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\"La escalada es un juego de mente que transcurre entre la confianza y la locura\" | ||
SAN CARLOS DE BARILOCHE (AB).- La obsesión por alcanzar la cumbre de una montaña suele constituir el objetivo supremo de millones de personas, que no dudan en padecer todo tipo de penurias y sufrimientos e inclusive arriesgan su vida con tal de alcanzar su anhelo. Historiadores, filósofos y poetas han intentado describir el "porqué" de ello y recientemente el periodista, escritor y aventurero Sebastián Letemendía publicó "Cita en la cumbre", su quinto libro, donde relata sus vivencias y su empeño por alcanzar su cima soñada: la del monte Fitz Roy. "Siento afinidad con Sebastián, porque él no es un especialista. Es un escalador, navegante, escritor, fotógrafo, esposo y padre. Es un estudiante de filosofía. Cree en el principio zen de que el viaje es el destino: cómo se sube la montaña es más importante que alcanzar su cima. Vive el momento, porque sólo quienes están a gusto viviendo el ahora, no el pasado ni el futuro, tienen la paciencia y la fortaleza de carácter necesarias para soportar el aburrimiento y el profundo miedo que surgen en las grandes montañas", escribió en el prólogo del libro Yvon Chuinard, propietario de la empresa de ropa deportiva "Patagonia Inc.", quien integró la expedición que subió el Fitz Roy por segunda vez, en 1968. "Cita en la cumbre" relata una aventura que dura dos décadas, que comienza y termina en la Patagonia y que en gran parte se desarrolla allí. La aventura en cuestión es una vida que transcurre bajo el influjo de las montañas. Algunas veces en sus laderas y otras, mirándolas desde lejos, pero siempre pensando en ellas. Letemendía sostiene que "la obra debía explorar y elaborar los pensamientos que existen en la cabeza de un montañista". Sabía que el solo ascenso al Fitz Roy no amerita un nuevo libro, máxime cuando la escalada tuvo lugar por la ruta más normal y en compañía de dos guías profesionales de montaña. Por ello, priorizó las vivencias, las emociones y los sentimientos, lo cual no siempre surge de los relatos de los grandes montañistas. El autor nació en Capital Federal y su relación con la cordillera siempre fue distante. No obstante, llegó a ser una obsesión y a las montañas les destinó gran parte de su energía y de su vida. Esto, obviamente, no coincidía con los proyectos que tenían sus padres, quienes no comprendían ese espíritu aventurero a ultranza. En su libro reconoce que más de una vez partió de casa hacia la madrugada, dejando una nota intentando explicar por qué se iba a escalar a Córdoba o a Bariloche. No obstante, Letemendía nunca abandonó los estudios universitarios y, pese a trabajar como "periodista free lance", se recibió de licenciado en Economía. "Sabía que al graduarme perdería la excusa ideal para llevar una vida muy a mi gusto", escribió. Viajó por primera vez a la Patagonia en 1986 y subió la aguja Guillaumet, uno de los satélites del mítico Fitz Roy; entonces tenía 21 años. A los 35 realizó su primer intento al Fitz Roy, consciente de que era un "veterano" para ello. "Los años afectan la fortaleza física aunque proveen de aplomo, valioso a la hora de sobrevivir pero menos importante a la hora de escalar rápido. Con la edad también sobreviene el reconocimiento de la fragilidad de la vida, algo menos frecuente entre los jóvenes. Cuando uno es joven y la muerte está lejana, asume que puede tomar más riesgos que los que la prudencia aconseja. Aunque la prudencia aconseja no acercarse al Fitz, uno lo hace de manera diferente a los 35 que a los 20", escribió. Las montañas no deberían ameritar demasiado espacio en el imaginario humano. Es un ambiente que el hombre ha evitado, ya sea por su pobreza biológica o por sus condiciones hostiles de clima y terreno. Durante siglos, las montañas han sido una barrera, un lugar donde esconderse más que un espacio por colonizar. Sin embargo, ellas ejercen una poderosa fascinación sobre el ser humano. Apuntan al cielo, son parte del cosmos. Los dioses griegos residían en el monte Olimpo. El Fujiyama es un sitio de peregrinación para los japoneses y el Kailas, para los budistas. Moisés recibió los mandamientos de Dios en el monte Sinaí y Jesús pronunció el sermón desde la montaña. Las montañas superan la relevancia que les corresponde como meras manifestaciones topográficas. La imaginación del hombre les ha dado una trascendencia mucho mayor. Históricamente, el montañismo (alpinismo) es un invento de la burguesía europea. A mediados del siglo XIX, las personas imbuidas de afán de exploración pero sin los recursos para organizar una expedición marítima o sin deseos o posibilidad de intentar una aventura militar se dirigieron hacia las montañas. Los cerros eran un ambiente propicio para combinar el ideal romántico con el positivista, el conocimiento humano y el geográfico. En vez de realizar extensos viajes horizontales, los alpinistas los emprendieron verticales en los Alpes y los Dolomitas. En aquel entonces "el fin justificaba los medios" y la cumbre de la montaña valía más que los muertos para llegar hasta ella. La tendencia se revirtió hacia fines del siglo XX. Las expediciones dejaron de ser emprendimientos políticos nacionales, los objetivos ya no fueron las grandes cumbres y los montañistas comenzaron a prestar atención a la modalidad de la ascensión, tratando de subir en forma natural, deportiva y con el menor impacto en la naturaleza. Letemendía pertenece a esta generación de escaladores y para él la montaña siempre fue un lugar romántico donde, además de practicar un deporte, la persona podía desarrollar su crecimiento interior. Sebastián subió el Aconcagua, escaló en Bolivia y viajó al Himalaya. También hizo el mítico Capitan en el valle de Yosemite, en Estados Unidos. Practicó windsurf y participó en expediciones descendiendo por ríos de Alaska. Fue amigo del escalador argentino José Luis Fonrouge, del empresario de Techint Agostino Rocca (con quienes subió el Domuyo, en Neuquén) y del periodista Germán Sopeña, trágicamente desaparecidos en un accidente de aviación en abril del 2001. En su libro, reconoce el día de la tragedia como el "más triste de mi vida". En la mayoría de los relatos Sebastián transmite seguridad y las escaladas se llevan a cabo con las reglas de la prudencia. Sólo el ascenso por la cara sur del volcán Lanín denota improvisación y hasta displicencia juvenil. Subió sin el equipo adecuado y con un compañero que por primera vez escalaba una montaña. De haber tenido un accidente, probablemente sería recordado como un improvisado.
