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Carrió y Lavagna van quedando como únicos contendientes de los ‘K’
Mientras el matrimonio presidencial juega a las escondidas y Macri pena en la indefinición, Sobisch y Menem van camino a ser actores de reparto del casting político. Así, la líder del ARI y el ex ministro de Economía se perfilan como protagonistas de la oposición. Sus estrategias y discursos para la campaña que se viene.

Ya está en marcha y su dinámica se acelera. Es lo que Beatriz Sarlo llama “casting político”.
–La política argentina –acota– es un amplio estudio de casting. Por las antesalas y las salas, oficinas, baños y sucuchos de la Casa de Gobierno y de otras dependencias desfilan los actores. Lo mismo sucede en los despachos de la oposición. Hay un poco de todo: el actor que espera por primera vez un protagónico y afirma que él está para eso y para ninguna otra cosa, los actores que se consideran multitarea y aceptarían desempeñar el papel del protagonista tanto como los de “supporting actor” (es decir, el de reparto) y los que amagan pretensiones en el casting para elevar el caché pero se conformarán con mucho menos.
Así, con mucho casting, va tomando forma la campaña para las elecciones presidenciales de octubre.
A hoy, la Argentina tiene cinco candidatos a presidente de la Nación que competirán en las elecciones de este año: el que surgirá del matrimonio Kirchner, Elisa Carrió, Roberto Lavagna, Jorge Sobisch y Carlos Menem. Mauricio Macri, en tanto, bate el parche pero no es (siempre hablando desde el presente) candidato a mandatario.
Admitido sin que implique un juicio aventurado que el oficialismo está en condiciones de mantenerse en el poder, de los otros cuatro candidatos dos son los que emergen con posibilidades, si no de ganar, al menos de concretar un papel muy decoroso en las urnas: Roberto Lavagna y Elisa Carrió.
Carlos Menem y Jorge Sobisch lentamente están ingresando en lo que en términos de Natalio Botana son “candidatos de reparto”. Puntos de referencia en una lucha electoral que les acredita nulas posibilidades de un protagonismo de significación.
Una elección a la que se llega bajo crisis cuasi terminal de las dos entidades partidarias que han campeado con exclusión a lo largo de los últimos 60 años de la política nacional: peronismo y radicalismo. Maquinarias electorales que hoy se van esfumando lentamente en convergencias de fuerzas cuya amalgama parecía impensable pocos años atrás.
Y, hamacándose en medio de este casting, la sociedad argentina. Manteniendo su desencanto para con la dirigencia política pero votando.
–La relación de los argentinos con la política es igual que la de Kirchner con el peronismo: ambigua y contradictoria –señala el politólogo Rosendo Fraga.
Ante esa realidad, el oficialismo se mueve con soltura ante lo fragmentación con que opera la oposición.
Y así, el kirchnerismo es en sí mismo, en la Argentina de hoy, “la” política. Política de poder. La política no como ceremonia sino como ejercicio objetivo y decisivo de poder en decisiones que atañen al conjunto.
–En el oficialismo, la conducción unívoca del presidente asegura la concentración de las decisiones. Tanto Néstor Kirchner como Cristina pueden ganar en primera vuelta, aunque el presidente lo haría en un nivel más abrumador –escribe Ricardo Rouvier, director de la consultora Rouvier y Asociados–. Luego acota siempre hablando del presente:
–Es muy alta la correlación entre nivel socioeconómico e intención de voto. La diferencia que obtiene el oficialismo desde los sectores medios hacia abajo respecto de la oposición es notable.
Para Enrique Zuleta Puceiro, director de la Consultora OPSM, Kirchner sería votado hoy por un 53% de la población, “frente a una oposición todavía atomizada en la que se destacan apenas Roberto Lavagna (14,5%), una ascendente Elisa Carrió (11%) y un paralizado Mauricio Macri (8,4%)”.
Por su parte, Manuel Mora y Araujo desecha toda posibilidad de que el año electoral y el resultado de los comicios generen “un avance sensible en la calidad de vida política” de los argentinos. “Nuestra democracia representativa –sostiene el director de la Consultora Ipsos– probablemente será tan pobre como lo es desde hace mucho tiempo. En el plano institucional, es probable que la Corte Suprema, ahora con su conformación consolidada, continúe ofreciendo demostraciones de independencia del Ejecutivo, pero la confianza de la sociedad en la Justicia difícilmente aumente y nada hace pensar que vaya a haber cambios notables en la transparencia de las administraciones del Estado nacional, las provincias y los municipios”.
Pero, volviendo entonces a que hoy Elisa Carrió y Roberto Lavagna son los dos únicos candidatos a presidente con posibilidades de generarle ruido al matrimonio “K”, ¿qué discurso y qué estilo de campaña van insinuando en este comienzo de año en que la corrida hacia las elecciones se irá disparando a velocidad uniformemente acelerada?. Veamos.

