39º es el nuevo disco creado en la intimidad de estados febriles por Lisandro Aristimuño. Once canciones que lo siguen vinculando con el folclore, el pop y la electrónica. Tercer álbum –que tiene como invitados a Liliana Herrero, Cristóbal Repetto y Mariana Baraj– luego de “Ese asunto de la ventana” y “Azules turquesas”. Llegado de Viedma, su ciudad natal, hace cinco años, se instaló en la escena porteña con aire y estilo propios. A pocas cuadras de su departamento de Palermo Viejo, donde vive desde diciembre del 2001, en un restó-librería sobre Thames, el encuentro comenzó girando alrededor de la presencia de dos paisajes en su obra: el exterior indeleble, fuerte y el interno con sus remansos y pasajes tempestuosos... “Sigo yendo mucho al interior, a mi lugar, porque es una necesidad ante todo humana, no sólo musical. A la hora de hacer letras, son ellas las que abarcan la parte folclórica y provinciana, aunque la música tiene más de urbano, últimamente. ”En algún aspecto, al estar en Buenos Aires, lo sonoro es muy poderoso. Intento que la música tenga algo de eso, no en todo el disco porque, si así fuera, me aburriría un poco... Necesito que el compacto tenga una sonoridad más urbana y las letras sigan manteniendo esa pureza de la tierra y la naturaleza, el despeje de campos abiertos, una visual amplia que permita mirar lejos. Cosa que acá es imposible”. –Te preguntaba por el balance entre ambos mundos... –Depende del día y lo que me pase en el mes. Me mantiene mucho la música misma; poder hacer mis canciones hace que el equilibrio sea bastante fuerte e intento, basándome en la letra y en la melodía, mantenerlo. Vivo en Buenos Aires, en gran parte, porque puedo sacar mis discos y tocar ante el público, cosa que en Río Negro me costaría más. Lo haría igual pero me llevaría más tiempo. Aquí hay lugares que quieren que toque; en Patagonia es más difícil que los bares te contraten. Sí lo hacen para tocar covers, canciones de otros, como me ha sucedido en muchos momentos. El equilibrio viene por ese lado. En esta ciudad tan caótica, ruidosa, con tanto olor a feo, no a fresco, no natural, con tanta cosa del sistema, para comprar, vender, negocios que te llevan impulsivamente a consumir, me equilibra hacer mis canciones y hablar de lo que tengo ganas. En algún punto, con eso me mantengo bastante feliz y equilibrado. Ahora hace dos meses que no toco y estoy ansioso y un poquito desequilibrado, quizás. Cuando no toco, siento que la ciudad me está ganando una pulseada. –También aparece una tarea, no sé si deliberada, de desvincularte de la cuadratura del rocanrol. –Si algo intento con mis discos es que el otro los cierre, los tome y los interprete a su modo. Yo no le doy tanta importancia a la poesía, hay gente a la que le gustan mucho mis letras y me siento muy honrado por eso. Primero, intento más por el lado de la ambientación de las canciones, por la musicalidad, porque te transporten, te sitúen en alguna parte por la sensación de lo musical, del contorno. Eso se lo debo mucho a mi viejo, que es director de teatro, que ha influido mucho en mí a la hora de componer por el tema de estar siempre, desde chiquito, en salas teatrales y escuchar mucha música incidental... Tengo muchos discos de obras abstractas, sin letra, estribillo ni estrofas, sin esquemas. Y busco lograr eso... Estoy bastante conforme con el resultado porque las canciones crean una atmósfera acerca de donde están situadas. Las letras entran en un segundo plano, simplemente uso la melodía procurando que tenga una palabra justa. Si estoy diciendo, no sé, sol, que la música sea lumínica y calce perfecto con el clima. Quizás por eso, la letra, a quien escucha, le surge importante, sobre todo por donde pongo cada vocablo en la melodía. Si bien insisto en algunos términos, en cada tema, los digo de un modo diferente, con sonidos distintos para que transmitan otra cosa... –Dijiste “bastante conforme con el resultado”, ¿te lleva a expresarte así esa insatisfacción permanente que acosa a tantos creadores? –No, dije bastante para no quedar pedante. Estoy conforme y mucho. Amo mis discos, amo lo que hago, respeto en demasía mi música y estoy convencido de que sale de un lugar no vano sino con