los sistemas políticos que cuentan con liderazgos dominantes parecen recorrer una similar línea discursiva. Ocurre, entre otros momentos, cuando se han visto “desbordados” en sus capacidades por controlar el poder de fuego de las agencias estatales que concentran los medios de la violencia. Por supuesto que esos líderes y gran parte de su maquinaria partidaria que los sostienen nunca logran conceptualizar el mal desempeño de este tipo de agencias –especialmente la Policía– de acuerdo a resultados no siempre previstos de interacciones complejas y, aun menos, hurgando en la ajustada trama montada desde su exclusiva arquitectura de poder. En general, los principales líderes de esos regímenes fundan sus argumentos en una premisa: son ellos y nadie más quienes tienen los dispositivos de control de dicho poder coactivo. Siempre en condiciones de conducir sus primeras y últimas acciones, aunque luego aclaran que eventualmente hay “zonas abiertas”, excepcionales, de naturaleza diferente a sus estrategias y que por lo tanto no pueden gobernar enteramente. Hablan del espacio reservado a un tipo de acciones donde quienes deben obedecer son a veces sacudidos por el juego de las pasiones humanas o, en todo caso, por los riesgos de una tecnología que en ocasiones se hace difícil de administrar. De allí que acusen a los “gatillos celosos” de los instrumentos letales. También a los imponderables de una profesionalización no deseada o una doble acusación a la desobediencia e incompetencia de unos pocos que visten uniformes. A veces coinciden, como si fueran agudos lectores de Anthony Giddens, en que esos eventos inestimables responden a “incertidumbres” extrañas al orden y a las ordenes del gobernante. Siguiendo este particular punto de vista, cuyo fin último es ensayar un tipo de proclama de la justificación y eventualmente de la reparación, esos líderes parecen resignificar el esfuerzo intelectual del propio Giddens y nos hablan –por supuesto en un vocabulario de menor elegancia– de la existencia de “incertidumbres no fabricadas” por el poder que ellos mismo dirigen. Es que no reparan en que esas “incertidumbres”, las que provienen del poder de los hombres, son algo que ellos producen y que vuelven a crear, siempre en mayores proporciones. Detengámonos en esto último y en particular en el líder de provincia que es Jorge Sobisch. En estos días, en fuga hacia su propio futuro, promete profundizar su rol de fabricante de incertidumbres, en una espiral de creciente riesgo fundamentalmente para la sociedad que le toca gobernar. Lo cierto es que desde un liderazgo que conoció mejores tiempos, ha puesto el empeño por montar un dispositivo discursivo en donde los hechos de muerte o de graves lesiones originadas en el despliegue del poder de fuego de sus fuerzas de seguridad aparecen en clave de “abuso” o “excesos”, como si fueran única expresión de ese mundo de las incertidumbres. No es un dispositivo inocente, ya que con él se procura interpelar a la sociedad e incidir en otros estamentos del poder, sobre todo en la administración de justicia. Acerca de esto último, corresponde mencionar el caso de Pedro Alveal, el joven que perdió un ojo en ocasión de una protesta hacia fines del 2003. A los policías que dispararon a mansalva inicialmente se les imputó el delito de homicidio en grado de tentativa para luego aliviar su situación bajo la nueva carátula de lesiones graves doblemente calificadas por alevosía y empleo de arma de fuego en perjuicio de Alveal. Es sabido que dos de los jueces que votaron aquel cambio fueron promovidos a vocales del Tribunal Superior de Justicia. Los cuatro uniformados involucrados en los hechos continúan prestando servicio en la fuerza policial y, si bien se les ha restringido el uso de armas de fuego, es muy difícil comprobar su efectivización considerando la biografía profesional del policía Poblete, matador de Carlos Fuentealba. Que aquella causa haya tenido tan trágico principio en la mutilación vital del joven Alveal y un derrotero judicial y policíaco tan insólito no se debe a esa “razón” de la excepción, de una incertidumbre no fabricada por el poder. Parece ser que, en la acción política del gobernante, aquella zona de incertidumbres pretendió ser reparada con policías trabajando aunque despojados de sus armas y jueces promovidos. De acuerdo a la destrucción de la vida de Carlos Fuentealba, aquella incertidumbre reparada no hizo más que fabricar nuevas y aún más trágicas. El balance nos refiere a un tipo de relato montado frente a esos eventos, donde el líder dominante recurre a una suerte de “primarización” de la acción política. Es que promueve el encierro hacia sí mismo de los actos realizados en una fórmula que supone el control, pero donde la fabricación de incertidumbres puede más. Finalmente, al haber reforzado un discurso institucionalista que supone un principio para la reparación de esas zonas de incertidumbre –por caso el cumplimiento y respeto por la ley– promete algo más que generar nuevas y mayores áreas de riesgo. Es que, como sostiene Edgardo Mocca, estos dispositivos resultan para dichos líderes dominantes el mejor paraguas para afirmarse en la impunidad.
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