Despótica, caprichosa y arbitraria. Glamorosa y sofisticada. Así entró Anna Wintour en todos los desfile de alta costura que hubo durante las dos últimas semanas en Nueva York. Ni bien irrumpía en el evento, la editora de la edición norteamericana de Vogue clavaba la mirada en el lugar que le habían reservado y de inmediato un séquito de rr.pp la acercaban a la butaca. Allí, la diva del mundo editorial de la moda era rodeada por aspirantes a ganar el Oscar, triunfadores de los Grammy y Emmy, millonarios y millonarias, herederas y supermodelos que en algún momento conocieron su cuarto de fama. Es que Anna Wintour es todo un ícono. Tiene 56 años y lleva 18 dirigiendo Vogue. A esta altura ya no es periodista sino más bien una representante cotizada del mundo fashion donde sus decisiones -a quién hacerle una nota, a quién ignorar, qué decir- sepultan o enaltecen a los diseñadores. Quienes la conocen personalmente -no por haber visto “El diablo se viste de Prada”, donde Meryl Streep se inspira en ella para asumir el protagónico- dicen que suele aparecer como brillante o estúpida, según el momento del día y su humor; como artista, como matona, como chivo expiatorio de los problemas alimenticios de miles de mujeres en el mundo....Pero sea cierto o no cada una de estas opiniones lo verdadero es que todos refieren a una persona que está por encima de la moda porque “ella es la moda misma”. La actitud de Wintour, escribió la prensa, no facilita mucho a quitar el papel de bruja que se le asigna con más fuerzas desde el estreno de “El diablo...” porque siempre habla con un tono de aburrida siempre, de mala gana. “Es tímida, no distante”, afirman sus amigos. “Soy mediadora. Estoy entre los bastidores” se le escucha decir, siempre con sus gafas de sol by Chanel. Que no se las saca ni aún en plena noche. Si bien con astucia nunca se ensucia las manos con opiniones directas está bien jugada por promover el diseño inglés. Tiene una simpatía singular por Vivienne Westwood, John Galliano y Stella McCartney, a quienes les dedica páginas y páginas en la Vogue made in EE.UU. También a los más nuevos, como Basso & Brooke, Luella Bartley, Hussein Chalayan y Phoebe Philo.Por esta parcialidad una vez Georgio Armani se quejó en persona y amenazó con sacar su publicidad de la revista. Anna, por supuesto, ni se inmutó. Es más, lo mandó al diablo. Para salir en Vogue, dice esta editora top, hay que ser “sofisticado”, “extravagante”, “interesante” e “inteligente”. Tal como es ella y todos los que con ella trabajan. ¿Y si alguna periodista aparece vestida con un color de la temporada pasada? Out, condena, fiel a su estilo. “Es que estamos vendiendo un estilo de vida”, se defiende o justifica. “No sé cómo hace ella”, se asombra su colega, la directora de Vogue británica, Alexandra Shulman. “Anna parece que habitara en las páginas de Vogue”, agrega como al descuido. Es que Anna tiene con que, podría decirse. Al menos es lo que se desprende de la última entrevista que ella dio a la prensa -que fue en 1986 a “The Guardian”- y que el diario El País rescató tiempo atrás. Hija del magnate Charles Wintour, director de The Evening Standard, y de su esposa estadounidense, la filántropa Elinor, se crió en Londres. Después de algunos períodos trabajando en Nueva York, en Harper’s Bazaar y en una efímera revista (Viva), regresó a Londres a los 36 años, y su marido, David Shaffer, se quedó en Nueva York. “La logística es terrible”, le decía a la periodista Linda Blandford en aquel año. “Me despierto de noche con sudor frío. Sin cesar, una parte de mí piensa: ‘Estoy loca. Debería estar en casa, cuidar de mi bebé y tener una vida tranquila’. Pero no creo que quisiera tener un hijo en Nueva York. Aquí me he esforzado mucho durante 15 años, y la versión británica de Vogue siempre fue la revista que quise dirigir. ¿Funcionará? Pregúntemelo en seis meses”. Evidentemente funcionó, y en 1988 regresó a Nueva York, absolutamente triunfante, para ocupar el puesto de redactora jefa de la edición estadounidense de Vogue. Ahora cuesta imaginarse a Wintour refiriéndose con tanta libertad a sus vulnerabilidades. Ahora no se le saca ni un sí ni un no: “hablo a través de mis páginas”. Habla con orgullo de la hija que tiene en la Universidad de Columbia y del hijo que estudia en Oxford, pero se repliega cuando se trata de cualquier otro asunto personal. En aquella entrevista de 1989 decía: “Ante los éxitos académicos de mis hermanos y hermanas, yo me sentía bastante fracasada. Eran muy brillantes, así que imagino que yo traté de ser decorativa. La mayor parte del tiempo me escondía detrás del pelo y sufría una timidez enfermiza. En mi familia siempre he sido una broma. Alguien profundamente frívolo”. Ahora afirma: “Bueno, me divertí mucho en mi infancia en Londres y creo que lo más importante es que mi madre trabajaba. Creo que eso era bastante infrecuente por aquel entonces. Mi padre y mi madre me trasmitieron una fuerte ética del trabajo”. En ella, la prensa sensacionalista del Norte encuentra terreno fértil por la ruptura de su matrimonio con el psicólogo infantil Shaffer y su posterior relación con J. Shelby Bryan, ex millonario. Se conocieron hace 10 años en una cena. Alguien que conoce bien el complejo Condé Nast y también a Wintour y a Bryan afirma: “Para ella, lo atractivo fue que él la cortejó. Es un seductor y un vendedor, uno de esos tipos que pueden prometerte el mundo”. Resulta imposible imaginarse cómo es la vida de Wintour detrás de la armadura de su imagen pública, cuando no trabaja. No parece tener sentido del humor, y desde luego carece de sentido del ridículo, como insinúan esas fotografías donde aparece con un gran abrigo de pieles del que asoma la cabeza, como saliendo a la superficie de una alcantarilla. (Fuente: El País) SE TIENE O NO SE TIENE: EL GLAMOUR, SEGUN A. W Glamour “es brillar frente a los demás”. Tiene que ver con la seguridad en uno mismo y la autoestima. Es la esencia que se idealiza a través de una actitud, es la característica que nos hace sobresalir entre los demás. Es natural para algunos; es adquirido a lo largo de la vida, en otros. No es un privilegio y nada tiene que ver con la billetera. Esto es lo que siempre dice Anna Wintour. Para quien hay consignas que deben cumplirse sí o sí: • Estar conscientes de quienes somos y tener una gran autoestima, amor propio. • Enriquecer nuestra vida con experiencias extraordinarias y tener la sensibilidad necesaria para compartirlas. • Tener una buena educación. Nada de lustre, nada más; es algo mucho más profundo. • Ampliar cada vez más nuestra cultura. • Tener una vida interior plena y una mentalidad positiva. • Vestirse siempre con propiedad, con prendas de calidad. • Buscar que todas las prendas que usemos combinen entre sí. • Llevar el cabello limpio, sedoso e hidratado y lucir un cutis luminoso y maquillado sin exageraciones. • Abandonar el celular en los momentos sociales. No hay peor cosa que hablar con alguien que está pendiente de su celu. Y en ocasiones muy glamorosas o íntimas, usar el celular constantemente es cache. Grosero. En definitiva, Anna no dice nada que no se sepa: el glamour es una mezcla de personalidad, elegancia, sencillez, porte y gracia, combinada con un estilo personal de vestir y de comportarse.
|