BUENOS AIRES.- Tras la crisis y la salida de la convertibilidad con devaluación, en el 2004 comenzó a aumentar la cantidad de libros editados, recomponerse la rentabilidad del sector y subir las importaciones, según el Centro de Estudios para la Producción (CEP) de la Secretaría de Industria, Comercio y de la Pequeña y Mediana Empresa. Allí pronosticaron que la producción y las ventas continuarían en ascenso, por tratarse de bienes de elevada elasticidad/ingreso, con demandas susceptibles a las fluctuaciones económicas. La recuperación menos dinámica que en otras actividades, pese a las leyes 25.446 de “Fomento del libro y la lectura” y 25.542 de “Defensa de la actividad librera o de precio uniforme de venta al público”. Y siguen pendientes las promesas del Instituto Nacional del Libro (ver más adelante) y una nueva ley del Libro. La Agencia Argentina de ISBN (International Standard Book Number), que administra la Cámara Argentina del Libro (CAL), estimó que en el 2006 se habrían producido unos 71 millones de ejemplares (menos que en el 2000, cuando llegaron a 74.294,1 miles). La cantidad de títulos del año pasado habría trepado a 21.369, de los cuales 19.426 corresponderían a novedades y 1.943 a reimpresiones. La amplia oferta quizás confunde a los lectores e incluso a los libreros, quienes no pueden absorber y conocer todo lo que se edita. En el 2005, cerca del 70% de las novedades fue de autores nacionales, con tiradas iniciales de mil ejemplares, promedio; sólo en el 10% de las mismas superaron los 5.000. Por otra parte, hubo un 30% más de empresas que entonces registraron obras respecto del año anterior y persistió la concentración y transnacionalización de las grandes mientras, simultáneamente, se destacaba el dinamismo de las pequeñas y medianas nacionales. Los autores que se autoeditaron conformaron más del 9% de la producción total. Los títulos en castellano representaron el 96% y las traducciones mayormente se hicieron del inglés, francés y japonés. Las principales temáticas fueron: literatura, educación, derecho, medicina, literatura infantil y juvenil, historia, economía, ciencias sociales y sociología, religión y teología, y política y relaciones internacionales. En cuanto a los soportes: en papel más del 95% de los libros y 207 títulos en CD-rom. Cuando en numerosos adultos prevalece la idea de que internet perjudica el hábito de la lectura, el Ministerio de Cultura del gobierno porteño comprobó, entre 450 chicos de entre 9 y 12 años, que el 32% leía por computadora (materiales de divulgación científica, 26%; cuentos y novelas, 25,7%, y deportes, 17,8%). La CAL calculó que existen aproximadamente 300 editoriales. El 61,8% en la Capital Federal; el 17,3% en la provincia de Buenos Aires, y el 20,9% en el resto del país. El 0,1% de las mismas actuaba en el exterior y eran argentinas que coeditaban con extranjeras. Firmas del interior manifestaron que afrontaban dificultades, a veces por la falta de difusión en los medios de alcance nacional, cuando no publicaban autores “best sellers”. Las editoriales venden a las librerías “en firme”, a pagar contra entrega, o “en consignación”, la más frecuente y por la que suministran una cantidad de volúmenes, cuyas ventas deben declararse periódicamente. Con pocas excepciones, son las que fijan los precios únicos al público en todo el país, al igual que los importadores, de acuerdo con la ley 25.542 de 2001. Esta buscó preservar a las librerías chicas, evitando que las editoriales vendan con descuentos superiores a los canales minoristas con mayor capacidad negociadora. Además, intenta proteger la diversidad en la oferta de títulos y limita la posibilidad de que las editoriales, sobre todo las especializadas en textos, vendan directamente al público o a grupos de consumidores (cooperativas escolares o estudiantes), a precios más bajos que a las librerías de barrio o de localidades alejadas del interior. Importancia menor se asigna por ahora a los supermercados, quioscos de diarios y revistas -aunque cada vez son más los que editan colecciones de libros- y las ventas directas (del tipo “puerta a puerta”) y por internet. Las ventas de libros están exentas del pago del impuesto al valor agregado (IVA), no así el resto de los eslabones de la cadena, pese a los intentos que hicieron para extender el beneficio. En la comercialización intervienen distribuidores (mayoristas), importadores y minoristas (alrededor de 2.000 cadenas y librerías independientes, mayormente de la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires), aunque ciertas editoriales venden textos directamente al Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología y la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP), que a su vez los distribuyan en forma gratuita. La Dirección General de Cultura y Educación bonaerense entregará a escuelas secundarias, a mediados de año, casi dos millones de textos