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Una vez, una muralla... | ||
por CHELO CANDIA (*) | ||
Ocurrió en Allen, una mañana de junio de 1987. En la esquina de la oficina de Agua y Energía Eléctrica, unos pocos vecinos se habían reunido y charlaban temerosos. García aseguraba que nadie podía salir de la ciudad, ni tampoco entrar. Allen había amanecido rodeada por una extraña muralla negra de casi cien metros de altura. Esa faraónica construcción había aparecido de un día para el otro en todo el perímetro de la ciudad y nadie podía explicar cómo era que estaba allí. El primer capítulo de la historieta terminaba con la avioneta de Sirigliano, el único piloto del pueblo, explotando en mil pedazos al tratar de cruzar la muralla por aire. Así, durante los seis capítulos que duró esa historieta, los habitantes debían sobrevivir sin auxilio ni conexión con el exterior. Hacia el final, con violentas tribus urbanas luchando entre ellas por la comida y por el territorio, los pocos sobrevivientes lograban salir a flote y el cómo y el por qué de la muralla eran develados echando mano a una complicada explicación espacio-temporal. "La muralla" se publicó durante 1987 en "El Sistema", una revista que realicé en Allen desde ese año hasta 1999. Fue una deliberada y burda copia de "El eternauta" de Héctor Germán Oesterheld. Hoy lo reconozco. Aunque no copia de la historia sino, más bien, de la idea. "El eternauta" produjo un rápido impacto en sus lectores desde las primeras páginas debido a una sola cosa: la aventura ocurría aquí, en "casa", y los protagonistas eran unos argentinos iguales a los del barrio en que uno vivía, o parecidos... Vicente López podría ser cualquier barrio valletano. Juan Salvo, vendedor de transformadores posteriormente convertido en viajero del tiempo, podría ser el mismísimo cerrajero de la otra cuadra... ¿por qué no? Era muy difícil para quienes trabajábamos con la ficción no ser influenciados por esa idea básica que transmitía Oesterheld: tomar personajes cotidianos, reconocibles, argentinos; situarlos en locaciones también cotidianas y reconocidas y, de golpe, sin anestesia, hacerles vivir una odisea extrema. ¿Qué pasaría si en medio de la partida de truco de los jueves con los muchachos comenzara a gestarse una invasión extraterrestre? ¿Qué pasaría si un grupo de personas comunes fuera víctima de una injusticia y tuviera que salir a librar una batalla sin tener el más mínimo conocimiento de cómo manejar un arma? ¿Se convertirían en héroes o acabarían escondiéndose como ratas? Son preguntas que a veces uno no puede dejar de hacerse a sí mismo, a su propio grupo. Pregúntese usted, que se junta todos los martes a jugar al fútbol 5 con los muchachos de la oficina; o usted, el de los asados de los viernes; o usted, señora, en las reuniones de los sábados por la tarde. ¿Qué pasaría? ¿Se convertirían en héroes? ¿Quién lideraría el grupo? ¿Quién sería el más cobarde y quién el más torpe? ¿Quién moriría primero? Ya tiene los personajes. Ahora, haga su historieta. Y, hablando de historietas, acabo de recordar una que leí en una viejísima revista "Fierro". Oesterheld, después de ser secuestrado en La Plata el 27 de abril de 1977, no es asesinado un año después en Mercedes como algunos suponen sino que desaparece de su calabozo como por arte de magia. La historieta, escrita por Waquero y dibujada por Mariano D'angelo, se llamaba "Viajero de la eternidad" y mostraba que Oesterheld, antes de morir, era rescatado por el propio Juan Salvo en uno de sus eternos vaivenes espacio-temporales. Un gusto.
(*) Historietista chelocandia@hotmail.com |
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