Nacido en enero de 1927, en Lamarque, una localidad al sudeste de la isla de Choele Choel, provincia de Río Negro, Rodolfo Jorge Walsh transitará entre los diez y catorce años de edad, a raíz de la penosa situación económica de sus padres, la difícil experiencia de ser pupilo, primero, en un colegio de religiosas irlandesas en Capilla del Monte y luego en el Instituto Faghi, una congregación de curas irlandeses ubicado en Moreno. Las vivencias en esas “cárceles para chicos” las retrata años después en la llamada “serie de los irlandeses”, conformada por los cuentos “Irlandeses detrás de un gato”, “Los oficios terrestres” y “Un oscuro día de justicia”. Precisamente en este último aparece la primera connotación política: se habla del pueblo y de sus expectativas de salvación puestas en un héroe (Malcolm): “Mientras Malcolm se doblaba tras una mueca de sorpresa y de dolor, el pueblo aprendió (...) que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de sus propias entrañas sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza”. El espacio propicio para conectarse con la actividad literaria lo encuentra a mediados de la década del ’40 en la editorial Hachette, donde se desempeña como corrector de pruebas, traductor y antólogo. Mientras colabora con cuentos y crónicas periodísticas en diarios y revistas (“Leoplán”, “Vea y Lea”), descubre el género policial en los libros de la colección “El Séptimo Círculo” que dirigen Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Su primer libro, “Variaciones en Rojo” (1953), será una colección de relatos policiales. Hasta aquí podríamos trazar el perfil de un Rodolfo Walsh tan amante del ajedrez como de los géneros policial y fantástico, que entiende a la novela como el punto supremo de las letras, y un intelectual antiperonista (simpatizante de la Alianza Libertadora Nacionalista) que apoya la Revolución Libertadora que en 1955 derroca al gobierno democrático de Perón, al que considera un burlador de las libertades civiles. “Esa primera edad política de Walsh –explica a ‘Río Negro’ el ensayista Nicolás Casullo– prima un nacionalismo no popular, que ve en el peronismo y sobre todo en la figura del general caudillo una distorsión inconveniente de aspectos tiránicos y despóticos, para los ideales de un país regido por el liberalismo de corte inglés desde el inicio de su modernización definitiva. Ser nacionalista por lo tanto significaba una suerte de soledad entre esas dos instancias”. Pero su vida y su obra tomarán un rumbo distinto a partir de una fría noche de junio de 1956, mientras juega al ajedrez en un bar de La Plata. Allí se entera del fusilamiento, en un basural de José León Suárez, de un grupo de civiles presuntamente implicados en la sublevación militar del general Valle contra el gobierno de la Revolución Libertadora, encabezado por el general Pedro Eugenio Aramburu. A esos civiles se los detiene en cumplimiento de la ley marcial promulgada después de que fueran arrestados. Seis meses más tarde, en el mismo bar, mientras saborea una cerveza y con la mirada fija en las piezas del tablero, un hombre se le acerca y le susurra: “Hay un fusilado que vive”. Con esta confidencia comprende que, además de las perplejidades personales, existe un peligroso y amenazante mundo exterior. Decide iniciar la investigación de los hechos para alcanzar la verdad y, de esta manera, desenmascarar a traidores y asesinos. Actitud que determinará su destino literario y político. Entrevista al “fusilado que vive” (Juan Carlos Livraga), a quien describe de la siguiente manera: “Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte”. “Operación Masacre”, publicada en 1957, dará cuenta de esta investigación tomando el relato de los hechos verídicos, procedimiento semejante al de Sarmiento en “Facundo” y Esteban Echeverría en “El Matadero”. Presiente que está frente a una nueva manera de asumir un compromiso con el periodismo a través de la búsqueda riesgosa del testimonio escondido y doloroso. Pero la marca que distingue a Walsh es la forma en que lleva adelante la denuncia periodística, ubicándose en el lugar de las víctimas. Para Ricardo Piglia, con “Operación Masacre” Walsh responde al debate: compromiso versus eficacia de la literatura. “Levanta la verdad épica de los hechos, la denuncia directa, el relato