La experiencia de crear una casa de citas dentro de una empresa estatal ha de tener pocos antecedentes en la Argentina y, en su libro, Roberto Villa se encarga de darle color, mucho color. La decisión era en realidad una respuesta a un problema serio: los hombres que se iban de descanso a Neuquén no regresaban a trabajar. En su libro “Pantaleón y las visitadoras”, Mario Vargas Llosa describe con maestría cómo el Ejército peruano se ve obligado a responder con un cuerpo de prostitutas organizado a una serie de ataques sexuales que los hombres de uniforme cometían contra las mujeres que vivían en los alrededores de un regimiento en la selva amazónica. Villa, argentino hasta la médula, nacido y criado en Plaza Huincul, afirma y casi grita: “Vargas Llosa no inventó nada, YPF fue pionero”. El caso del prostíbulo estatal fue tratado con mucho humor y detalles por Villa pero, advierten historiadores de Neuquén, no fue el primero en dar cuenta del caso. Es que hace diez años, el grupo Gehiso, en un libro que recopila la historia del trabajo en la provincia de Neuquén, contó el caso de las mujeres del burdel que eran planta permanente de YPF. Más acá en el tiempo, el ex secretario general de la Unión Obreros de la Construcción de la República Argentina (UOCRA), Alcides Cristiansen llevó adelante un proyecto que también involucró a las chicas que trabajan con su cuerpo. En la obra de la presa Piedra del Aguila logró sindicalizarlas, consiguió que se regule la cantidad de prestaciones y les garantizó atención médica. En esa oportunidad, los mismos obreros se encargaban de garantizar el respeto a sus compañeras cuando estaban fuera de horario de trabajo. El proyecto tuvo un traspié: una de las mujeres se fue y se casó con un gerente de la obra.
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