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Raimondo-Dillon, una peculiar mezcla de italianos e irlandeses | ||
Salvador Raimondo llegó a la Argentina desde Italia en 1890 y se radicó en General Roca en 1912. Juan Antonio Dillon, hijo de irlandeses, vino en 1912 para administrar un campo familiar en Chichinales. |
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Enrique Raimondo y María Elena Dillon unieron el destino de dos familias de pioneros. Ambas llegaron en 1912; la de él, a General Roca y la de ella, a Chichinales. Sus relatos, cargados de ricas anécdotas, ya son parte de la historia regional. En prolijas anotaciones, guardan el derrotero de sus ancestros italianos e irlandeses, quienes llegaron como inmigrantes a la Argentina de fines del siglo XIX. Salvador Raimondo lo hizo en 1890. Provenía de un pueblo llamado Santa Agata D'Esaro, situado en Calabria, Italia. Vino con su papá Giovanni y con su hermano Giuseppe; por entonces tenía once años. En su tierra habían quedado su madre y una hermana. Giovanni no quería que sus hijos estuvieran en un continente convulsionado y decidió migar. Luego de una temporada en Buenos Aires regresó a Italia para buscar al resto de la familia, pero su mujer no quiso dejar su país y él resolvió acompañarla: no regresó a la Argentina. Sus hijos quedaron de este lado del océano. Salvador aprendió el oficio de sastre trabajando en la sastrería Alegretti, pero éste sería sólo el comienzo de su camino de adulto. Durante su adolescencia trabajó en la sastrería y viajó varias veces a Italia para ver a su familia, pero esos viajes se interrumpieron con la mayoría de edad, pues temían un enrolamiento seguro, y al llegar a los 18 años se despidió de su tierra y de su familia para siempre. Luego dejó Buenos Aires y se radicó en Bahía Blanca. Allí fue contratado como sastre de la Base Naval Puerto Belgrano. En ese lugar conoció a don Fernando Rajneri, quien era docente allí. Pocos años más tarde, ambos se radicarían en General Roca. Durante su estadía en Bahía Blanca, Salvador también conoció a su esposa Adela, con quien se casó en 1909. Allí nacieron sus dos primeros hijos: Ana y Alberto.
ECHANDO RAíCES EN EL ALTO VALLE
En 1912, la familia Raimondo se mudó a Roca. Salvador sería el sastre de la Tienda "La flor del día", uno de los comercios más importantes de la colonia agrícola (situado en Nueve de Julio y avenida Roca). Cuando llegaron, el pueblo tenía muy pocos habitantes y en esa cuadra, calle por medio, estaba la farmacia Libenson. Una década más tarde, a pasos de aquel negocio se construiría el Banco de Río Negro y Neuquén, muy ligado a la historia de esta familia de pioneros. "La flor del día" pertenecía a la familia de Marcos Enacam, que residía en una casona a metros del negocio, al igual que la familia Raimondo, que siguió creciendo en su nuevo asentamiento. Ahí nacieron Amalia, Sara, Isabel, Miguel y Enrique. Como casi todos los inmigrantes, Salvador se relacionó con gente de su colectividad y estuvo entre los fundadores de la Asociación Italiana de Socorros Mutuos de la colonia. En ese espacio tejió amistad con quienes serían, en adelante, sus vecinos. Junto con tres pobladores, Martorelli, Bosani y Zorio, a través de un crédito del Banco Hipotecario compraron una chacra de 100 hectáreas, 25 para cada uno. Los amigos aprovecharon los beneficios que el Estado daba para promocionar la fruticultura y algunos dejaron sus oficios para convertirse en chacareros. La propiedad comenzó a llamarse "Cuatro galpones", por las cuatro casas iguales que habían hecho sus propietarios. DE SASTRE A CHACARERO Los emprendedores debían armar sus chacras: hacer los canales de riego, desmontar y plantar. Salvador trajo a su hermano José para que trabajara con él y se dividieron en