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Un gaucho con apellido de espía

Su abuelo era un ruso-alemán originario del río Volga. Cuando bajó del barco, una precaria pronunciación de la lengua española hizo que las autoridades migratorias lo convirtieran de Bohn en un apellido anglosajón. Luis ríe: "hay toda una distorsión". Su barba de corte "menonita" y sus casi 60 años lo hacen aparecer más cercano a James Bond, el célebre personaje de Ian Fleming, que a los teutones.

En homenaje a su abuelo, el criadero se llama así. De niño lo acompañaba conduciendo uno de los doce grandes carretones con que trasladaban trigo hasta el puerto de Bahía Blanca, atravesando médanos con caballos percherones. En ese tiempo, conducir las riendas de una "chata rusa" o un sulky era muy usual, dado el lento avance de la tracción a motor. De él heredó su pasión por los caballos, y a los nueve fue a aprender el oficio de peluquero. En esa localidad bonaerense todavía se lo recuerda por haberle enseñado a hablar de corrido a un tartamudo. "Un día, la peluquería estaba llena porque era el aniversario del pueblo. El dueño me preguntó si me animaba a afeitarlo y, justo cuando inicio la rasurada por el cuello, se me ocurre preguntarle al cliente si el filo de la navaja estaba correcto. Este me respondió de corrido: 'Seguí pibe, que vas bien', temblando del susto", rememora.

Bond mantiene el recado y los principios al hombro. Durante mucho tiempo desfiló para agrupaciones tradicionalistas de Patagones y Viedma con un "pintado" negro lleno de emprendados que le duró 35 años. Al morir ese animal, lo remplazó por un overo rosado. Sigue tusando y atendiendo los vasos de su caballo, pero abandonó las actividades gauchescas de corte tradicionalista. Lo hizo el día en que se enteró de que una persona cobraba por organizarlas en fiestas patrias y terminó dando un portazo de otra agrupación cuando descubrió una malversación de fondos.

En una habitación contigua formó un pequeño museo gauchesco que acompaña con muestras de Molina Campos y una versión pictórica secuencial de la Estancia Vieja de Magdalena, cuyo autor es el tradicionalista Eduardo Marenco y data de 1972. (E. C.)



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