Pasó como un vendaval. Como es su costumbre en sus más de 25 visitas que lleva hechas a la Argentina. –En el único lado donde me quedo quieto es cuando leo… ¡Ah! y también en los hipódromos, especialmente cuando, como dicen ustedes, doblan el codo –le dijo a “Río Negro”, en medio del clima festivo de la Feria del Libro. Habló a los cuatro vientos. Dio conferencias y reportajes con la generosidad y disposición propia de quien sabe que ayuda a reflexionar sobre la vida en este mundo que siempre “ha sido y seguirá siendo apasionadamente complejo”. Derrochó buen humor e ironía, instrumentos que maneja con fascinante ductilidad a la hora de relacionarse con la gente. –Siempre digo –comentó en la feria mientras firmaba su libro último y afuera, sobre Buenos Aires, de tanta lluvia el cielo se desplomaba– que cuando uno da una charla en día de tormenta, tendrá dos públicos: uno, los que vienen por interés; otro, los que se olvidaron el paraguas y se guarecen donde uno está hablando… Recordó alternativamente a Sarmiento, a Borges y a Timerman. Del primero sentenció: “Un hombre, en permanente manejo de ideas”. Del segundo se preguntó: “¿Qué más se puede decir de don Jorge Luis que no sea talento y más talento?”, y trajo a la memoria “la foto que tengo junto a él el día que lo conocí, en Madrid. Esa foto es tan importante para mí que está publicada en mi autobiografía razonada”. Y del periodista señaló: “Valiente, inteligente… hay notas suyas a las que he apelado para mis libros, especialmente en lo que hace a la violencia”. –En sus flamantes memorias Chirac dice que hoy las sociedades tienden a darle muchas funciones a la democracia, casi como buscando desligarse de responsabilidades propias. ¿Qué opina? –le preguntó “Río Negro”. –La democracia encuentra su existencia y sentido en el hombre. Es para la sociedad y es la gente la que la mejora o desmejora. Pero es fundamentalmente un método, un convencimiento destinado a hacer más factible la convivencia y el manejo de los opuestos en la vida. Pero, como diría Octavio Paz, el error en que suele incurrirse es cree que la democracia es un absoluto o un proyecto sobre el futuro. Es simplemente, inmensa simpleza, un método de convivencia… está para ayudarnos a eso… –¿Cómo pesa la individualidad en todo esto? –¡Como responsabilidad, así debe incidir!... Yo machaco siempre y lo he escrito desde una convicción muy profunda: la democracia no tiene como objetivo regenerar al hombre sino ayudarlo a generarse cada vez como más sociable desde su individualidad y tolerante desde esa individualidad. –Esto pareciera tener que ver con aquello de Kennedy cuando asumió: “No nos preguntemos qué tiene que hacer nuestro país por nosotros sino qué podemos hacer nosotros por nuestro país”, Estados Unidos para el caso. –Bueno, en alguna medida sí tiene que ver en tanto que ahí se reclama una disposición individual para mejorar en conjunto… –En su “Diccionario Filosófico” usted plantea una ecuación interesante, muy similar a otra utilizada por el historiador Renzo De Felice. Sostiene que hay procesos históricos que no pueden ser juzgados en términos del infierno: acumulación de todos los males sin mezcla de bien alguno… De Felice hablaba de ausencia de todo bien, presencia de todo mal. A escala mundial, con mayor grado o expresión, hay desencanto con mucha de la dirigencia política. ¿Se la está juzgando sin matices, sólo desde exigencias morales? –Veamos… Estoy de acuerdo en cuanto a mucho desencanto, pero soy de los que creen, y desde ahí he desarrollado mucho de mi pensamiento sobre este tema de política versus moral, que jamás la moral puede ser un sustituto de la política. La moral jamás podrá asumirse como factor de control de la política. Es, en este campo, un elemento de referencia, pero no un elemento de control porque no tiene poder coactivo sobre la política, sobre la cual sí lo tienen instituciones creadas por el hombre… poderes concretos, con fuerza coactiva. Lo que pasa en todo este entresijo moral-política es que también hay mucho moralismo dando vueltas… –Una desviación de lo moral, como el militarismo lo es a lo militar. –El moralismo como exigencia de moral hacia los otros… es decir, para los demás, no para mí, que puedo seguir comportándome como un cochino. Hacia fuera, reclamo de máxima moral, hacia adentro la conciencia muy sucia… –Viejo tema: el infierno son los otros… Lo malo es… –Para buscar lo malo en los otros y observarlo, primero hay que buscar lo impropio de mí, de uno –responde Savater. En charla en el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, ante una pregunta sobre qué esperaba de los políticos, Savater respondió: –Que sean buenos gobernantes, no excelentes personas pero incompetentes –dijo y el cruce de miradas entre los presentes hablaba de un acelerado repaso de muchos tramos de la historia argentina. Y Savater acotó: –Prefiero ir en un avión manejado por un sinvergüenza pero que conduce bien el avión, a viajar en un avión con un piloto que sufre el mal de Parkinson… “De Schopenhauer a Nietzsche, de Tolkien a Borges, de Spinoza a Ciorán, los pensadores que acuden en su ayuda no descansan en alimentar ese espíritu rebelde y heterodoxo que sólo se conforma con depositar, en los pilares de las grandes verdades y sistemas, toda la dinamita que contienen sus ideas. La inquietud constante en el pensamiento savateriano será la crítica fulminante de todo lo que se enseñe con los derechos autónomos de las