partes iguales aquellas 25 hectáreas originales. Plantaron viñas y llevaron a sus familias a vivir allí. "En aquel tiempo recuerda el matrimonio Mimilo Liguori (hermano de Salvador Liguori) comenzaba a trabajar la fruta de esa zona bajo una ramada o enramada (construcciones precarias hechas con ramas de álamos que se utilizaban para depositar los cajones de fruta recién cosechada que luego eran llevados al tren). Cuando la chacra de Raimondo entró en producción, vendían la fruta a la AFD de J. J. Gómez, a Mimilo Liguori. La uva la entregaban a la Cooperativa Valle Fértil, que tuvo a Raimondo entre sus fundadores. La familia completa estaba involucrada en las tareas de la chacra, tareas que en tiempo de cosecha se extendían a lo largo de toda la jornada. Adela Raimondo y Benita Laino cocinaban para sus familiones y para todo el personal que colaboraba con ellos. Durante la temporada trabajaban sin pausa, aunque siempre había tiempo para la socialización. Aún recuerdan los encuentros de los domingos y las carneadas invernales, que reunían a las familias en torno de una celebración culinaria que duraba toda una semana. Lo mismo ocurría para las fiestas de Navidad y Año Nuevo, que se realizaban en forma comunitaria y artesanal. Cuando Enrique cumplió 12 años, la familia regresó al pueblo. Compraron una propiedad (en el lugar en que hoy está la Cooperativa Obrera) donde Salvador y Adela vivirían hasta sus últimos días. Al retirarse Salvador se hizo cargo de la chacra su hijo mayor, quien no dejó su comercio (era socio propietario de la tienda Torreano) para atender la propiedad familiar. La chacra se mantuvo durante años, hasta que dejó de ser rentable y decidieron venderla. En tanto, los hijos del matrimonio iban trazando sus propias biografías. Isabel estudió magisterio y ejerció la docencia en Chichinales y en Roca, en la escuela Romagnoli; Amalia y Ana se radicaron en Buenos Aires, Miguel se recibió de técnico agrícola y Enrique, a falta de una escuela secundaria en Roca, se preparó en la Academia Mandarano para rendir sus exámenes con profesores que viajaban desde Buenos Aires y Bahía. Luego de culminar sus estudios, desarrolló distintas actividades hasta quedar efectivo en el Banco de Río Negro y Neuquén cuando al frente de la institución estaba Septimio Romagnoli, "un visionario", según lo define Enrique. Raimondo trabajó allí hasta que liquidaron la entidad; entonces era subgerente general y pasó al Banco Cabildo hasta su retiro. En este tiempo, cuando daba sus primeros pasos en el banco, conoció a María Elena Dillon. "Nos conocimos en la vuelta del perro cuenta ella, jocosa. Salíamos a caminar con amigas por la calle Tucumán, que la hacían peatonal. Era un apuesto joven que hacía poco había salido campeón de tenis de la zona sud, integrando el equipo de la Asociación de Tenis de Río Negro y Neuquén. Poco después empezamos una relación y desde entonces seguimos juntos, hombro a hombro, con esfuerzo y con amor." JUAN ANTONIO DILLON, PIONERO DE CHICHINALES María Elena Dillon vivía en Roca desde 1950 y en aquel encuentro se tejieron historias familiares tan ricas como singulares. Ella es hija de Juan Antonio Dillon, un hiberno-argentino, de los primeros pobladores de Chichinales. Su padre era hijo de Bernardo José Dillon y de María Elena Howard, inmigrantes irlandeses cuyas familias habían llegado a la Argentina por diversos motivos. Los padres de Bernardo habían migrado a este país mientras él estudiaba para médico cirujano en Inglaterra. Su familia trabajaba para la empresa de ferrocarriles ingleses en la Argentina, que hacían el tendido de vías para trenes y tranvías. La familia Howard, por su parte, integraba la empresa que hacía el adoquinado de las calles de Buenos Aires. "Cuando mi padre tenía dos años relata