mucho trabajo de investigación. No lo hago por hobby o por moda o por levantarme una chica sino por amor y por respeto. Escucho a otros músicos y me parece que mis discos tienen mucho que ver conmigo. –Ese es otro punto, hay un sello que te define, que permite reconocerte rápidamente... –Gracias... Y creo que viene por mis influencias de chico. Pero intento que ellas sólo sean eso, que pasen por mi filtro interno y me hagan sentir parte de lo que escucho, leo o veo. No todas las influencias son musicales: el teatro, leo mucho, voy al cine, charlo con amigos no músicos, con nenes que me fascinan y les pregunto cosas, me guardo sus dibujos. Miles de situaciones me influyen para lo musical. Pero se relaciona con algo que desde chico me decían mi viejo y mi vieja: que siempre estuve muy atento a lo sonoro. Me pegaba al bafle de un equipo, escuchaba y bailaba. Ellos me cuentan que era muy potente lo que me ocurría con el audio, con los sonidos. Todo lo que intento expresar, lo tiro por ese canal; entonces busco que sea lo más personal posible, una visión propia en el campo de la música; porque está todo inventado, digamos... –Es difícil separarse de todo lo escuchado. –Y me siento conforme diciendo que mis influencias son muchas y puedo nombrarte miles que son mis maestros. Yo me compro un disco como si fuera un manual Kapelutz. Va a salir el de Björk pronto y estoy esperándolo ansioso para ver que me puede enseñar, que vio ella que yo no... Los discos son libros, también, para estudiar. –¿Qué palabra te define mejor: traductor, transmisor, observador? –Me quedo con la última. Me considero un buen observador. No tengo buena memoria para datos, pero sí tengo una memoria interna, del inconsciente, muy fuerte. No puedo recordar un número de teléfono, pero sí una melodía que me impactó, una frase dicha por un amigo, una emoción que percibí, incluso mala. Veo una mamá retando a su hijo y me acuerdo de esa dura imagen. Soy un buen fotógrafo sonoro de mis recuerdos... –¿Resultan imágenes congeladas o en movimiento? –Congeladas, casi siempre, fotos sepia que no tienen año ni época. Son imágenes atemporales. No las veo como la modernidad o lo que va a ocurrir. Quiero que mis discos no tengan un tiempo, que lo tímbrico no quede vinculado a una época... Un principio entre bares y casinos VIEDMA(AV).-La historia de este músico tiene esa cuota de esfuerzo y de talento que tienen los grandes artistas, con el aliciente de que, en este caso, se trata de uno de nosotros. Nacido en Viedma, creció escuchando folclore latinoamericano al mismo tiempo que The Beatles y Charly García. Su padre es músico y director de teatro y su madre actriz, por lo que el arte siempre estuvo presente en su vida. Lisandro se crió aprendiendo de la historia musical de su viejo, que supo escuchar rock y hasta formar su banda propia, pero al mismo tiempo escuchar Inti Illimani o “música de teatro” como la de Wim Mertens. Rodeado de una gran discoteca, con instrumentos y equipos al alcance de la mano, la relación con la música se dio naturalmente y, de esta manera, compuso su primera canción a los 12 años. Este sería el prólogo con el que empieza la carrera de este músico. Apenas cumplidos los 20, Lisandro abandonó su hogar y se fue a vivir a General Roca para estudiar en un reconocido instituto artístico de esa ciudad. Pero su gran formación de músico la recibió en su transitar de bares y casinos. Periplo que le llevó dos años de gira y camino sin descanso. Parece un cuento de otro relato, pero es cierto. En diversas entrevistas, Aristimuño ha recordado con nostalgia y hasta cierto orgullo los días en que los pedidos llegaban a la banda anotados en una servilleta de papel o algo por el estilo. Desde temas de Chayenne hasta de Ricardo Arjona, el público requería sus canciones favoritas del momento, mientras atendían completamente ensimismados al juego y la suerte de la noche. Pero esa vida encerraba una empresa mucho más ambiciosa. Lisandro estaba ahorrando para comprarse equipos y tener un capital que le permitiera establecerse en Buenos Aires . En el 2001, al fin, se fue. Para construir su espacio tuvo que trabajar mucho y, sobre todo, tocar y componer a mansalva. Ahora, se ve, lo logró.
|