El 1º de enero de 2003, de la mano del partido de los trabajadores (PT), el actual presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva llegaba al poder con aproximadamente el 61% de los votos (el mayor número de votos de la historia democrática brasileña). Más al sur, y dos meses después, Néstor Kirchner asumió la presidencia de la República Argentina. La realidad económica de cada país era ciertamente diferente. Argentina, empezaba a salir de su peor crisis de la historia. Mientras, Brasil no estaba ni cerca del desastre local. Su economía lograba permanecer en una tendencia de crecimiento sostenido, tras la superación del desequilibrio de los años 98 y 99. En ese entonces, las mayores similitudes entre el “socialdemócrata” de Kirchner y el “socialdemócrata” de Lula las encontrábamos en el plano político. En tanto, las mayores diferencias se referían a cuestiones económicas. Ambos gobiernos parecían inmersos en el creciente “populismo” latinoamericano y encaminarse en políticas económicas en línea con el mismo. Sin embargo, una mirada fugaz sobre los últimos tiempos nos muestra un Brasil cada vez más atado a la economía de mercado y cada vez más alejado del modelo económico y político argentino. Nuestro principal socio parece haber buscado otro rubro, el perfil político que nos unía parece disiparse mientras que la situación económica promete llevarnos a planos opuestos. El repaso de ciertos indicadores económicos y hechos políticos da cuenta de eso. Los primeros meses del 2003 mostraron a Lula apoderándose del Ejecutivo con una tasa de expansión del producto de aproximadamente 4,9% (IV trimestre del 2002); mientras que Duhalde, en esos tiempos, le entregó al patagónico un país que crecía a un ritmo cercano al 6% anual (I trimestre del 2003). La actualidad evidencia tasas, para el último trimestre del 2006, de 4,8% interanual para la economía brasileña, mientras que, para la nuestra, los últimos datos mostraron un avance en torno al 8,6%, en esos mismos términos. Para el futuro el mercado prevé una Argentina creciendo al 7,2% en el 2007 y al 5,6% en el 2008, mientras que para Brasil se tienen pronósticos del orden de 4,8% para este año y de 4,4% para el siguiente. Dichos números despiertan ciertos interrogantes, puesto que la merma prevista de la tasa de crecimiento para nuestro país es considerablemente mayor. Por su parte, la inflación de Brasil anotó en marzo del corriente año una suba de 0,37% mensual y acumuló en 12 meses un incremento del orden de 2,97% (IPC-A). Argentina muestra otro escenario: con fuertes “pinceladas” gubernamentales, los datos de marzo mostraron una variación anual de 9,1%, en tanto que la inflación mensual rozó el 0,8%. Cuando “todos” decimos que Argentina está creciendo a tasas chinas, nunca aclaramos a qué tasas nos referimos. La superpotencia asiática creció en términos de PBI el 11,1% anual durante el primer trimestre de este año, pero con una inflación en marzo cercana al 3,3% anual. Entonces, también podríamos decir que Brasil crece a “tasas chinas”, ¡tasas de inflación chinas! El punto es que la inversión en China ronda el 40% del PBI, permitiéndole mantener altas tasas de crecimiento en el tiempo. En contraste, Argentina muestra un nivel de inversión cercano al 22% del PBI y se prevé que se mantenga ciertamente estable en el corto y mediano plazo, lo cual no permite prever un crecimiento mayor a 3% o 4% en el largo plazo. Al mirar la misma tasa en Brasil, nos encontramos con una realidad un tanto diferente. Si bien en el 2003 la inversión caía al -4,6% anual, prontamente retomó la senda positiva y se posicionó en el 2006 con un 8,7% de expansión y se espera que en el 2007 y el 2008 avance al 9,2% y 8,7% respectivamente. Veamos ahora, en términos generales, el escenario político. Por un lado, las condiciones históricas y geográficas nos obligan a encontrar similitudes entre los dos países. Por otro y dejando de lado esta última apreciación, se debe tener en cuenta además que Brasil tiene como segundo destino en importancia de sus exportaciones a la Argentina y nuestro país tiene como principal socio a Brasil. Igualmente no todas son similitudes. Con un escenario latinoamericano cada vez más tendiente a polarizarse, pareciera ser que los gobiernos (de manera explícita o implícita) deben optar entre pertenecer al grupo de países con políticas de izquierda o de derecha. Por un lado, con el revolucionario del siglo XXI Hugo Chávez a la cabeza, se agrupan Bolivia, Ecuador, Cuba y, por el otro, países un tanto más conservadores (¿con EE.UU. a la cabeza?) como Colombia, Chile, Uruguay. Pareciera ser que Lula ya tomó la decisión. Estando al mando de un país (como vimos) más estable que el nuestro, mostrándose actualmente como un presidente más “moderado” y posicionándose cada vez más como el líder indiscutido de Sudamérica, decidió buscar alguna alianza con EE.UU. Los últimos tratados firmados con Bush para proyectar una solución al problema más sensible que agobia al mundo en este momento (la energía) pueden funcionar como la prueba más contundente. Veamos Argentina. A la luz de los resultados, es innegable el hecho de que Kirchner está al frente de un país más “volátil” y lo gobierna de una forma también “volátil”; vivimos actualmente en una democracia “decretista” (se gobierna a través de los DNU) con instituciones “volátiles” que hacen a nuestro país cada vez más “volátil”. En cuanto a la decisión estratégica internacional, sería arriesgado afirmar que Argentina tomó una decisión, pero lo cierto es que nuestro presidente se muestra cada vez más cercano a Chávez (diferencia con Brasil). Lo malo no es acercarse a uno o a otro, lo malo es polarizarse. Cito (y aprecio) las palabras de Michelle Bachelet: “Queremos tener las mejores relaciones con la República Bolivariana de Venezuela, también las tenemos con Cuba y también con Estados Unidos. De hecho, las hemos tenido en el pasado y seguramente las vamos a tener en el futuro” (esto lo dijo para bajar la tensión del conflicto surgido cuando Chávez trató de fascista al Congreso chileno).
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