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“Un pibe que mata es fracaso del Estado, de la sociedad y la familia”
Contar la violencia desde la literatura, como forma de mostrar la crisis social argentina, es lo que se propuso el escritor Reynaldo Sietecase en su libro “Pendejos”, integrado por diez historias de crímenes violentos, todos protagonizados por chicos menores.

C ómo surgieron los cuentos de “Pendejos”?
–Pendejos nació casi por azar. Sobre el final del 2005 estaba trabajando en una novela y con mucha actividad en el periodismo. Una mañana visitó el programa de radio de Jorge Lanata, donde trabajo, Laura Musa, una especialista en el tema seguridad. Entre otras cosas contó que en Argentina se había condenado a reclusión perpetua a una decena de menores de 18 años y que esto era una clara violación de la Convención de los Derechos del Niño. La idea era perturbadora: “Pibes condenados a prisión perpetua”. Me decidí a buscar más información. Pensé que podía hacer una serie de notas contando las historias de estos chicos, pero cuando me acerqué más al tema comprendí que el formato no era la narración periodística sino la ficción. Como había ocurrido con mi novela “Un crimen argentino”, se me presentaba otra gran oportunidad para contar la violencia desde la literatura. Allí comencé a tramar estos artefactos literarios, que para espanto de mi amigo Martín Caparrós he comenzado a llamar “crónicas de ficción”.
–¿Por qué el título “Pendejos”?
–Pendejos es una palabra polisémica. Según su origen latino, pectiniculus, remite a los pelos que nacen en el pubis. En forma coloquial, en México y en gran parte de Centroamérica, define al hombre pusilánime y cobarde. En otros países quiere decir taimado y astuto. En Argentina y Uruguay tiene el significado que todos conocemos: chico, adolescente. Al principio mi título no le gustó a nadie. A algunos amigos les sonaba despectivo. A otros les parecía un riesgo innecesario por las distintas acepciones que la palabra tiene en América Latina. Por ejemplo, en España se utiliza poco y nada. Incluso, muchos creen que se trata de un americanismo porque lo encuentran más en películas y libros que en las conversaciones. Para mí era un título ideal. Un pendejo es algo pequeño, insignificante, un pelo que nace en un lugar que habitualmente ocultamos. Más allá de su significado y del uso que se le da al término en el habla popular –en general como insulto– era la síntesis perfecta de estos relatos. Mis relatos hablan de pendejos que matan, roban y se drogan. De pendejos que son víctimas y victimarios. Hablan de los pendejos que no queremos ver.
–El epígrafe que incluyó en el libro es muy sugerente porque se refiere a la llegada de un ángel que iba a desafinar en el coro de los contentos...
–El epígrafe es una travesura poética. Corresponde a un poema de Torcuato Neto, desconocido y sin embargo es el fundador junto a Caetano Veloso y Gilberto Gil del movimiento llamado Tropicalismo. Cuando llegó la dictadura, Gil y Caetano se exiliaron en Londres y Torcuato se quedó. A los 27 años decidió quitarse la vida. Siempre me conmovió ese poema. Cuando lo leo pienso en Torcuato y también en todos aquellos que llegan al mundo “para desafinar en el coro de los contentos”, como dice uno de los versos del poema. Eso hacen los pendejos de mi libro, desafinan en el mundo de los contentos.
–¿Son cuentos relacionados con hechos reales?
–Todos los cuentos tienen correspondencia con crímenes reales. Pero deliberadamente no realicé ninguna entrevista ni utilicé técnicas de investigación periodística. Elegí narrar los casos que me habían conmovido a mí en los últimos años y sumé algunas de las historias que terminaron con condenas de reclusión perpetua. Muchas nacieron de un recorte periodístico. En definitiva nacen de un dato cierto pero todo lo demás: personajes, escenarios, lugares y fechas pertenecen al mundo de la ficción.
–La violencia es el eje de sus dos obras de ficción: en “Un crimen argentino” presentó una radiografía de la sociedad desde el crimen y ahora, en los cuentos de “Pendejos”, narra el horror de la violencia protagonizada por jóvenes. ¿Por qué esta elección?
–Fue destino y azar. Borges decía que el escritor elige los temas sobre los que escribe, pero que en ocasiones son los temas los que eligen al autor. Me gusta pensar en esa idea. Además desde hace años tengo un especial interés por la violencia. Estoy convencido de que una sociedad también puede definirse por sus crímenes. Los asesinos seriales de Estados Unidos, los sicarios colombianos, los niños narcos de Brasil dejan indicios sociales más allá de los cadáveres. En cuanto a la literatura soy un adicto a las historias policiales, como lector primero y como autor después. El policial es un género que funciona como una caja china. La novela negra norteamericana, la inglesa de enigma, el nuevo policial europeo y los relatos argentinos sin detectives cuentan una historia y, a la vez, revelan los claroscuros de una comunidad determinada. Cómo funciona la Policía, qué pasa con la Justicia, cómo opera el poder económico, qué pasa con los marginales y más. Siempre hay más de un nivel de lectura.

