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Desde la orilla del Volga, a la paz en la Norpatagonia | ||
Augusto Ditrich llegó a la Argentina junto a su familia a principios del siglo XX. Venía escapando de una guerra cruel que lo obligó a dejar todo en Rusia. Su nieto Jacobo, de 81 años, productor y músico, rememora su origen. | ||
Huyendo de lo que se preveía como una cruel guerra mundial, dejando atrás un campo, promesas incumplidas, una vida agitada y un país que no le brindaba lo que necesitaba, Augusto Ditrich llegó a Argentina a principios del siglo XX buscando paz y una mejor vida para su familia. Así lo recuerda en la actualidad su nieto Jacobo Ditrich, de 81 años, no sin una profunda emoción, al relatar todos los pasos que dio su familia antes de establecerse en una chacra del valle del Colorado. Jacobo es hijo de Jorge Ditrich y Francisca Schmitt, quienes ingresaron a la Argentina con corta edad y por distintas vías para encontrarse en la pampa argentina y allí construir una familia. Los ojos de Jacobo se ponen brillosos cuando da cuenta de los orígenes, pero su memoria se mantiene inalterable. Junto a sus hijos Daniel y Eduardo sigue trabajando su chacra ubicada en el fondo de la Colonia Juliá y Echarren. Haciendo caso omiso a su edad, este descendiente de los rusos del Volga poda, riega y cosecha con la vitalidad de siempre. Hace pocos días terminó la cosecha de manzana, en la que participó subiendo y bajando las escaleras incontables veces hasta terminar la faena. Por si esto fuera poco retomó el trabajo de albañilería que viene desarrollando en su propiedad, construyendo un quincho para albergar a toda la familia en fechas especiales. "Mi casa la levanté con mis propias manos", dice con seguridad. Nacido en 1926 en Guatraché (La Pampa), Jacobo y su familia debieron cumplir un amplio periplo, no cargado de sinsabores, hasta que final mente pudo asentarse en una chacra de su propiedad, treinta años atrás. "Mi abuelo Augusto vino a la Argentina en 1909, con mi papá Jorge, que tenía 9 años. En tanto mi madre Francisca llegó en 1912. Se conocieron en Abramo (La Pampa)", comienza Jacobo a desgranar la rica historia de los Ditrich en la Argentina.
EVITAR LA GUERRA MUNDIAL
Cuenta que su abuelo Augusto había participado de una extensa guerra en Medio Oriente durante ocho años aproximadamente y, cuando volvió, esperaba recibir las tierras prometidas por el zar de Rusia a todos los combatientes. Sin embargo, eso no fue así. Además, como había sido guerrero, sabía que estaba próximo el inicio de otra guerra (la Primera Guerra Mundial, de 1914). "Sabía que le iba a tocar nuevamente marchar al frente, sabía que esa guerra iba a ser muy cruel. Y, como hoy sabemos, lamentablemente tenía razón. Por eso vendió su campo y se vino a América", comenta. Por transmisión oral, sabe cómo fue el retorno a casa de su abuelo tras varios años de combate. "Conoció a mi papá cuando éste ya tenía cuatro años. Llegó una mañana a mi casa y no se veía a nadie. De pronto apareció un chiquito detrás de la cerca, era su hijo. Se quedó estupefacto, no lo podía creer", relató. Jacobo informa que sus abuelos eran rusos "morochos cara blanca" que de alguna manera grafica la fisonomía de estos pioneros. "Al llegar al país mi abuelo compró un campo de 220 hectáreas en la provincia de La Pampa. Mi padre se crió en el campo y desde muy chico aprendió todo lo que hay que saber para trabajar el campo. No fue nunca al colegio pero dominaba varios idiomas: hablaba bien el inglés, el irish, castellano, ruso y alemán", explica con orgullo. SUFRIR LAS CONSECUENCIAS DEL CLIMA Después marcharon a Algarrobo (Buenos Aires), donde explotaron un campo que hasta el año 1929 daba buenas cosechas de trigo. Sin embargo, desde el 29 al 34 no llovió una gota de agua y la producción del establecimiento entró en crisis. "Los animales venían, se echaban cerca del molino y ahí mismo se morían. Un día conté 26 animales muertos de la caballada que teníamos. Además, todos los días soplaba un viento permanente, arena y los cardos tapaban los postes y los alambrados. Las vías estaban continuamente tapadas, los obreros tenían que quitar la tierra cuando pasaba el tren. Había que irse, no había otra alternativa", recuerda. Sobre aquellos días señala: "La pobreza era grande, me acuerdo y no tengo vergüenza en contarlo. Comíamos trigo hervido para no morirnos de hambre. Finalmente perdimos el campo... Se lo quitó el banco", asume con resignación. La familia llegó a Río Colorado con una chata playa tirada por tres caballos que habían salvado en el galpón. Llegaron a un pueblo pequeño, desconocido, y reinaba la incertidumbre en cada integrante. "Lo recuerdo con claridad. Mi padre fue a comprar carne al almacén de Manuel Gonzáles Gil y entonces le preguntó si sabía dónde podía conseguir trabajo. Le explicó que sabía hacer las cosas de campo y quedaron en encontrarse a la tarde. A la hora convenida, mi padre se presentó con un vistoso recado, un buen caballo y con bombachas de campo. A González Gil le gustó el caballo, se pusieron hablar del campo y enseguida se transformó en puestero. Así empezamos en esta ciudad". Después compraron una chacra donde ahora está el club Buena Parada. Sin embargo Jacobo tuvo que ir a trabajar a un campo en Azcazubi hasta que finalmente, con gran esfuerzo y asumiendo compromisos de pagos, logró comprar la chacra de 18 hectáreas en donde están viviendo actualmente. "La pagamos con mucho sacrificio. Nos recibieron una camioneta en parte de pago y lo que producía la chacra lo guardamos para pagar lo que faltaba. Mis hijos, mis muchachos, salieron a trabajar afuera y me mandaban todos los meses plata para vivir. Entonces la pagamos rápido, teníamos seis años de plazo para pagarla y la saldamos en apenas dos". SU GRAN ALIADA, LA MUSICA Jacobo tiene seis hijos: Daniel y Eduardo trabajan en la chacra, Jorge vive en General Roca, María Regina en Ascasubi, Aroldo y Ricardo en Trelew. Le han dado, en total, diez nietos. Confiesa que "de todo lo que he hecho en mi vida, lo que más me gusta es, sin dudas, la música". Dueño de un permanente buen humor y salidas ocurrentes, Jacobo Ditrich toca muy bien el acordeón Moreschi de ochenta bajos. Antes de salir a trabajar, todos los días a las seis y media de la mañana ensaya los pasodobles, foxtrot, milongas y tangos de la guardia vieja que forman parte de su repertorio. Por esa inquebrantable disciplina, mantiene el nivel y es solicitado para animar eventos en la ciudad y fuera de ella, especialmente en Centros de Jubilados y Hogares de Ancianos de Neuquén, Plottier, Vista Alegre, Roca, Puerto Madryn y Trelew, entre otros. Tal es la fama que ha ganado en los distintos escenarios que se está preparando para ir a tocar el 20 de julio en una fiesta grande en la provincia de La Rioja. Allá, seguramente, enfrentará al público y abrirá su show con el pasodoble "Bella Morena", como siempre.
ALBERTO TANOS DARIO GOENAGA |
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