El Movimiento Popular Neuquino es un fenómeno singular en la historia política del país del último medio siglo. Lo es porque, al contrario de lo que ocurrió con otros partidos provinciales o “de familia” –los Saadi en Catamarca, los Romero Feris en Corrientes– que, tras lograr apropiarse del poder político en sus provincias y mantenerse durante décadas, fueron posteriormente desalojados, se ha mantenido en el poder desde 1963 hasta hoy. Y no sólo eso: fue el único entre todos que aceptó gobernar para una dictadura militar, la de Juan Carlos Onganía. Y más: al cabo de tres años de ese gobierno, ganó con holgura las elecciones del 11 de marzo de 1973, que en el país dieron el triunfo a la fórmula del Frejuli Cámpora-Solano Lima. Cuando, en marzo de 1970, los Sapag aceptaron en silencio que el general Francisco Imaz dijera, al “devolverles” el gobierno de la provincia del que habían sido desalojados el 28 de junio de 1966, que ellos estaban identificados con los objetivos de la llamada “Revolución Argentina”, no hubo una sola voz del MPN que se alzara para disentir. Ni la hubo después, hasta hoy. No, por cierto, la del actual gobernador, Jorge Sobisch, cuyo padre Carlos fue uno de los fundadores del MPN, el partido “neoperonista” que se constituyó para eludir la proscripción que pesaba sobre el peronismo con el compromiso, incumplido, de volver cuando la proscripción cesara. Tampoco la del senador “ad vitam” Elías Sapag, padre del hoy candidato emepenista a gobernador, cuyo apoyo fue decisivo para que Sobisch llegara a gobernador en 1992 Sólo habla Sobisch No es el MPN, por lo tanto, un partido que pueda lucir en su frente un aura de coherencia moral. Pero, no obstante, ha sido acompañado siempre por una mayoría de la ciudadanía neuquina, aún en aquellas elecciones posdictatoriales del 73, cuando Héctor Cámpora, candidato a presidente y representante de Juan Perón, había trasmitido “la orden” de votar en Neuquén por el médico Angel Romero. Ahora, aún con el gobernador como máximo responsable, el partido oficial –que Sobisch sigue presidiendo– se ha mantenido en cauteloso silencio ante el crimen que se llevó la vida del maestro Fuentealba. Tampoco los funcionarios gubernamentales ni los líderes partidarios parecen interesados en decir algo (salvo unos pocos que por fuerza deben hacerlo). El único que habla es Sobisch, quien parece no advertir que la granada que destrozó el cráneo del maestro también hizo trizas su carrera política. Como para merecer el elogio de algún editorialista, asume la responsabilidad “política”, pero deja la penal al policía que disparó la granada, un buen ejemplar de chivo expiatorio. Así pasa por alto que la ley orgánica 2.081 de la Policía provincial, aprobada por la Legislatura a iniciativa suya, dice en el artículo 23 que el jefe de Policía es el gobernador y de igual modo elude el capítulo del Código Penal (artículos 248 y siguientes), que tipifica el delito de abuso de autoridad. También, en un discurso cercano a la esquizofrenia –porque ignora que el poder omnímodo que ejercía se ha desvanecido en el aire–, Sobisch quiere zafar de la responsabilidad de haber tenido en las filas policiales a un criminal. A ese fin ha dicho –el martes último, en el programa de tevé “La Cornisa”, de Luis Majul– que el autor material del crimen había sido echado de la fuerza y fue reintegrado en setiembre de 1999, tres meses antes de que él volviera al cargo de gobernador. Sin mencionarlo, cargó así la responsabilidad sobre quien gobernaba al producirse la reincorporación, Felipe Sapag. De la suya –por tener al policía en las filas policiales y en tareas propias de fuerzas especiales– se desvinculó diciendo que él, ya en el cargo de gobernador, no podía ocuparse de revisar los legajos de 5.000 policías. Como también podría alegar que tampoco podía estar presente en Arroyito para controlar eventuales “excesos” policiales, uno no puede menos que preguntarse en qué consiste la responsabilidad “política” que dice haber asumido. Sus respuestas a la prensa, sobre todo las que ha dado al periodismo de la televisión nacional, hablan de que no está dispuesto a asumir ninguna. Al parecer, el gobernador neuquino está convencido de que la muerte de un maestro a manos de un policía no debería tener más consecuencias que las que, a diario, se producen en accidentes de tránsito. El mismo viene calificando al crimen como el fruto de un “accidente”. Si así fuera, ni siquiera el policía Poblete sería culpable. Tres Jorges en la crisis El único poder que Jorge Sobisch está ejerciendo en estos días es el de defenderse. El que, según la Constitución provincial, le corresponde en tanto gobernador lo ha delegado totalmente en un “superministro”, Jorge Lara, quien en la reciente interna que definió al candidato emepenista a la gobernación se acercó al triunfador, Jorge Sapag. Pero no parece que pueda ser ésa una salida de la crisis, útil para llegar con alguna normalidad a las elecciones del 3 de junio. No lo parece porque, si bien la Constitución provincial dice que “el Poder Ejecutivo de la provincia es ejercido por un ciudadano con el título de gobernador”, lo que se puede advertir entre la bruma de la crisis es que el poder real no está en manos del ciudadano que fue electo para ejercerlo. En estos días, no está en ninguna parte.
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