María Elena su madre murió y fue criado por una tía Howard y una nodriza irlandesa. El abuelo Bernardo tenía dos hermanos en la Argentina, que habían llegado a este país escapando de la hambruna que se había desatado en Irlanda, país sumido en una larga crisis que obligó a tres millones y medio de irlandeses a migrar. Muchos irlandeses e ingleses vivían en Longchamps, en la zona de Temperley, Banfield y Remedios de Escalada, donde había una colonia británica importante. Mi abuelo, tras recibirse, fue contratado como médico por la empresa de ferrocarriles ingleses, por eso tuvo una vida social muy activa dentro de su colectividad: jugaban cricket, tenis y fútbol, tenían un club, iban al hipódromo y salían por la zona de Cañuelas a cazar perdices con sus perros, todas estampas bien británicas..." Los abuelos de María Elena tuvieron tres hijos: Margarita, Ethel y Juan Antonio, su padre. Todos nacieron en Buenos Aires y crecieron en ese mundo: "Los domingos había dos salidas obligatorias recuerda: la misa de la mañana y el té de la tarde (five o'clock tea) en la tienda Harrod's, que terminaba con un paseo por la calle Florida". Con la comunidad de habla compartían actividades deportivas, sociales y económicas. Bernardo Dillon no sólo atendía al personal del ferrocarril sino también al que venía en buques a abastecer a las empresas y a las tiendas inglesas y de productos importados de Buenos Aires. "Mi abuelo era todo un personaje; en realidad, los irlandeses y los ingleses eran muy cerrados y celosos de sus tradiciones. Sus hijos aprendían a hablar el inglés antes que el español. Ellos tenían sus tiendas, en las que conseguían sus bebidas, té, golosinas, especias, conservas, telas, etc., y vivían de modo muy refinado y con mucho personal para su atención, como choferes, cocineros y jardineros". ¿Cómo se ponen en contacto con esta zona? Por los ferrocarriles, claro. Los ingleses hicieron sus negocios en la región y el Estado, en parte de pago de algunas obras, otorgó tierras. Así nació la Compañía Tierras del Sud, de la que participaron muchos ingleses. "Mi abuelo vino en una oportunidad en comisión a Cinco Saltos. Ya estaba la colonia inglesa aquí, con sus oficinas y emprendimientos vinculados con la fruticultura. Como buen irlandés, era un enamorado del campo, y decidió invertir en la región. Fue entonces que compró un campo en Chichinales, cerca del río. Eso fue en 1912. Como mi padre no quiso seguir estudiando, el abuelo, con ánimo de disuadirlo para que lo hiciera, lo mandó al campo a trabajar. No pensó que se quedaría pero papá, que era una perfecta mezcla de criollo con irlandés, estuvo a gusto aquí y se afincó. Papá vino a la zona con un amigo, Luis Luck, quien también había adquirido tierras. COLONOS Y ALGO MáS... "Acá no había nada relata María Elena. El abuelo mandó a papá con un vagón lleno de muebles, un piano, un break (carruaje) y animales para poblar el campo. Todas las semanas papá recibía una encomienda desde los almacenes del Ferrocarril del Sud de Bahía Blanca. En Chichinales había un puñado de habitantes y la estación de ferrocarril; es decir, prácticamente nada. Pero entre esos contados pobladores estaba mamá, María Luisa Sánchez, hija de criollos y españoles. Sus padres habían venido desde Cañuelas a establecerse en Chelforó, siempre vinculados con la ganadería. Mamá nació en Chelforó en 1905, cuando sus padres vivían en el fuerte de avanzada. Años más tarde se establecieron en Chichinales". Juan Antonio y María Luisa tuvieron once hijos. Cuando el hijo mayor de ambos, Nito (Juan Antonio), cumplió dos años, sus padres viajaron a la capital para que la familia paterna conociera al primogénito. Enternecido, Bernardo le pidió a su hijo que se quedara a vivir en Banfield y el matrimonio aceptó. Durante