La nueva mayoría demócrata en el Congreso de Estados Unidos no cambió de opinión luego del discurso del presidente George W. Bush y continúa con su propósito de aislarlo en la cuestión de Irak y tomar control de la agenda nacional. Bush enfrenta una difícil tarea al tratar de unificar el aparato de gobierno con su nueva serie de iniciativas de carácter nacional, a pesar de que muchas de ellas parecen responder a los intereses de las mayorías demócratas. Los demócratas, que ahora controlan el Congreso, reaccionaron con frialdad ante los esfuerzos de Bush por recuperar el control de la agenda nacional con una serie de nuevas propuestas –y muchas otras recicladas de planes anteriores– en las áreas de salud, energía, educación e inmigración. El aplauso bipartidista que recibió Bush tras pedir apoyo “a nuestras tropas en el campo de batalla y a aquellas que están en camino” no dejó traslucir la angustia que existe en la Colina del Capitolio a raíz de la guerra. La oposición bipartidista al plan de Bush de aumentar la cifra de tropas en la nación árabe estaba acrecentándose en el Senado el martes, previo al discurso del presidente. “Mientras el presidente continúa ignorando la voluntad del país, el Congreso se propone recordar la fracasada política del presidente”, dijeron la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y el líder demócrata en el Senado, Harry Reid, en un comunicado conjunto. El senador republicano John Warner, ex secretario de la Armada y una personalidad con gran peso en asuntos militares, ofreció un mensaje más comedido pero también opuesto al del presidente. “Estoy ansioso por trabajar con mis colegas en el Senado en los próximos días a fin de ofrecer al presidente nuestras mejores opiniones sobre una nueva estrategia militar y cómo los iraquíes deben lidiar con la violencia sectaria”, declaró Warner. Pero, en tanto los demócratas están dispuestos a dejar que Bush lidie con la guerra, en el frente interno desean establecer su propia agenda. Eso incluye un seguro de salud al que tengan acceso todos los sectores de la población, la independencia en materia energética y la reducción de los gases causantes del efecto invernadero, pese a que Bush ofreció trabajar con la oposición en esos temas. Los demócratas dieron la bienvenida a sus iniciativas, pero desecharon varias de ellas considerándolas inadecuadas o equivocadas. “El asunto no es identificar los problemas –dijo Chris Van Hollen, presidente del Comité de Campaña Legislativa del partido Demócrata–, el asunto es encontrar soluciones. Y en esa área, el presidente no da la talla’’. Durante seis años, Bush entregó al Congreso, controlado por los republicanos, una lista de asuntos que deseaba que fueran aprobados. Y los republicanos acataron sus órdenes. Pero ahora que los demócratas controlan el Congreso, Bush no puede dar órdenes, sólo sugerir pasos a adoptar. Además, ahora que las encuestas le dan un índice de aprobación de alrededor del 35%, Bush ni siquiera puede contar con el respaldo de vastos sectores de su partido para frenar iniciativas de los demócratas u ofrecer una agenda alternativa. El último presidente que pronunció un discurso sobre el estado de la nación luego de perder el control del Congreso fue Bill Clinton, en 1995. Clinton intentó recuperar su relevancia proponiendo a los republicanos una tarea conjunta. El esfuerzo derivó en drásticos cambios en la ley de asistencia social. Pero Clinton, a diferencia de Bush, se hallaba en su primer mandato. Y además, el país no estaba en guerra. CORREO POLEMICO: Senilidad de la derecha En un reciente número de este suplemento (7/1/07) el profesor Gabriel Rafart se refirió a lo que él llama “reactualización del trotskismo” como un proceso que ubica dentro de lo que denomina “infantilismo de izquierda”. Es una simplificación que se rebaja al nivel de una chicana barata, con la cual los intelectuales “ex izquierdistas” suelen justificar su desencanto con el stalinismo en el cual abrevaban. Hay, sin embargo, en las definiciones del profesor un dato muy interesante a desarrollar: la “reactualización del trotskismo”. ¿Por qué habría tal “reactualización”? ¿O es un resurgimiento del programa de la IV Internacional a la luz de la crisis capitalista mundial y la barbarie instalada en nombre de la civilización y la democracia? El profesor Lisandro Gallucci aporta elementos muy importantes cuando afirma que los intentos de restauración capitalista en la ex URSS implicaron “pobreza, desempleo y marginalidad”, dando lugar a una “economía criminalizada, controlada por grupos mafiosos y atravesada por la corrupción”. ¿No está hablando también de EE. UU., Francia, Brasil o... Argentina? Crisis capitalista a cuyas causas y efectos la ex URSS estaba integrada plenamente a través del mercado mundial por la política de la burocracia dominante, eso es lo que puede ver hoy “una mirada al mundo postsoviético”. A la luz de esto no resulta extraño, entonces, que exista algo que pueda llamarse (aunque confusamente) “reactualización del trotskismo”. ¿Por qué? Muy simple. Basta ir a la lectura y la lucha política de Trotsky y especialmente a su libro (publicado en 1936) “La revolución traicionada”. Se podrá apreciar así que al “trotskismo” no se le cayó encima ningún muro de Berlín (contra el cual estuvimos a la cabeza de su denuncia y festejamos su derrumbe). Tampoco la disolución de la ex URSS implicó para el trotskismo la “caída del socialismo”, aunque sí la disolución de un Estado obrero degenerado, burocratizado. Los avatares de los PC (stalinismo) en todo el mundo son una confirmación del programa de la IV Internacional, no la contracara “socialista” de un “infantilismo de izquierda”. Para decirlo en un término que la academia aprecia tanto, se trata de un reduccionismo típico de la senilidad de la derecha. Norberto E. Calducci DNI 8.216.079 - Plottier
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