Ha terminado abril y ya tenemos que suponer que en cualquier momento se van a producir las primeras heladas dentro de las ciudades, que pondrán en riesgo a todas las plantas sensibles a frío que tenemos en el jardín. Afortunadamente para los que vivimos dentro de las ciudades tendremos unos preavisos que nos darán tiempo a tomar las medidas necesarias para minimizar los daños que puedan sufrir. Mientras en las chacras o en los lugares abiertos en general, las heladas no superen los 4ºC bajo cero, es muy probable que dentro de las ciudades no se ubiquen por debajo de 0ºC, que es el punto crítico, como bien sabemos. Claro que esta medida está en estrecha relación con la dimensión de la ciudad y -dentro de ella- dónde se encuentre ubicado nuestro jardín. Es obvio que no será lo mismo el centro de la ciudad de Neuquén, Cipolletti o Roca, por nombrar a las más grandes del Alto Valle, que Mainqué o Chichinales, por ejemplo. La diferencia la hacen no solamente la densidad de calefactores encendidos de noche y que calientan el aire circundante, sino también la cantidad de calles asfaltadas, grandes edificios y otras estructuras de mampostería, que acumulan calor solar durante el día y lo liberan lentamente durante la noche. Este fenómeno climático, por ser archiconocido, solemos “pilotearlo” con mayor o menor éxito. Pero hay otro muy importante que muchas veces pasa inadvertido. EL RIEGO Todos sabemos que las plantas necesitan absorber agua para cumplir con sus necesidades vitales, pero todos tenemos en claro que no es la misma cantidad en pleno verano que en invierno. Lo que tal vez no tengamos tan en claro es qué sucede en la relación agua/raíces cuando bajan las temperaturas. Entre animales y vegetales, las diferencias son menores a lo que habitualmente se cree. Uno de las grandes similitudes, es que las plantas se preparan para el invierno en forma muy parecida a como lo hacen ciertos animales. Deben conservar lo que tienen, hasta que el aumento de las temperaturas las reactiva. Como para alimentarse deben diluir los nutrientes en el agua, simplemente restringen la que ingresa a sus tejidos. Entran así en un letargo que dura meses, durante los cuales la traspiración cesa casi por completo en las caducas, que se liberan de todas las hojas porque ellas son las que mayor mantenimiento requieren, para “arrancar” con todo a fines del invierno con nuevas hojas y flores. En las de hoja perenne, que las tienen recubiertas de ceras y resinas que las protegen y hasta cierto punto aíslan, como se puede observar en el cotoneaster (arriba, izquierda), que encabeza esta nota. RELACION AGUA/OXIGENO Cerremos los ojos e imaginémonos a las raíces de las plantas en el suelo o un sustrato en maceta. Como ellas son seres vivos, necesitan absorber oxígeno para mantener la vida interna de los tejidos compuestos de billones de células. Cuando en el verano la actividad de los tejidos y las células que los integran es intensa, la absorción de agua es enorme. Un olmo adulto debe absorber unos 500 a 700 litros diarios para refrescarse por medio del vapor que exhala a la atmósfera y usarla en el trasporte de los alimentos. O sea que el agua del suelo se trasforma en un factor crítico. En cambio en el invierno la necesita en una mínima medida. Si en el suelo el riego es excesivo y el agua se acumula por un drenaje deficiente, a las raíces les falta oxígeno y comienzan a sufrir asfixia ...si esto persiste, éstas pueden morir total o parcialmente y provocar putrefacciones. Por eso, nuevamente, hay que hacer hincapié en la importancia de un buen drenaje para prevenir estos accidentes en las plantas que se encuentran en tierra, en nuestro jardín. Más fácil, obviamente, es manejar esta variable en las que se cultivan en maceta. Para no errarle, podemos decir que el suelo debe estar “ni muy-muy ni tan-tan. O sea ni empapado en agua ni totalmente seco ... ligeramente húmedo sería la expresión correcta. Esto en el suelo se observa a “ojímetro” y en el sustrato de las macetas con un elemento infalible ... el “dedómetro”. DICHONDRA En la nota del domingo pasado se contestó parcialmente la inquietud de una lectora, acerca de una enfermedad que ataca a su dichondra cuando llega el otoño. Estos ataques se caracterizan por presentar pústulas de color marrón-rojizo en el envés de las hojas. Para completar la respuesta, en el INTA Alto Valle se llegó a la conclusión de que las muestras estaban atacadas por un tipo de hongos conocidos como “roya”. Esta identificación es muy importante para nosotros, porque ahora sabemos que su control es difícil una vez establecida. Se recomiendan tratamientos preventivos con azufre (tal como se explicó), que no es tóxico y Captan. O sea, si ha tenido ataques, haga una aplicación a comienzos de marzo y un refuerzo a los quince días.
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