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Cuarenta años y seis días después hay heridas que siguen abiertas
La breve guerra cambió los términos del conflicto árabe-israelí dejando al país
hebreo con fronteras menos vulnerables, como potencia de Medio Oriente y
rectora de los palestinos, que iniciaron una rebelión que continúa aún hoy.

Hace cuarenta años el mundo despertaba con la noticia de que la guerra entre Israel y sus vecinos finalmente había comenzado. Los quince días anteriores habían sido de crecientes amenazas, movimientos de tropas y febriles gestiones diplomáticas. Pero ahora que la guerra era una realidad, la ausencia de información era casi total. Durante los dos primeros días sólo se conocieron proclamas victoriosas desde El Cairo. Cuando finalmente se pudo saber que, en realidad, la Fuerza Aérea egipcia había sido prácticamente aniquilada en tierra, el impacto fue doble: milagro para unos; decepción y desastre para otros.
La Guerra de los Seis Días cambió los términos del conflicto y estableció las condiciones que lo rigen hasta hoy. Israel pasó de tener fronteras vulnerables (ocho kilómetros de ancho en la franja costera) a dominar amplios territorios como carta de negociación y –sobre todo– a gobernar directamente sobre la mayor parte del pueblo palestino. En lugar de un pequeño país de existencia amenazada por un vecindario hostil se encontraba, ahora, en el papel de potencia dominante en la región, crecientemente acusada de ejercer ambiciones colonialistas. Por eso no deja de intensificarse el debate sobre las causas de esa guerra y la responsabilidad que le cupo a cada parte en ella.

Los prolegómenos

Desde la crisis de Suez en 1956, una fuerza simbólica de las Naciones Unidas y una zona desmilitarizada separaban a los ejércitos. Las hostilidades continuaban pero a un ritmo espasmódico y ritualizado, principalmente en la frontera con Siria. Los intentos sirios de desviar las fuentes del Mar de Galilea (reserva del acueducto nacional israelí) en 1964 eran terminados con una serie de incursiones aéreas. A su vez, los provocativos avances agrícolas israelíes en la zona desmilitarizada eran respondidos con cañoneos desde los Altos del Golán.
Las esporádicas incursiones de fedayines palestinos conducían a castigos limitados en los presuntos lugares de origen (generalmente en la llamada margen occidental, bajo gobierno jordano)
Una de estas represalias (por la muerte de tres soldados al pisar una mina) superó lo habitual. La incursión nocturna de una fuerza considerable para dinamitar el poblado de Samua derivó en un choque con el ejército jordano y el fin de la diplomacia secreta del rey Hussein quien, en adelante, coordinaría su ejército con el egipcio.
Gamal Abdel Nasser aparecía como último defensor del honor árabe y quedaba obligado a responder (no sólo retóricamente) a las crecientes amenazas israelíes.
Este fue el caso en abril cuando, tras una batalla sobre el cielo sirio, “altas fuentes militares” fueron citadas formulando veladas amenazas de derrocar al régimen de Damasco. La inteligencia soviética convenció a los egipcios de que Israel concentraba masivamente sus fuerzas en el Norte. Pese a la desmentida, Egipto trasladó tropas al Sinaí y ordenó la salida de la ONU. El 23 de mayo cerró el paso del Mar Rojo (por donde llegaba el petróleo iraní) a los israelíes, emitiendo una andanada retórica de exterminio. Israel movilizó sus reservas, paralizando casi su economía.

 responsabilidades

En este punto las interpretaciones difieren acremente. ¿Tenía Nasser intenciones reales de exterminar a Israel? La ciudadanía israelí ciertamente creyó en la propaganda egipcia, lo cual definió para siempre el punto psicológico de “no retorno” político. Los informes de inteligencia occidentales, sin embargo, y los propios testimonios de los generales israelíes (ver recuadro) determinaban sin dudas la incapacidad operativa de su ejército para cumplir con sus amenazas. Pero su posición lo comprometía ante el jefe del Ejército Abdel Amer, verdadero arquitecto de la derrota.
A la inversa, la infinita confianza de los jóvenes militares israelíes nativos (“sabras”) en su aceitada preparación los llevaba a presionar a sus dirigentes civiles (de origen inmigrante) para demostrar su fuerza. La recriminación del viejo Ben Gurión al entonces comandante en jefe Itzjak Rabin (“¿Cómo te atreves a llevarnos al borde de la guerra sin apoyo externo?”) resumió el diferendo y le provocó a éste una crisis de nervios que pesaría en su carrera política.
La renuencia del presidente Johnson a tomar medidas para romper el bloqueo (temeroso de un posible segundo Vietnam) terminó por vencer la resistencia del primer ministro Levi Eshkol, obligándolo a ceder el Ministerio de Defensa al carismático Moshé Dayan. A la mañana siguiente, 5 de junio, comenzó el ataque.

La herencia

La decisiva victoria israelí cambió definitivamente las cosas.
Israel pasó a dominar los antiguos territorios bíblicos, dando lugar a un intenso movimiento colonizador religioso en medio de una numerosa población crecientemente hostil. Esta, a su vez, pasó de la expectativa inicial a la rebelión abierta ante la agresión cotidiana. Esta rebelión se encarnó en la guerrilla laica de la OLP primero y en el mucho más intransigente movimiento religioso suicida después.
Las Fuerzas de Defensa de Israel se convirtieron en un ejército de ocupación, pasando a dominar las decisiones políticas al tiempo que perdían su eficacia bélica, como quedó expuesto en la incursión libanesa del año último.
Si algo quedó demostrado en estos cuarenta años es que no hay poder militar capaz de resolver los conflictos de la región sin el coraje político de negociar concesiones mutuas para convivir. Ese que tuvieron hombres como Sadat y Rabin a sabiendas de que sus vidas podían ser el precio de la paz.

(*) www.bobrow@fibertel.com.ar

La visión de un veterano periodista

Los libros y artículos publicados sobre el conflicto palestino-israelí podrían llenar bibliotecas. Pero pocos de ellos ofrecen una exposición imparcial de los acontecimientos y sus consecuencias para todos los involucrados. Jeremy Bowen está en una posición única para ello. Corresponsal de la BBC para Medio Oriente, vivió en Jerusalén entre 1995 y el 2000. Actualmente es el editor responsable de esa sección. Editorial Paidós acaba de publicar su libro “Seis días de guerra” (original del 2003), fruto de una extensa investigación. No se trata de un trabajo académico para especialistas, pero cada afirmación y cada dato están rigurosamente documentados. Como otros historiadores actuales, Bowen aprovecha la desclasificación reciente de numerosos documentos oficiales, pero lo que distingue su trabajo es el corazón periodístico que lo guía.
Así, las decisiones adoptadas por los actores principales son contrastadas por el testimonio de los ciudadanos comunes que sufrieron sus efectos. Soldados, refugiados y niños de entonces fueron entrevistados tanto como políticos, militares y diplomáticos. El resultado no es apto para quien tenga una posición partidista militante y algunos de los relatos pueden provocar el rechazo de posturas idealizadoras. Por eso, desde su publicación ha sido intensamente discutido y aun execrado. Pero los testimonios están ahí, para todo lector interesado en los hechos históricos con sensibilidad abierta al sufrimiento humano que los acompaña.

 



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