personas y que amenaza sus libertades fundamentales. Quizá su inagotable ensayística repose simplemente en la difícil tarea de pensar las condiciones racionales para posibilitar una razón práctica que no termine en el conformismo y el desgano apático y que sí intente rastrear el origen de valores que no ignoren la finitud de la vida humana ni tampoco agachen la cabeza ante la presencia de la muerte”, escribe Luis Balcarce sobre Savater en “Diccionario de pensadores contemporáneos”. –¿Por qué le pega tanto a Dios? –pregunta una señora. Estallan las risas, Savater incluido. –Bueno... yo, y lo digo con el mayor respeto a ese señor, yo no le pego. No puedo pegarle a algo cuando estoy convencido de que no existe... No entiendo cómo se puede creer en Dios, algo tan difícil, tan complejo de sostener desde el sistema racional… Pero no os enojéis por esto. Es mi convicción, fundada en razones que creo muy sólidas. –No cree en Dios pero le encanta reflexionar sobre las religiones –le dice un joven, y Savater se siente en su salsa pero la respuesta es breve. –¿Y qué le parece?... Las religiones tienen, guste o no, una centralidad inmensa en la vida. Por eso he escrito ahora “La vida eterna”. Por supuesto que reflexiono sobre ellas desde el sistema racionalista y a muchos religiosos, bueno, eso los disgusta… “Las religiones –señala Savater en su “Diccionario Filosófico”– son complejos simbólicos particularmente bien acorazados ante la crítica racionalista. Su defensa consiste en que nunca están en la palestra en la que se las quiere para la justa dialéctica. Si se las busca en el campo de la verdad fáctica, se refugian con agilidad en el terreno de la verisimilitud poética o de la espontaneidad psíquica; si se intenta contrastarlas con los resultados históricos de sus doctrinas, rechazan tal grosería en nombre de la intemporalidad de principios que han sido mancillados por sus agentes seculares; si se las toma en serio como teologías, se hacen ingenuas como el carbonero cuya fe ha quedado ascendida a paradigma; pero si se critican los supersticiosos hábitos populares que sobre ellas se sustentan se transforman de inmediato en sutilísimas revelaciones intelectuales que poco o nada tienen que ver con lo que entretiene la piedad, frecuentemente peligrosa, del vulgo y sus más próximos pastores; etc., etc. Si nadie las coarta ni se les enfrenta saben ser perseguidoras y aún verdugos, pero en cuanto fuerzas sociales ponen en entredicho su prestigio o recortan sus privilegios se transforman de inmediato en víctimas del ‘materialismo’ reinante”. “He dicho” • “En la sociedad tolerante, lo respetado no son las ideas y creencias de las personas, sino las personas mismas nunca identificadas del todo con sus ideas y creencias” (“Sin contemplaciones”; Barcelona, 1993). • “Hay quien dice que la no violencia, el pacifismo, el antimilitarismo, son posturas ineficaces. En primer lugar, habría que señalar que el criterio de eficacia no es el único ni el más alto que hay para juzgar lo que debe y no debe hacerse, aunque Maquiavelo, Lenin y la razón de Estado opinen lo contrario. Hay opciones que no sirven, es decir, que no son siervas de la necesidad y la muerte sino libres: las decisiones morales, por ejemplo. Encierran por lo general mucho más heroísmo que los matasiete que no valen más que para verdugos o víctimas. Pero es que, además, la violencia sólo es eficaz para perpetuar o reproducir el orden basado en la coacción o la violencia” (“Contra las Patrias”; Tusquets Editores, Barcelona, 1986). • “Como la vida es más bien trágica, tenía razón Aristóteles insistiendo en la importancia central de la prudencia. Es verdad, muchos se han matado, se matan y se matarán por medio de drogas, prohibidas o no; pero muchos otros logran el mismo resultado con la religión, la política, el sexo, el alpinismo… o el trabajo, nada de lo cual está prohibido. Las prohibiciones no salvan a nadie de sí mismo, sólo sirven para aumentar los riesgos y los precios. Que yo sepa, nadie ha presentado una querella contra su oficina o contra el Papa por haberles destrozado la vida, como hacen algunos fumadores hipócritas (o sus aprovechadas familias) contra las tabaqueras que los han perjudicado… ¡sin su consentimiento!” (“Mira por dónde. Autobiografía razonada”; Edt. Taurus, Bs. As., 2003). • –Cosa difícil entender por qué la ética se concibe más bien como un código de preceptos y de prohibiciones, al igual que la moral. –Claro, se entiende en el sentido de que si haces esto tienes un premio y si no un castigo, cosa que ya el propio Kant decía que era lo contrario, porque si se obedece por miedo a que lo castiguen a uno, ése no es moral. En la ética de lo que se trata es del punto en que uno se encuentra respeto a su propio ideal de deseo, de excelencia, etc. Ferlosio (N. de R.: ensayista español) publicó un artículo muy bonito diciendo que la base de la ética es la impunidad. Si tú sabes que hay una condena de los dioses, de los otros, entras en un terreno que no es el de la moral. Estás más bien enfrentándote a un poder que te prohíbe unas cosas y ves cómo escaparte. El problema es cuando a lo que te enfrentas es a tus propios deseos como ser humano, de aprovecharse y de sacar ventaja de los demás porque tú sabes muy bien que sólo los demás, siendo personas, te pueden reconocer a ti como tal y de cierta forma colmar tus deseos” (“El arte de vivir”, diálogo entre Fernando Savater y Juan Arias; Edt. Planeta).
|