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¡Quiera el pueblo votar!
por ABEL SANDRO MANCA

El voto secreto tuvo su origen en la antigua Roma, donde fue un amparo eficaz contra la acción que se ejercía en la persona del votante. Desapareció tras la Revolución Francesa, cuyos miembros sostenían que el voto debía ser libre y franco. A medida que fueron surgiendo los grandes centros industriales, en especial en Inglaterra, donde el proletariado iba adquiriendo conciencia de clase, las cosas fueron cambiando. Los gobernantes advirtieron que la voluntad de los trabajadores no se expresaba libremente a través de los comicios, adonde concurrían presionados, cuando no atemorizados, por las represalias de los patrones y la coacción de las entidades industriales. Entonces, para garantizar no solamente los comicios sino la integridad de las personas, se hizo preciso recurrir nuevamente al voto secreto, que era la mejor garantía para salvaguardar la voluntad popular.

En nuestro país fue Roque Sáenz Peña quien, mediante la introducción de la ley electoral Nº 8.871 del 13 de febrero de 1912, sancionó el voto secreto y obligatorio, renovando el panorama de nuestra entonces incipiente democracia, todavía inorgánica en gran medida. La ley Nº 8871 se aplicó por primera vez para la elección de presidente en los comicios del 2 de abril de 1916, donde el binomio Hipólito Yrigoyen-Pelagio B. Luna de la UCR obtuvo el triunfo con 372.810 sufragios.

Por ley Nº 14.408 del 28 de abril de 1955, el entonces Territorio Nacional de Río Negro fue erigido provincia. En la época en que fue territorio nacional, los comicios se limitaban a la elección de autoridades municipales. En el año 1954 se realizaron comicios para elegir delegados parlamentarios. En esa elección me tocó ser presidente de la única mesa masculina en la localidad de Clemente Onelli. La gran mayoría de los pobladores de la región nunca había concurrido a una elección. Antes que nada puedo afirmar que conocía cuál sería el resultado de esa elección, a pesar que no se habían hecho encuestas ni se conocían las llamadas "boca de urnas". Lo que se sabía era que cuatro personas iban a votar al radicalismo, el resto al peronismo. Cuando finalizó la emisión de votos, los contamos. Eran 96. Dije que el resultado sería 92 votos peronistas y 4 radicales, pero cuando realizamos el recuento como corresponde, constatamos que el diagnóstico no había sido exacto. Un votante había colocado dos votos en el sobre, uno peronista y uno radical, por lo tanto el resultado fue el siguiente: 91 votos peronistas, 4 votos radicales y 1 anulado. Colocar dos o más votos de distintos partidos en un sobre es una de las causas previstas para anularlo.

En el padrón pudimos constatar algo sumamente curioso. Figuraban cinco hermanos, todos sus apellidos escritos en forma distinta. Uno tenía el apellido correcto, que era Páez, los otros cuatro figuraban como Pae, Paes, Pai y Pais. Nunca pude saber la causa de esa anormalidad. Considero deben ser errores del juez o jueces que los anotaron; lo raro es que no había ningún apellido repetido.

En el mismo comicio se presentó un joven con una flamante libreta de enrolamiento. En el documento había una fotografía de una persona de mucha más edad. Le preguntamos si esa era su libreta y contestó que sí, nombrando al juez de paz que se la entregó. Le dijimos que la fotografía no coincidía, a lo que respondió que él no sabía nada, que la foto se la había sacado un entonces conocido fotógrafo de Jacobacci. Le dijimos que su voto iba a ser impugnado (cosa que no entendió) que es lo que corresponde hacer cuando la mesa duda sobre la identidad del elector. El voto se colocó en un sobre, no se computó, la Junta Electoral era quien debía disponer sobre su validez.

Con el tiempo pude averiguar qué había sucedido en ese documento. En un Juzgado de Paz se habían traspapelado la foto del joven con la de un ciudadano que tramitaba un duplicado de su libreta. De tal manera que los dos portaban sus libretas con las fotos cambiadas. Quien no tenía problemas era el hombre mayor, que alguna vez fue joven, no así nuestro votante. Le aconsejé que concurriera al juzgado donde tramitó su libreta, donde le iban a solucionar el problema. Me contó Nicasio Soria que en la misma elección, en Ñorquinco, se presentó un poblador que había perdido la foto de su libreta. En su lugar se había dibujado un autorretrato que, según Soria, estaba bastante parecido. Otro caso de voto impugnado.

Un votante de mediana edad se presentó a votar, se le entregó el sobre y se dirigió al cuarto oscuro. Como demoraba un tiempo prolongado en salir, decidimos golpearle la puerta. No recibimos respuesta. Pensando que algo malo le había sucedido, decidimos abrir la puerta. El hombre caminaba entre los pupitres, como buscando algo. Le preguntamos qué estaba haciendo y nos dijo que no podía encontrar la ranura en la que poner el voto. Al pobre hombre le habían dicho que al voto lo debía depositar en la ranura, sin especificarle dónde se encontraba.

El 23 de febrero de 1958, en las elecciones para presidente en las que triunfó el binomio Frondizi-Gómez, mi esposa Amelia presidió la única mesa femenina de la misma localidad. Una señora se presentó a emitir su voto y, cuando se le entregó el sobre, sin moverse del lugar intentó cerrarlo, mojándolo con su lengua. Le hicieron saber que eso no podía hacerlo porque era un voto que se debía considerar cantado y por lo tanto nulo. Dijo que a ella eso es lo que le habían dicho que debía hacer. Le dijeron que eso o colocar un voto en el sobre lo debía hacer en el cuarto oscuro. "Encima el cuarto está oscuro", dijo. En esos comicios se había dado la orden de votar en blanco. Sin duda la señora había sido asesorada, pero olvidaron decirle que debía entrar al aula de la escuela, que hacía las veces de cuarto oscuro.

Nunca tuvimos votos recurridos porque no había fiscales, que son los que generalmente recurren los votos que no se computan y pasan a consideración de la Junta Electoral.

Contar estas anécdotas risueñas que existen por miles no significa faltarle el respeto a un acto que es fundamental en nuestro sistema político. Del cual dijo el ilustre creador de nuestra reforma electoral, el doctor Roque Sáenz Peña: "Sean los comicios próximos, y todos los comicios argentinos, escenarios de luchas francas y limpias, de ideales y de partidos. Sean por fin las elecciones de instrumentación de ideas. He dicho a mi país todo mi pensamiento, mis convicciones y mis esperanzas. Quiera el país escuchar la palabra y el consejo de su primer mandatario. Quiera votar".



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