de ocho materias, definidos en un concurso público. En el 2004, había 5.000 bibliotecas públicas, incluidas las escolares, pero una encuesta posterior de la revista “Puro cuento” reveló que el 74% de los habitantes del país no concurría a las mismas por ser “oscuras, poco cómodas y sin ventanas a jardines”; “no permitir comer”, y hasta “cerrar los fines de semana”. Mientras las editoriales inducen la demanda de los lectores con novedades, los canales de venta tratan de captarlos mediante la exhibición y promoción de ejemplares. El tipo de cambio real más alto tras la salida de la convertibilidad y la devaluación permitió que los libros editados localmente competieran en condiciones más favorables en el exterior. Ya aparecieron firmas que destinan más del 20% de lo que producen a exportar, pese a que la CAL señaló una caída de la rentabilidad por la suba permanente del papel y los costos de modernizar a las empresas. Por cuestiones idiomáticas y culturales, Uruguay, México, Chile, España, Venezuela y Colombia son los principales destinos, no obstante lo cual los Estados Unidos y Brasil ocupan espacios crecientes. Las exportaciones del 2005 habrían alcanzado casi 45 millones de dólares, siendo México el principal destino. La Fundación Export.Ar participó para que se cerrara un acuerdo con la cadena azteca de doce librerías Gandhi y Eudeba, de la Universidad de Buenos Aires, acordó con el Ministerio de Educación de México la venta de 84.000 ejemplares de la colección “Ciencia joven” (21 títulos de divulgación). Editoriales chicas desembarcaron en Sudáfrica, Corea del Sur y hasta Bahrein. Las importaciones repuntaron desde 2003, ocupando las de España el primer lugar, con casi la mitad de las operaciones. Inspirado en el funcionamiento del Instituto Nacional de Cinematografía y Artes Audiovisuales (Incaa), su ex presidente y actual diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires, Jorge Coscia (Frente para la Victoria) presentó un proyecto de ley para crear el Instituto Nacional del Libro. Apunta a fomentar ediciones; difundir los publicados e impulsar su comercialización, aquí y afuera, incluso en otros idiomas; apoyar la adquisición de derechos de obras extranjeras, y modernizar la red comercial, con financiamiento proveniente de la desgravación del IVA (con aportes sobre la facturación de las editoriales del 1%; distribuidores, 0,5%, y librerías, otro 0,5%). La responsabilidad de un problema se atribuyó a varias generaciones BUENOS AIRES.- Sobre un total de 35 naciones analizadas en el “Estudio internacional sobre el progreso en lectura” del 2001, la Argentina ocupó el puesto 31 y ratificó, por si fuera necesario, que los chicos leían poco. En su mayoría, “no tienen una experiencia de lectura familiar, no tienen libros en su casa y nunca vieron leer a sus padres leer, lo que constituye una situación de deficiencia que la escuela tendría que suplir”, planteó en Buenos Aires, semanas atrás, Francesco Tonucci, pedagogo italiano. “Leerles 15 minutos diarios es la única manera de ponerlos dentro del milagro de la lectura”, opinó. Otras encuestas revelaron que más chicos de 9 a 12 años que asisten al ciclo primario incorporaron el hábito de la lectura, en tanto el 65% de los de 15 a 21 que concurren a escuelas secundarias no lee ni una hora en el fin de semana. Mempo Giardinelli, escritor y periodista chaqueño, consideró (en “Volver a leer”, Edhasa) que el problema -”responsabilidad de varias generaciones”- debe ser resuelto por los padres, los maestros y los bibliotecarios. El primer paso es “ser conscientes de que la lectura en voz alta es el mejor camino para crear lectores” y no requiere mucho tiempo y ningún esfuerzo excesivo ni conocimiento previo. Fernando Savater, filósofo y escritor español, consideró que la lectura “se hace atractiva haciendo libros que interesen”. En la Argentina, por ejemplo, la Fundación Leer se dedica desde hace más de una década a la formación del hábito en niños y adolescentes. A su vez, la Fundación Cimientos, que promueve la igualdad de oportunidades educativas, encaró en el 2005 el proyecto “Formando pequeños” para inculcar la lectura en alumnos de escuelas rurales y urbanas de bajos recursos de Chubut, el Gran Buenos Aires, Santa Cruz, Tierra del Fuego y Tucumán. La consultora Catterberg y Asociados estudió en 1998 los hábitos de lectura y el mercado para la Cámara Argentina del Libro; la Cámara Argentina de Papelerías, Librerías y Afines, y la Dirección de Bibliotecas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Algunas de sus conclusiones siguen siendo válidas, como las manifestaciones espontáneas de los entrevistados, ligadas a aspectos positivos: “una actividad (la lectura) tan vital como mirar un árbol”; “un crecimiento”; “un alimento”, o “una compañía” y que “enseña a pensar, abre la mente, deja volar la imaginación y hasta desconecta de los problemas cotidianos”. Por lo