documental. Un uso político de la literatura debe prescindir de la ficción”, señala Piglia. En 1958 Walsh realiza otra investigación, en este caso la vinculación del gobierno de la Revolución Libertadora en el asesinato del abogado Marcos Satanowsky, quien manejaba la sesión de las acciones del diario “La Razón”. Recién en 1973 aparece en forma de libro bajo el título “Caso Satanowsky”, que pone a la luz que es el propio Estado quien ampara y oculta a los culpables. “El sistema no castiga a sus hombres: los premia. No encarcela a sus verdugos: los mantiene”, sentencia Walsh. Una vez producida la revolución encabezada por Fidel Castro, viaja a Cuba para incorporarse a la agencia de noticias Prensa Latina como director de Servicios Especiales. Fue el propio Walsh quien, utilizando sus conocimientos de criptógrafo aficionado, descubre los mensajes que daban cuenta de una inminente invasión a Bahía de los Cochinos instrumentada por la CIA. “En Cuba toma contacto con el marxismo vivo, ágil, necesariamente creativo y también porque se sintió incentivado en leer las obras de Lenin y de Mao”, señala el periodista Enrique Arrosagaray, autor del libro “Rodolfo Walsh en Cuba”, que da cuenta de los dos años (1959 a 1961) que permaneció en la isla. Los años en tierra cubana le permitieron ser testigo “del nacimiento de un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso”. “Tal vez Walsh se haya sentido una polea más de un sistema muy grande –aclara Arrosagaray– y él era, al parecer siempre fue, un hombre que precisaba tener absoluta libertad de creación. Es probable que lo del centralismo democrático nunca haya cuajado en Walsh pero mucho menos simpatizó con la presión del Partido Comunista cubano que pretendía atar esa revolución a la voluntad geopolítica de una Unión Soviética que ya no era roja”. De regreso a Buenos Aires se plantea seriamente que, de todos sus “oficios terrestres”, el de escritor es el que más le conviene. No se trata de una determinación mística sino que considera haber sido “traído y llevado por los tiempos”. En 1965 publica “Los oficios terrestres”, obra en la que sobresalen los cuentos “Irlandeses detrás de un gato”, “Fotos” y “Esa mujer”, siendo este último uno de los más celebrados de la literatura argentina del siglo XX. En “Esa mujer”, Walsh conjuga con maestría lo policial con lo histórico, la literatura con el periodismo, logrando el clima ideal para referirse a la historia del cadáver de Eva Perón pero sin mencionarla en ningún momento. Dos años después aparece un nuevo volumen de relatos: “Un kilo de oro”. Para el periodista Rogelio García Lupo, compañero de Walsh en la agencia Prensa Latina, la cualidad esencial de la escritura walshiana es “la de transmitir una vida especial a todo lo que toca. Uno puede tomar cualquiera de sus obras y, aunque no conozca el contexto en el que se desarrollan los hechos, encuentra siempre un relato fácil de leer, como en los clásicos. Y los personajes surgen de su descripción con una fuerza inusitada. Están estremecedoramente vivos”. En sus artículos de investigación periodística, que publica en la revista “Panorama”, se destacan el contenido social, una excelente prosa que respeta el ritmo y la textura de las frases de los entrevistados. Walsh representa tanto el mundo rural como la vida cotidiana en la gran urbe, logrando verdaderas investigaciones socioantropológicas. Dirigir el semanario de la CGT de los Argentinos, que comienza a editarse en 1968 por los gremios no colaboracionistas con la dictadura de Onganía, lo lleva a Walsh a potenciar aún más la necesidad de aumentar su compromiso político, encarnando aquel postulado del peruano Juan Carlos Mariátegui: “En los períodos tempestuosos de la historia ningún espíritu sensible a la vida puede colocarse al margen de la política”. Walsh se encamina hacia las filas del peronismo en un lento proceso personal, “en cuanto al costo de asimilar y convivir con las múltiples contradicciones, equívocos, defecciones y miserabilidades que componían el cuadro de las dirigencias peronistas, tanto en lo sindical como en lo político”, sostiene Casullo. Más tarde y convencido de que el intelectual que “no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”, Walsh emprende su camino de militancia en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Considera que es imposible hacer literatura alejada de la política por lo tanto inicia otra investigación. En este caso el asesinato de Rosendo García, un líder sindical del peronismo, por el cual son acusados un grupo de peronistas combativos, bajo el título “¿Quién mató a Rosendo?”