LA POTENCIA DE LA FICCION

–Llama la atención que haya elegido la ficción y no la crónica periodística.
–Por lo menos tengo dos razones. La más importante es mi confianza en el poder que tiene la literatura. Otra vez voy a citar a Jorge Luis Borges, cuando decía que no necesariamente la ficción es contradictoria con la verdad. Diría que a veces puede complementar la verdad. En estos días varios lectores me dijeron que habían seguido por los diarios algunos de los casos que dieron origen a mis cuentos pero que, sin embargo, nunca se habían conmovido como con mi relato. Estoy convencido de que la literatura tiene una potencia muy superior a la crónica periodística a la hora de narrar un suceso real. Y además, conviven en mí literatura y periodismo, la bella y la bestia, y cada vez que puedo resuelvo el conflicto a favor de la bella. Ya le entrego todos los días gran parte de mi vida al periodismo, no estoy dispuesto a ceder más ante la realidad. La literatura me permite narrar sin estar atado a la verdad como ocurriría si hubiese elegido la crónica.

VIOLENCIA Y LA “MANO DURA”

–¿Violencia juvenil es igual a marginalidad?
–No necesariamente. En mi libro, de los diez casos narrados, seis tienen como protagonistas a pibes marginales, pero los otros cuatro son de clase media. La violencia tiene orígenes diversos. Lo que sí es innegable es la conexión entre pobreza y delito. De los 2.500 menores que el Estado acepta como detenidos, el 100% son pibes marginales. Lo que ocurre revela cómo funciona el sistema judicial argentino: un chico de clase media o alta que delinque, con buenos abogados y asistencia, casi nunca va preso. Seguro es declarado inimputable y termina con tratamiento psiquiátrico o zafa de alguna otra manera. Es fundamental que el Congreso apruebe alguno de los diecisiete proyectos que tiene cajoneados sobre la creación de un sistema penal para menores. De esa forma, los pibes que delinquen tendrán un abogado que los defienda, un fiscal que los acuse y un juez que dicte sentencia respetando sus derechos.
–¿Qué opinión le merece las voces que se alzan en gran parte de la sociedad argentina pidiendo mano dura para solucionar este problema?
–La llamada mano dura aporta muy poco para la solución de la inseguridad. En el caso de los menores que cometen delitos hay que avanzar sobre las causas. Sólo en Buenos Aires hay un millón de menores de 21 años que no estudian ni trabajan. Algunos barrios, gracias a la droga y la complicidad policial, son fábricas de delincuentes. Para muchos la única solución es encerrar a los pibes o eliminarlos. Como si se tratara de un pase de magia. Con estos niveles de desigualdad nadie estará seguro. Además hay que pensar por qué un chico llega a empuñar un arma. Un pibe que mata es un pibe que ha dejado de serlo. Representa el fracaso del Estado, de la sociedad y de la familia. Mi libro, como todo producto literario, tiene como objetivo fundamental entretener. Atrapar al lector, aun con un tema duro. Pero si aporta algo al debate sobre qué hacer con los chicos que delinquen, bienvenido sea.
–¿Los medios de comunicación ofician de espejos de la violencia inserta en la sociedad?
–Para este libro no tuve en cuenta la mirada de los medios sobre la violencia. De todas formas, por mi trabajo, puedo decir que en general la violencia pasa por el tamiz de la ideología. Están los que la utilizan para blindar la sociedad y crear miedo. Esos comunicadores nunca se preguntan por qué ocurren ciertas cosas. Y están los que tratan de darle a las noticias una dimensión que incluya causas y efectos. En realidad, la seguridad como la educación o la salud o los derechos humanos son cuestiones preideológicas. Todos, sean de izquierda o de derecha, o radicales, peronistas o socialistas, quieren vivir en un país seguro. Todos quieren que sus hijos vuelvan a su casa cuando van a estudiar. Y que tengan educación y salud. A veces da la sensación de que los medios de comunicación atrasan tanto como la clase política.
–¿Bajar la edad de imputabilidad es la solución para frenar los hechos de violencia protagonizados por menores?
–La mejor opción no pasa por bajar la edad de imputabilidad. Los especialistas serios y Unicef proponen crear un sistema penal para menores, donde se respeten las pautas del debido proceso. Es decir que no haya impunidad para los menores, pero que tampoco existan arbitrariedades. Un menor que delinque debe ser juzgado y debe tener la posibilidad de defenderse y, si es culpable, la pena tiene que estar en proporción a su edad. Hay numerosas iniciativas en el Congreso pero no se tratan y muchos de los que las traban son los mismos que piden mano dura.

EL ELEGIDO

Comunicar a través de la palabra escrita fue para Reynaldo Sietecase, nacido en Rosario en 1961, una necesidad que lo inquietó desde su adolescencia y por eso, al terminar el colegio secundario, decidió editar su primera revista. Es autor de dos libros de crónicas: “El viajero que huye” y “Bares”. Además tiene editados varios libros de poesía: “Y las cárceles vuelan”, “Cierta curiosidad por las tetas”, “Instrucciones para la noche de bodas”, “Hay que besarse más”, entre otros.
En el 2002 publicó su primera novela: “Un crimen argentino”. En ella narra uno de los homicidios más brutales, el caso real de un empresario que en tiempos de la dictadura fue asesinado y disuelto en ácido, claro paralelismo del terror impuesto por el régimen militar: sin cuerpo no hay delito.
Con una extensa trayectoria en medios gráficos (“Veintitrés”), radiales y televisivos (fue columnista de los programas “Detrás de las noticias” y “Día D”, que conducía Jorge Lanata), actualmente integra el staff de “PM Lanata” en AM del Plata y conduce el programa “Lado salvaje”, junto a su colega Maximiliano Montenegro por América 24.



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