general, se lee un rato antes de dormir, en los viajes y en cualquier momento libre de los fines de semana. El tipo de lectura está condicionado a las actividades y su práctica por obligación se vinculó con el estudio y el trabajo. Como era previsible, a menor interés por la lectura, aumentaba la cantidad de horas diarias dedicadas a la televisión, pero esta última llegaba a la vida de los lectores y no lectores de manera similar, restándole lectura a los primeros y alternativas a los demás. La gran mayoría de los lectores sabía lo que buscaba y era ordenado: elegía por propia iniciativa y compraba personalmente; prefería, además, leerlos de a uno, desde el principio al fin, sin saltearse capítulos. Las librerías sobresalieron sobre los demás puntos de venta; entonces fueron pocos aquellos con experiencias de compras en sitios alternativos. Asimismo, fue escasa la gente que concurría a las bibliotecas públicas, de las que tenían una imagen asociada con la preparación de deberes para las escuelas secundarias y trabajos prácticos para las universidades. Recientemente se difundió otra encuesta del Sistema Nacional de Consumos Culturales, encarada por la Secretaría de Medios de Comunicación de la Presidencia. Datos del 2005 demostraron que la lectura de libros creció el 19% y que el promedio de los leídos trepó el 18% (de 3,9% en el 2004 a 4,6%). Más de la mitad de los lectores compró al menos uno en el 2005. Por otra parte, se mantuvo igual la heterogeneidad de la lectura y los autores elegidos. Sólo diez títulos superaron el 1% de las preferencias, siendo la Biblia el que encabezó las posiciones con el 5,6%. En tanto, el brasileño Paulo Coelho fue el escritor que generó más interés (ver cuadros). Desde la “edad de oro” a la transnacionalización BUENOS AIRES.- La industria del libro en la Argentina atravesó su “edad de oro” entre 1936 y 1970, cuando aumentó su producción y, en parte, se destinó a los mercados hispanoparlantes, en especial a España, Colombia y Venezuela. Entonces surgieron empresas (Losada, Espasa Calpe, Sudamericana y Emecé, entre otras), editores, libreros y talleres gráficos, con significativas contribuciones de exiliados españoles. Durante la Segunda Guerra Mundial y parte del primer gobierno peronista se deterioró el mercado de España, cuyas importaciones de libros provenían en un 80% de la Argentina. Entre 1956 y 1975, se consolidó el mercado interno. Las innovaciones incorporadas por Boris Spivacow, primero en Eudeba y después en el Centro Editor de América Latina, resultaron decisivas en los ‘60, al apostar a nuevos públicos mediante las ventas de libros en los quioscos de diarios y revistas. “En Buenos Aires fue donde empezó todo”, reconoció Gabriel García Márquez, en obvia alusión al boom de los autores latinoamericanos y a que Sudamericana lanzó mundialmente aquí, en 1967, “Cien años de soledad”. Proliferaron, además, las ediciones de ciencias sociales (antropología, psicoanálisis, sociología y crítica literaria), muchas a precios accesibles, como las de Paidós, Amorrortu y Siglo XXI. La dictadura militar del ‘76, con censuras, persecuciones y muertes; exilios, y dificultades económicas, causaron una profundísima crisis que acabó con muchas editoriales. La globalización desde los ‘90 hizo el resto. Hasta el 2000 se verificó un proceso de transnacionalización y concentración. Empresas extranjeras, mayormente europeas, adquirieron algunas locales y ciertos grupos se fusionaron, en ocasiones procurando actuar tanto en el mercado doméstico como el regional. El Centro de Estudios para la Producción estimó que esos conglomerados consiguieron controlar el 75% del mercado. Paralelamente, surgieron pequeñas editoriales, como Beatriz Viterbo (1990), Paradiso (‘92), Simurg (‘95) y Adriana Hidalgo (‘99). Cambió la comercialización del libro y aparecieron grandes cadenas que contribuyeron a desdibujar el oficio de librero. Con ciertos escritores argentinos, ocurrió algo parecido a lo que ocurrió con cada vez más futbolistas: se fueron a jugar a otros países. Un caso muy recordado fue el de Osvaldo Soriano. Aquí, en los ‘70, publicó en Corregidor; después, en el exilio, eso sucedió con la española Bruguera. Cuando retornó en los ‘80, pasó a Sudamericana -vendida a la alemana Bertelsmann en los ‘90- y su novela póstuma “La hora sin sombra” fue presentada por Norma, colombiana con capitales españoles. Ultimamente, fue editados por Seix Barral, una de la veintena de sellos del grupo Planeta, de España. Fuentes de consulta: “Historia de la empresa editorial en Argentina. Siglo XX”, de Eustasio García, capítulo del libro “Historia de la empresas editoriales en América Latina. Siglo XX”, y “Editores y políticas editoriales en Argentina, 1880-2000”, realización de investigadores de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, con la dirección de José Luis de Diego.
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