. La participación política activa de Walsh se acrecienta cuando en 1973 se incorpora a la organización Montoneros, desarrollando tareas vinculadas con la información, la inteligencia y la planificación de acciones. Junto a Miguel Bonasso y Francisco Urondo funda el diario “Noticias” con la intención de convertirlo en instrumento político de Montoneros y, de este modo, lograr mayor presencia en diversos sectores. Con el golpe militar de 1976, Walsh presiente que la derrota está cerca. Se enfrenta a la cúpula montonera mediante una serie de documentos en los cuales los acusa de no aceptar la derrota, lo que hubiera evitado muchas muertes, incluso la de su propia hija (Vicky), que decide pegarse un tiro al ser acorralada por un grupo de militares. “Nosotros morimos perseguidos en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizás te envidio, querida mía”. Son las palabras que elige Walsh, desde la clandestinidad, para despedirse de su hija. También acusa a la cúpula montonera de persistir en una lucha armada absolutamente inútil frente a un enemigo poderosamente armado. “Walsh escribe para persuadir, no para historiar un proceso. Escribe para que se corrijan formulaciones, para señalar incertidumbres”, señala Nicolás Casullo. Reconocida la derrota, Walsh en plena soledad, con una máquina de escribir y desde el anonimato, resiste el cerco informativo impuesto con torturas y muertes por los militares creando, primero, la Agencia Clandestina de Noticias (Ancla) y, posteriormente, Cadena Informativa. Acompañado por un reducido grupo de periodistas (Lila Pastoriza, Lucila Pagliai, Carlos Aznárez y Eduardo Suárez), Walsh escribe documentos que reflejan lo que en verdad sucedía en el país (desapariciones, fusilamientos, torturas, campos de detención clandestinos, etc.), enviándolos a las redacciones de diarios, revistas y corresponsalías extranjeras. En su condición de escritor, intelectual y militante, y especialmente desde su propia identidad (“Vuelvo a ser Rodolfo Walsh”, aclara), con la certeza de ser perseguido, escribe la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar” al cumplirse un año del inicio del régimen. “Lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades”, subraya. El 25 de marzo de 1977, antes de ser acribillado por un grupo de tareas de la Escuela Mecánica de la Armada en la esquina porteña de San Juan y Sarandí, Walsh logra acertar su golpe maestro: despachar algunas copias de la mencionada carta. Nadie mejor que Lilia Ferreyra, su última mujer, para saber quién fue este notable escritor que dio su vida por querer hacer del mundo algo mejor, más digno de ser vivido: “Conocí pocos hombres en los que la reflexión sobre la ética pasara tan intensamente por la coherencia entre lo que decía y hacía. Vivió y murió por lo que pensaba. Pero, al mismo tiempo, era un hombre con una enorme comprensión de los claroscuros de la condición humana, incapaz de levantar el dedo y decir éste es malo y aquél es bueno o de estigmatizar a la gente. Entendía que en las sociedades de millones de personas, el camino hacia la ética es, en todo caso, una búsqueda colectiva. Y que en esa búsqueda, los individuos puedan dar cosas, pero tienen también limitaciones. La concepción de los claroscuros era en él una concepción casi filosófica”. Daniel Link La experiencia de los límites catedrático y escritor, Daniel Link tuvo a su cargo la edición de la obra periodística de Walsh, reunida en el libro “El violento oficio de escribir” (Planeta), y de diversos escritos inéditos del autor de “Operación Masacre” que se conocieron bajo el título “Ese hombre y otros papeles personales” (Seix Barral), cuya publicación considera necesaria porque permite “ver cómo ‘iba escribiendo’ sus cuentos y seguir con gran dramatismo las tensiones entre la literatura, la política y la vida cotidiana. El diario de Walsh es lo que pone en marcha el deseo de escritura, lo que mueve el conjunto, la máquina literario-política”. –¿Qué aspectos rescataría de la literatura de Walsh? –La obra literaria