descartada.
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