CITA EN EL FITZ ROY "La escalada es un juego de mente que transcurre entre la confianza y la locura. La mente racionaliza la fragilidad de la situación y eso permite seguir. Cuando la mente deja de sugerir que todo está en orden sobreviene la entropía; si ésta se desboca, es el caos", escribió Letemendía. Decidió volver a intentar el Fitz Roy con 40 años. Reconoce que lo más difícil fue encontrar un compañero. "Contacté amigos y desconocidos, pero sin resultado. Faltaban coincidencias. Algunos se mostraron interesados pero otras cosas competían con su tiempo. El que no estaba casado estaba de novio y, por más independientes que fueran, todos tenían un trabajo", recordó. "Lo lógico sería que yo estuviese como ellos. Pero no era el caso y me encontraba solo, desamparado, buscando con quien compartir cansancio, frustraciones y frío, arriesgar el pellejo e, idealmente, bajar de la cumbre con una piedra de recuerdo en el bolsillo", apuntó. Finalmente una tarde, en el refugio Frey, juntó coraje y le preguntó a Gabriel "El Bicho" Fiorenza, uno de los buenos guías de alta montaña de la Argentina, si estaba dispuesto a llevar a un cliente al Fitz Roy. El cliente sería él. "Fue una conversación delicada. Nunca antes había contratado un guía de montaña y me sentía incómodo, como si estuviera haciendo una propuesta indecente", sostuvo. Tenía sentimientos encontrados, pero en virtud de las dificultades para conseguir compañero, quería agotar las opciones. Fiorenza aceptó pero puso condiciones: para ir al Fitz, Sebastián debería asemejarse a un escalador deportivo de alta montaña y lograr un entrenamiento físico y mental que nunca antes había imaginado. Asimismo, incluyó en la cordada a su hermano Luciano, pues evaluó que era necesario tener un par durante el intento al Fitz. En el otoño del 2004, después de varios meses de entrenamiento con Gabriel y Luciano Fiorenza, bajando del refugio Frey, los hermanos le dijeron que aún no estaba preparado. "Me explicaron que me faltaban tres cosas: estado físico, técnica individual y mentalidad patagónica. La primera era clara. La segunda se refería a cómo me desenvolvía en la montaña, escalando, progresando y manejando el equipo. La tercera significaba que era lento, que no tenía la actitud de escalada desesperada necesaria", escribió. No obstante, no se desanimó. Leyó "Enduring Patagonia", de Greg Crouch y "Alpinismo extremo", de Mark Twight, dos libros que lo motivaron a seguir con la empresa. Para ese entonces ya estaba casado y tenía dos hijos. "¿Qué busco yo en el Fitz Roy si mi familia quiere ir a una playa?", se preguntó. Entrenaba todas las semanas en Buenos Aires. "Subí cuestas pero ninguna montaña, corrí en cintas sin llegar a ningún lado y levanté pesas pero ninguna mochila. Todo muy monótono. El gimnasio lleno de gente es tan urbano que, como etapa para el Fitz, es casi una contradicción", recordó. Letemendía también analiza el desmedido afán por llegar a las cumbres de determinadas montañas, en particular el Aconcagua y el Everest, "cuya cima se ha convertido en un objeto a ser adquirido a fuerza de billetes", expuso. "Muchos van a las montañas en busca de relatos para cócteles, darle un empujón a la autoestima o adquirir estatus de superhombre", afirma. Sebastián concurre a la montaña con un fin romántico, en alguna manera enamorado de la agreste naturaleza. Pero también lo hace con un fin de autosuperación. De algún modo, adopta preceptos de Friedrich Nietzsche, enunciados en su libro "Así hablaba Zaratustra". Así volvió a la Patagonia y junto a sus dos guías logró pisar la anhelada cumbre del monte Fitz Roy el 21 de enero de 2006. "Miro a mi alrededor y veo la inmensa estepa. En la distancia, difusa pero absolutamente distintiva, flota la sombra del Fitz Roy estampada contra la bruma. Es el espíritu de la montaña que nos mira, presidiendo esta ceremonia pagana. Benévolo, paternal, nos abre sus puertas y nos da la bienvenida. Así es la cumbre", relató. De regreso en Buenos Aires, junto a su esposa Ana y sus hijos Marcos e Inés, terminó de escribir su libro. "Quería intentar responder a la pregunta de por qué jugarme el pellejo en el Fitz en vez de ir a la playa con mis hijos. Nunca encontré una buena explicación de por qué la gente escala y dudaba de que yo pudiese proporcionarla, pero igual podría intentarlo", escribió. "Cita en la cumbre" refleja dicho intento. En él relata sus aventuras, sus miedos y su permanente intento por superarse. También incluye historias y escaladas en la Patagonia. |
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