de Rodolfo Walsh (sus cuentos, sus investigaciones que se dejan leer, si hay que creerle a Angel Rama, como “novelas policiales para pobres”) es uno de los grandes monumentos de la literatura argentina del siglo pasado. No sólo por la calidad de su escritura sino por la experiencia de los límites que en esa escritura deja leerse. Walsh se resistió a “la novela” como género y sin embargo jamás dejó de sembrar “lo novelesco” en sus libros (ficcionales o no). Muchos de sus cuentos pueden leerse como una novela dispersa en varios libros (el ciclo de los irlandeses, el ciclo del campo bonaerense) o como novelas condensadas. Al mismo tiempo, la misma oscilación entre lo ficcional y lo no ficcional obliga a pensar la literatura en otros términos: no sé si es coraje la palabra que mejor definiría la actitud de Walsh ante esos problemas, pero en todo caso lo cierto es que los hizo pasar por su cuerpo: los padeció como pocos autores en nuestras letras. –¿Es la obra de un periodista, de un escritor o de un militante político? –Es la obra de un escritor que, sensible a los giros de los tiempos como fue, se manifestó a veces como periodista y a veces como militante político, sin que una cosa terminara de superponerse con la otra. Si hoy seguimos recordando a Walsh, más allá de sus ideas, que pueden compartirse o no, es precisamente porque esas ideas encarnaron en lenguaje. Lo que llamamos escritura. –¿Se podría pensar que “Carta de un escritor a la Junta Militar” fue escrita con la idea de cargarla de cierta perduración propia de una obra literaria? –Los que fueron testigos de la elaboración de la Carta cuentan el cuidado que Walsh puso en su escritura. Si perdura es por dos razones: porque definió de un solo golpe lo que sería la verdad de la dictadura, para siempre, y porque (como toda carta pública que se precie de tal) formuló al futuro (a nuestro presente) preguntas que todavía no han sido respondidas. (P.M.) Eduardo Jozami Itinerario ideológico del escritor Desacralizar y desmitificar el recorrido vital y político de Rodolfo Walsh fue la consigna que se impuso Eduardo Jozami para escribir “Rodolfo Walsh. La palabra y la acción” (Norma), primera biografía del autor de “Operación Masacre”. Jozami coincidió con Walsh en la redacción del periódico de la CGT de los Argentinos, a fines de los ’60, y tiempo después en Montoneros. En este libro, Jozami recorre aspectos poco estudiados de Walsh como su militancia nacionalista, su antiperonismo en los años ’50, las tensiones que le presentaba la militancia revolucionaria, la recuperación de la narrativa policial que condenó en su momento. –¿Cómo puede analizarse hoy la figura intelectual y militante de Walsh? –Walsh es autor de dos textos, “Operación Masacre” y “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, que de algún modo resumen cincuenta años de la vida política argentina. Si “Operación Masacre” se convierte en la historia de un largo proceso de resistencia popular contra las dictaduras después del ’55, la “Carta...” no sólo describe el proceso represivo y sus consecuencias sino que explica el proyecto de reestructuración de la economía y de la sociedad que aún tiene huellas muy profundas. Esto lo presenta como figura emblemática pero eso no debe impedirnos discutir con él y cuestionarlo, llegado el caso, comprender sus vacilaciones, sus dudas, su modo particular de acercarse al peronismo… –…y también sus conflictos respecto a su lugar en la militancia revolucionaria y sus divergencias con la conducción montonera. –Mediados de los años ’60 y comienzos de los ’70 es para Walsh un período de gran tensión personal entre su tarea de escritor y las demandas de la política tal como se advierte en su diario. Eso se resuelve de un modo provechoso en el período en que dirige el periódico de la CGT de los Argentinos porque se sentía realizando una tarea intelectual y política muy valiosa, aunque también reflexiona sobre su incapacidad de terminar de escribir una novela y se cuestiona acerca del tipo de escritura más adecuado para llegar a los trabajadores. Cuando en 1969 se interrumpe la edición del periódico, al intervenirse la CGT, esa discusión en Walsh se profundiza. –¿De qué manera el periodismo enriqueció su obra literaria? –El Walsh periodista y el Walsh escritor son difíciles de separar. En