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Una heroína de 97 años
A Irena Sendler, la asistente social que organizó la huida de 2.500 niños judíos del gueto de Varsovia durante la II Guerra, el reconocimiento le llegó un poco tarde. “Estoy cansada, es demasiado para mí”, dice tras los homenajes.

Los visitantes siguen llegando con la ilusión de ver a la frágil mujer de 97 años, vestida de negro, en su pequeña habitación de un asilo.
Tanta atención llega a cansar a Irena Sendler, quien nunca pensó que recibiría homenaje alguno por sacar subrepticiamente a 2.500 niños judíos del gueto de Varsovia.
Tampoco pensaba recibir mérito alguno cuando se arriesgó a la ejecución por salvar a los niños de otras personas, soportó las torturas de los nazis o pasó décadas hostigada por el régimen comunista que siguió a la guerra.
Esos actos fueron “la justificación de mi existencia en la tierra, y no un título para recibir la gloria’’, dijo alguna vez. “Estoy muy cansada; esto es demasiado para mí’’, expresó Sendler recientemente sobre las visitas incesantes, durante un breve encuentro con una reportera de The Associated Press. Tras soltar una breve risa, añadió con un dejo de tristeza: “Me pesa la edad’’.
En los últimos años, Sendler ha alcanzado la celebridad en medio del interés por los héroes del Holocausto suscitado por la película “Schindler’s list’’.
El parlamento polaco le rindió un homenaje el 14 de marzo y el país está impulsando su candidatura para el Premio Nobel de la Paz. Se trata de un reconocimiento muy demorado para una vida extraordinaria.
Sendler, trabajadora social, comenzó a organizar la distribución de ayuda financiera y material para los judíos en 1939, después de iniciada la guerra con la invasión nazi.
Se hizo pasar por enfermera y usó un listón con la estrella de David para entrar en el gueto de Varsovia, el infernal enclave-prisión asolado por el hambre y las enfermedades que los nazis establecieron para los judíos polacos antes de deportarlos y ejecutarlos en los campos de la muerte.
Un médico polaco le dio a Sendler un título apócrifo de enfermera. Los nazis, que temían a la epidemia de fiebre tifoidea en el gueto, permitieron que los trabajadores médicos polacos atendieran a los heridos y se deshicieran de los cadáveres.
Sendler convenció a los judíos de que sus hijos tenían más probabilidades de sobrevivir si ella los sacaba y los entregaba a familias católicas.
Con la esperanza de reunir después a los niños con sus padres biológicos, escribió los nombres de los menores y sus nuevas direcciones –en clave– en varias tiras de papel que introdujo en dos frascos que luego enterró en el patio de un asistente. Aunque casi todos los padres murieron en los campos de Hitler, los frascos salvaron algo valioso: la verdad.
Elzbieta Ficowska tenía cinco meses cuando una colaboradora de Sendler le suministró un narcótico y la metió en una caja de madera con agujeros para que entrara el aire.
La beba fue sacada del gueto junto con un cargamento de ladrillos, en un vagón tirado por un caballo, en julio de 1942.
La madre de Ficowska escondió una cuchara de plata entre las ropas de la niña. La cuchara llevaba grabado el apodo Elzunia y la fecha de nacimiento: 5 de enero de 1942.
Elzbieta fue criada por la ayudante de Sendler, Stanislawa Bussoldowa, una viuda católica. Hasta hoy, Ficowska dice que la fallecida Bussoldowa fue su “madre polaca”, para distinguirla de su “madre judía”. Durante meses, la madre de Elzunia llamó por teléfono y escuchó los balbuceos de su hija. Poco después, la mujer y su marido perecieron en el gueto.

INGENIO Y PELIGRO

Las rutas de escape eran varias e ingeniosas. A veces, Sendler y su equipo escondían a los niños en cajas y costales y los sacaban en un camión.
El conductor tenía un pastor alemán y lo hacía ladrar para hacer menos perceptible el llanto de los menores cuando el vehículo pasaba por los retenes nazis. También se aprovechaba algún sótano secreto en los edificios que estaban en los límites del gueto amurallado para salir a la ciudad.
Sendler fue detenida durante una redada nocturna de la Gestapo en su departamento, el 20 de octubre de 1943. Los nazis la llevaron a la temible prisión de Pawiak, de la que pocos salieron vivos. Fue torturada y dice que todavía tiene cicatrices en el cuerpo, pero se negó a traicionar a su equipo.
“Callé. Prefería morir que revelar nuestras actividades”, dijo en un libro sobre su historia, “Madre de los niños del Holocausto: la historia de Irena Sendler”, escrito por Anna Mieszkowska.
La resistencia polaca sobornó a un agente de la Gestapo, quien escribió el nombre de Sendler en una lista de reos ejecutados y la dejó salir. La mujer vivió oculta con un nombre falso, pero continuó sus actividades.
Hoy, Sendler siempre está vestida de negro –en señal de luto por su hijo Adam, quien falleció de insuficiencia cardíaca en 1999–. Ya no puede caminar y pasa buena parte del tiempo en una silla, cerca de una ventana y de una mesa cubierta con floreros, fotografías y medicamentos. En 1965, el museo israelí del Holocausto le otorgó un premio, pero Sendler fue ignorada en su país.
El régimen comunista hizo de la historia judía un tema vedado, dijo Michal Glowinski, de 72 años, a quien Sendler ocultó en un convento en enero de 1943. Además, Sendler fue integrante del Partido Socialista, lo cual le ocasionó problemas con los comunistas. Dice que los interrogatorios y el hostigamiento de la policía secreta provocaron el nacimiento prematuro de su hijo Andrzej, quien murió dos semanas después. Su hija Janina y Adam enfrentaron obstáculos para recibir educación.
Pero, al final de su vida, Sendler es considerada una heroína. Glowinski, crítico literario que se reunió con sus padres –quienes escaparon del gueto– ha escrito la historia en sus memorias, “The black seasons”. “Le debo mi vida a la señora Sendler”, dice Glowinski.



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