EL CASO CARRIO

El posicionamiento del discurso de la dirigente del ARI se organiza en función de un objetivo muy definido: diferenciación tajante del resto de los candidatos.
No bien retornó a fines de diciembre de México, donde tiene un pibe, la candidata a presidenta por el ARI se zambulló en la costa bonaerense luciendo el ABC de su estrategia diferenciadora: se asume como única garantía de oposición al kirchnerismo. En consecuencia, se presenta como lo excluyentemente necesario para quien busca “un cambio” y, así, procura restringir el espacio opositor a su sola presencia. O, en todo caso, estar en el centro de esa arena.
“Carrió –precisa Rouvier– ha decidido continuar con su posicionamiento testimonial y, desde afuera del tablero de negociaciones, apunta a seducir a sectores de un radicalismo en implosión y a los que apoyan sus expresiones denunciativas. Es posible que recoja electores críticos de la política de izquierda a derecha, pero no puede evitar que el ARI pierda sustancia política”.
Ajena a este tipo de reflexiones, asumiendo la contradicción en que está en curso en relación con su salud –largas caminatas con inseparable pucho en los labios–, Lilita fundamenta la exclusividad de su postulación desde dos argumentos:
• “Fuimos los primeros en lanzarnos a la lucha por la presidencia, lo hicimos en  consecuencia de que, rápidamente, no bien instalado, intuimos las características autoritarias del sistema de poder que montaba Kirchner”.
• “Todos (el resto de la política) forman parte de la oposición elegida por el gobierno, tanto Sobisch como Macri y Blumberg. No sólo son funcionales sino dependientes del gobierno, con negocios y con acuerdos por debajo. Ya están todos de un lado y nosotros, del otro. El panorama está cada vez más abierto, lo otro es el residuo de una vieja corporación política corrupta que es Duhalde, Alfonsín, Lavagna”. Como queda claro, verbo generoso el de Lilita a la hora de la descalificación. Discurso que depara otras exclusividades manifestadas con singular autonomía de reflexión:
• El no reconocimiento del más mínimo saldo favorable de la gestión de Kirchner. “Yo –dice la candidata– no rescato nada positivo porque hasta lo bueno lo pervirtió, que son los derechos humanos. Les está saliendo todo mal, aunque ellos crean que les está saliendo bien”.
• Lilita despliega su discurso sin déficit de grandilocuencia. Si se acepta –como sentenciara acertadamente Lenin– que la política se hace donde está la gente, es natural que la candidata del ARI diga que su objetivo es “la gente”. Porque la política es, desde uno de sus fundamentos, la lucha por el poder para gobernar. Y se gobierna gente. Y Carrió, como era común en los ’70, habla de “pueblo” como un solo cuerpo, una entidad ajena a divisiones e intereses contrapuestos. Apunta a “todo el pueblo”. Y de ahí en más acelera con ritmo también propio de los ’70: “Nuestro objetivo es todo el pueblo, no porque queramos constituir una hegemonía sino porque todo el pueblo tiene que ser liberado”. Como mínimo, sería muy complejo para Carrio probar que hoy vivimos bajo dictadura.
No parece aventurado señalar que hay perfiles del discurso de la candidata del ARI muy poblados de connotaciones muy vecinas a lo apocalíptico. Tajantes. Sin matices.
Pero su estrategia discursiva incursiona también en otro orden, que está ajeno en el resto de los candidatos a presidente: el campo religioso, confesional. Veamos.
• A la hora de reflexionarse como ariete de una alianza, Carrió sostiene que la misma debe integrar el “diálogo interreligioso”. No abunda en definiciones cristalinas sobre qué significa eso, pero avanza englobando a todos los argentinos bajo el manto de ésta o aquella religión. Y sostiene, por caso, que “la Iglesia somos todos”.
El factor religioso está, así, fungiendo como un elemento clave en el “pacto moral” que Carrió propone como vector para mejorar la salud de la República. “Tenemos –ARI– sumo interés en acordar con el sector disidente de la UCR y las conversaciones van a iniciarse en febrero en la provincia de Buenos Aires. La coalición cívica está en avance con el socialismo, la UCR disidente, con sectores de la democracia cristiana, con independientes y con diálogo interreligioso. Ese es nuestro camino y de ahí no nos movemos”, machaca Lilita, que llevará a un hombre como candidato a vicepresidente y que cosecha un promedio del 9% de intención de voto.

 

 



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