un tiempo Juan Antonio trabajó con los ingenieros que tendieron las vías hasta Tandil; luego puso un tambo en Longchamps. Durante esa temporada en Buenos Aires, nació otro varón que murió a los dos años. Después de esta tragedia, la familia se mudó a la casa de Bernardo en Banfield, donde nació María Elena, quien cuenta esta historia. No mucho tiempo después, la familia regresó a Chichinales. Allí nació una niña que murió y luego llegó Nelly. Meses más tarde Juan Antonio se enfermó de brucelosis. Su padre lo internó en el Hospital Británico durante una larga temporada mientras sus hijos se quedaron en Chichinales con su abuela materna. Cuando Dillon regresó al sur ya repuesto, comenzó a administrar las tierras de Giraudy. Durante ese tiempo nacieron sus hijas: Betty, Dora, Chichi, Rinie, Margarita y Bernardo. La familia se instaló en una quinta en Chichinales. Allí pasaron muchos años, los niños asistieron a la Escuela Nº 89 de Chichinales y otros, en Villa Regina. Dillon, en tanto, y por ser un hombre instruido, ejerció de encargado del Registro Civil local y de la estafeta postal y se desempeñó como secretario de la Comisión de Fomento del lugar. Sin duda, se trata de un hombre que fue parte de la historia de esa localidad, que bregó por su progreso desde una personalidad generosa y altruista que viejos vecinos recordarán. "Mi padre hizo todas estas actividades ad honórem. Cuando llegó el peronismo, pensó que tenía méritos suficientes para ser nombrado en esos cargos pero no fue así, pues se los dieron a un hombre del partido. Papá era apolítico y se amargó mucho por la situación pero, como era muy activo, siguió haciendo trámites para otras personas... en el fondo era un filántropo, protector de los desvalidos... ayudaba a los pobres, les daba cobijo a los linyeras, escribía cartas a analfabetos y se ocupó de hacer el cementerio y la capilla del pueblo, entre otras tantas cosas". Después de algunos años, Dillon buscó nuevos horizontes. Fue administrador de campos en Buenos Aires y en Lamarque (en la Germinadora y Curundú). Pero cuando su esposa falleció, decidió quedarse en su amado Chichinales hasta el final de sus días. Mientras, el hermano mayor de María Elena, Nito, había ido a cumplir con el servicio militar en Covunco. Allí su destino cambiaría pues enfermó gravemente a consecuencia de prácticas a las que sometían a los conscriptos, como excursiones por la nieve y por arroyos helados con vestimenta inapropiada. Juan Antonio quedó con una enfermedad cardíaca crónica y se radicó en Roca. Aquí se casó con Sara Gigena y tuvieron a su hijo Patricio (desaparecido durante el Proceso). El fallecimiento del mayor de la familia afectó enormemente a Juan Antonio Dillon, quien murió luego de perder a ese hijo. María Elena y dos hermanas se habían establecido en Roca para acompañar a su hermano Nito. Fue durante ese tiempo que conoció a Enrique Raimondo y se casaron en 1955. Aquí ambos hicieron su propia historia, una historia que amalgamó el esfuerzo de sus ancestros pioneros y se proyectó a futuro, ya definitivamente en el Alto Valle. Enrique y María Elena tienen tres hijos: Enrique (Dicky), Diana y Leticia. Ellos les han dado siete nietos: Federico, Agustina, María, Tomás, Julia, Candela y Tadeo. Hilvanando recuerdos, Enrique y María Elena eligen terminar esta historia con las palabras del padre Murphy, el sacerdote que los casó: "Nos dijo que la unión de sangre italiana e irlandesa daría como resultado una hermosa familia, ¡y vaya si lo es! El padre Murphy no se equivocó. Claro que también debemos agradecer a los 'hijos agregados', Martha, Gustavo y Roberto ('Toto'), que pusieron el broche de oro en nuestra historia: nuestros hermosos nietos".
SUSANA YAPPERT |
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