un primer momento es básicamente un escritor, no sólo por sus cuentos sino también por sus notas en los años ’50 en las revistas “Leoplán” y “Vea y Lea” y su labor como traductor de autores británicos y norteamericanos. Obviamente que esto cambia a partir de “Operación Masacre” y fundamentalmente a partir de su viaje a Cuba para incorporarse a la agencia Prensa Latina. En esos momentos Walsh es cada vez más un periodista que escribe muy bien o un escritor que conoce todas las técnicas del periodismo. –¿Considera que está presente en la cultura nacional? –Si tenemos en cuenta la historia reciente del país cabe decir que Rodolfo Walsh siempre fue recordado. Incluso en la década del 80, en que imperaba la teoría de los dos demonios y no se hablaba mucho de los militantes de los años ’70 sino sólo en su condición de víctimas. Creo que en el caso de Walsh jugaron varias cuestiones. En primer lugar el hecho de tratarse de un escritor importante hizo que hubiera una gran difusión de denuncia de su desaparición en el exterior. Segundo porque es el autor de “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar” que se transformó, como el “Nunca Más”, en símbolo respecto a la denuncia del horror de la dictadura militar. Me parece que, para el movimiento de derechos humanos y para los intelectuales populares, Walsh ocupa un lugar destacado, pero más importante es que sus libros sean leídos. –“Estar de acuerdo políticamente con Walsh ha sido un obstáculo para leerlo”, dijo alguna vez Ricardo Piglia. –Efectivamente. Walsh es el caso inverso de Borges. Nos cuesta darnos cuenta de que Borges es tan grande como escritor porque sus declaraciones eran tan ruidosas que provocaban rechazo. Como dice Piglia sentimos tal identificación política con Walsh que a lo mejor se piensa que no vale la pena leerlo. Al escribir esta biografía redescubrí la dimensión literaria de su obra. Walsh nunca dejó de ser escritor aunque en algún momento abandonó la literatura por la militancia política. Siempre vivió con la preocupación de seguir escribiendo. –Usted afirmó que Walsh eludió sistemáticamente los caminos de la novela histórica. –En realidad Walsh lo que hizo fue reconstruir y relatar los hechos ciñéndose con el mayor rigor a la realidad. Si uno lee “Operación Masacre” sabe lo que pasó; sin embargo esperamos el final porque está tan bien llevado el relato que genera cierto suspenso, como si estuviéramos leyendo una novela. –Para Walsh ¿la utilización política de la literatura exigía prescindir de la ficción? –Lo que a Walsh le preocupaba era tratar de aportar algo para el castigo de los responsables. Por eso “Operación Masacre” y “Caso Satanowsky” tienen la estructura de una causa judicial. Es obvio que en estos casos lo adecuado es prescindir de cualquier elemento, situación y personaje ficcional porque haría menos pertinente la utilización de ese texto para probar las responsabilidades que se quieren enmarcar. De más está decir que nadie fue nunca condenado por estos hechos que Walsh investigó pero sí tuvieron valor porque mostraron a la sociedad, sobre todo en el caso de “Operación Masacre”, hasta donde podía llegar el odio antipopular, la ferocidad de la represión y las metodologías que se utilizaban. –Las sucesivas correcciones que fue haciendo Walsh en las ediciones de “Operación Masacre” no sólo demuestran su rigurosidad literaria sino también registran la evolución de su pensamiento político. –El proceso de reescritura de “Operación Masacre” es importante porque muestra cómo Walsh va perfeccionando su estilo, haciéndolo cada vez más despojado, entendiendo que cualquier artificio literario es innecesario cuando se trata de mostrar la brutalidad de los hechos. Y en segundo lugar porque Walsh va documentando la evolución de su pensamiento político. Es muy significativo porque en el prólogo de la edición de 1957 dice que es antiperonista y en la última edición, en 1972, incorpora un texto titulado “Aramburu y el juicio histórico” que de alguna manera es la historia de la resistencia peronista. Es interesante observar, a lo largo de las sucesivas ediciones, las visiones que tiene Walsh sobre los medios, sobre la justicia, sobre las instituciones de la democracia y finalmente, sobre su pensamiento político. (P.M.)
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