>
Una consecuencia del propio modelo
Es claro que fallaron los instrumentos de control económico.
Hay condiciones para que se incremente la intromisión oficial.

No siendo ninguna novedad, se presentó el cuarto mes consecutivo de dibujos y retoques en el Indice de Precios al Consumidor. Así, en abril el alza en los precios al consumidor alcanzó el 0,7% mensual, acumulando en el año una suba de sólo un 3% y en 12 meses, el 8,9%, mostrando nuevamente una desaceleración en el crecimiento más allá de la real.
La nueva metodología de intervención en la forma de cómputo del IPC puesta en práctica por el gobierno ha sido una respuesta a la falta de efectividad del resto de los instrumentos utilizados para contener la inflación. En particular, en el 2006 los masivos subsidios, los acuerdos de precios entre las empresas y el gobierno, el virtual congelamiento de precios y tarifas de bienes y servicios regulados –junto con las retenciones–, las prohibiciones de exportar y varias otras intervenciones por parte del gobierno lograron actuar sobre los precios de la canasta de bienes del IPC y sobre las expectativas inflacionarias. En tanto, la actitud algo más austera del Banco Central mucho ha tenido que ver con la contención de aquel índice. Ciertamente, la mayor rigurosidad de la política monetaria en comparación con el año previo –aunque siguió siendo expansiva, manteniendo los niveles netos de emisión cercanos al piso del programa monetario– logró moderar la expansión del circulante en poder del público y así descomprimir las presiones inflacionarias sobre la demanda.
Por otro lado, en el 2006 también ocurrió que, al lograr reducir las expectativas inflacionarias, se consiguió evitar la “indexación” generalizada de contratos, entre lo que se incluyó el freno a las demandas salariales, al poder establecer un techo cierto y generalizado de incremento salarial (acordado inicialmente con el camionero Hugo Moyano). De hecho, las paritarias de aquel año se cerraron con un 19% de aumento porque, si bien existió presión oficial, los sindicatos y las empresas preveían que la inflación real no superaría el 13%. Si no hubiese sido creíble ese número, los reclamos salariales hubieran sido mucho mayores, en línea con la trayectoria que mostraban las expectativas hasta entonces. La moderación de éstas contuvo la inercia de los precios, dándole mayor grado de libertad a la política del gobierno.
En lo que respecta al frente monetario, el 2006 se encontró con un Banco Central que indujo una merma en la expansión del agregado M2 al aumentar los encajes de los depósitos transaccionales y reducir el porcentaje de efectivo en bancos que se permite imputar como encaje, entre otras medidas, manteniendo la emisión neta en niveles manejables. En ese entonces, la tasa de crecimiento del circulante en poder del público se desaceleraba y, en el 2006, la inflación resultó ser 2,5 puntos porcentuales inferior a la del 2005. El gobierno se hizo eco de este supuesto cambio de tendencia.
Sin embargo, el panorama presentado este año se muestra, en muchos sentidos, opuesto y mucho más complejo, haciéndolo propenso a una mayor intervención por parte del gobierno. Si bien el modelo económico sigue siendo exactamente el mismo, el desgaste en la utilización de algunos de sus instrumentos, asociado a la fuerte intervención en los mercados, comenzó a hacerse cada vez más evidente.
El 2007 se inició con la demanda de mayores subsidios y la explosión del gasto público, juntamente con mayores controles de precios y mercados, sobre los cuales el propio Moreno había advertido en su momento que debían tener un período relativamente corto de vida cuando señaló que: “...la política de acuerdos, mi trabajo, llega hasta fin de año. Después habrá que sentarse y definir cómo sigue la película...”. A su vez, la variable objetiva de la autoridad monetaria empezó el año –y continúa– en el techo del programa, se incrementa a tasas levemente inferiores al PBI nominal pero acelera su crecimiento, evidenciando la necesidad de absorber la sobreoferta de dólares para mantener el tipo cambio alto, uno de los pilares del modelo. Al Central le está resultando difícil absorber todo lo que el mercado no toma, por lo que la expansión monetaria consecuente resulta contradictoria con el objetivo de contener los precios. Así, el crecimiento del circulante en poder del público a una tasa que ronda el 26,1% necesariamente afecta el nivel de precios. Está claro que,sin una contraprestación de incremento de bienes y servicios, en una economía la suba en la cantidad de dinero se traduce en alzas de precios. Esto último tiene, en parte, su contracara en el intervencionismo que caracteriza al gobierno, que desincentiva la inversión y ciertamente termina siendo una restricción adicional al crecimiento potencial.
La conjunción de todos esos factores condujo inevitablemente a la intervención del INDEC. Se trata de una mera consecuencia lógica intrínseca al propio modelo, con el fin de hacerlo sostenible por lo menos en el corto plazo. A la larga (y no tan larga), sus consecuencias son de temer, pero en un período electoral no podría esperarse otra cosa.
En tanto, las demandas salariales parecen no tener tope. Las paritarias no resultan en absoluto sencillas: las exigencias se amplían en respuesta a la lógica falta de credibilidad en el dato oficial, ya que acá las expectativas juegan un rol crucial. El salario debe aumentar cuando lo hace la productividad, porque en ese caso no presionaría sobre los precios; sin embargo, la ocurrencia de ello está limitada por la falta de inversiones genuinas y la calificación de la mano de obra. El problema es que lo que se está pidiendo no es sólo un aumento de salarios para cubrir la inflación anterior sino que, además, se solicita para cubrir la de adelante, donde entra en juego el descreimiento en el dato del INDEC. La demanda externa viene restando y las políticas monetarias, fiscales y de ingresos considerablemente expansivas que se vienen presentando acentuarán esta tendencia.
Mientras tanto, el Central actúa como si tuviera el camino libre, como si la inflación estuviera controlada, porque de hecho la inflación oficial lo está –o, más bien, “dibujada”–, por lo que su única restricción para emitir es la que se autoimpuso en su programa monetario con el límite máximo para el M2. La pregunta es: ¿hasta cuándo se puede sustentar esta estrategia?

(*) Consultora Exante

 



Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí